Tengo bastante artículos publicados, y hace mucho tiempo, para tener que demostrar a estas alturas que siempre he creído que la hipotética unidad de los partidos políticos independentistas estaba sobrevalorada y que, por esta misma razón, era una apuesta perdedora. E insistir en ello, desde mi punto de vista, ha sido y es un error estratégico que sólo ha servido para crear mal ambiente.
La primera razón para sostener mi convicción es la probada y larga dificultad para concertar las estrategias de los partidos independentistas. Por no ir más allá, hay que recordar las dificultades para celebrar el 9-N. Aún más agónico fue el acuerdo por aquel Juntos por el Sí, al que algunos fueron arrastrando los pies y así fueron los resultados. La preparación del 1-O, los acontecimientos entre el 1-O y el 27-O , por no decir la extraña dispersión final del Gobierno suspendido por 155, deberían ser más que suficientes para saber que hay cosas que, además de no poder ser, son imposibles.
Ahora mismo, para los objetivos de este artículo, me da igual la consideración moral y política de la imposible unidad del independentismo. Y pasaré de largo el análisis de sus causas -a menudo llenas de miserias- o señalar culpables, aunque ciertamente unos son más que otros. Lo que quiero señalar es que considero un error grave insistir en lo que no puede ser, y que es poco inteligente porque inevitablemente lleva a la frustración. Incluso es posible que el carácter políticamente cainita que hemos demostrado históricamente los catalanes justifique la falta de unión incluso cuando la desigualdad de fuerzas con el adversario común parece que aconsejaría lo contrario. Es cierto que Francesc Abad ha mostrado que en Barcelona ciudad, cuanto más diversidad de candidaturas independentistas se han presentado desde 2015 en las elecciones, menos votos absolutos -hasta 120.000 menos- ha obtenido el independentismo. Pero, aparte del peso de las diferentes circunstancias excepcionales de cada convocatoria, nunca sabremos qué pasaría con una candidatura de ámbito nacional, verdaderamente unitaria, con PDECat, JXC, ERC, CUP y quien hiciera falta. Sólo la negociación necesaria para llegar ya la habría debilitado antes de comenzar la campaña.
Si las candidaturas unitarias no son posibles, si tampoco lo son los pactos postelectorales en que se justificaba la no conveniencia de hacer las primeras y, además, si no se ve por parte alguna que sea posible lo de la unidad estratégica, la cuestión es cómo habría que encarar políticamente el combate por la independencia desde la desunión. Y la primera consideración, desde mi punto de vista, es que la unidad del independentismo deberíamos dejarla en el plano de la sociedad civil organizada. Esta debería mantener una independencia estricta de los partidos, por lo que debería renunciar a decirles qué deben hacer o dejar de hacer. Hay suficiente margen de acción para poder trabajar al margen de los partidos, y si la acción es sólida, como ha ocurrido en otros momentos, los partidos ya la acabarían atendiendo.
En segundo lugar, lo que sí se puede exigir a los partidos es su consistencia interna y que precisen, en lo posible, su proyecto de país para cuando lo tengamos emancipado. Ahora mismo, unos por estar atrapados en divisiones internas, otros para estarlo en cambios repentinos de estrategia, aunque otros redefiniendo sus espacios, hay que decir que si la unidad es imposible, la diversidad tampoco está sirviendo para lo podría tener de positivo.
Tercero, lo que sí que habría que evitar a la hora de avanzar hacia la independencia por separado, es la pretensión arrogante de condicionarla a la propia victoria, o al triunfo de una determinada ideología. Es inquietante que alguien pueda decir que la República será de izquierdas o no será. O liberal, o no será. Ya sé que es una obviedad, pero cuando seamos independientes, en cada convocatoria electoral nos jugaremos la orientación política del gobierno y nada estará predeterminado. De manera que es igual quién quiera llegar primero, pero que no se haga ilusiones sobre qué decidirán los catalanes cuando sean independientes. Puede pasar de todo, y si no, que se lo pregunten al PSC en 1980.
En definitiva, haber puesto el acento en la unidad ha hecho que, indirectamente, hayamos dado la razón a las tesis de Aznar sobre la fractura interna. Él hablaba de la fractura que ha buscado por activa y por pasiva Ciudadanos, la cual, afortunadamente, no tiene la magnitud ni la profundidad que querían. En cambio, probablemente sin contar con ello inicialmente, les hemos problematizado una desunión que también les es útil, y que parece que han trabajado con astucia y siguen excitando bajo mano. Que los que aspiramos a la independencia tengamos ofertas diversas desde el punto de vista ideológico y también estratégico no me parece negativo. La cuestión es cómo hacer virtud de esta diversidad. Lo relevante es coincidir en quién es el adversario. Lo fundamental es compartir el mismo objetivo final de emancipación.
Publicado el 22 de julio de 2019
Núm. 1832
EL TEMPS