NATIONALIA (*)
El país se ha abierto en los últimos 20 años a aceptar su identidad amazigh
El viento tiene la magia de transformar las dunas y el tiempo, el poder de eliminarlas. Así, el viento del tiempo sepultó para siempre el tabú de ser amazigh en Marruecos. Hoy, su lengua, cultura y música reaparecen en primera línea de la escena pública marroquí para no tener que irse nunca. Ha necesitado el empuje incansable de un movimiento amazigh marroquí que resistió medio siglo de baño de arabización y demolición de la lengua.
Ahora su escritura, el tifinagh, ya se puede leer en señales de tráfico de autopistas, en las instituciones, en medios de comunicación y anuncios de empresas. Más aún, en la capital Rabat, un edificio imponente rodeado de explanadas amplias bajo el nombre de ‘Instituto Real para la Cultura Amazigh en Marruecos’ (IRCAM) ilumina, como si se tratara de un faro, una identidad con lengua y cultura propias.
La luz que desprende el lugar contrasta con el recuerdo oscuro del reguero de víctimas a manos del régimen de Hassan II tras años de lucha del movimiento amazigh. Su hijo, Mohamed VI, desde su entronización, trata de reparar parte del daño de su predecesor con propuestas innovadoras que han devuelto la visibilidad al movimiento amazigh.
Con todo, los activistas del movimiento amazigh marroquí temen que la integración de la reivindicación amazigh, a partir de la creación del IRCAM, sólo sirva de instrumento de monopolización de la identidad para controlar mejor el activismo amazigh, despolitizarlo y retrasar la institucionalización de la lengua. Aunque queda recogida y reconocida, al igual que el árabe, en la nueva Constitución, se ha ralentizado su implementación.
El despertar amazigh
El dorado amazigh en Marruecos brilló después del discurso pronunciado por el monarca Mohamed VI en octubre de 2001, en Ajdir, región de Kenifra. Sus palabras desinflaron la indignación acumulada por activistas e intelectuales amazighs que, un año antes, habían llamado a las puertas de Palacio con un documento: el ‘Manifiesto Amazigh’, que reivindicaba la asunción de la amaziguidad, nacional y legítima.
“El discurso real significó un punto de inflexión fundamental después de 45 años debatiendo sobre la cuestión amazigh”, comenta la periodista amaziga Fatima M., de 28 años. Pertenece a una generación que no conoció los años negros y tensos sufridos por el movimiento amazigh. Será por eso que lo vive, hoy, con la normalidad de cualquier joven de su cultura que, primero, se siente amazigh marroquí y luego, en todo caso, africana.
“El rey situó la cultura amazigh al mismo nivel que la árabe. Así lo percibimos los intelectuales que durante años apoyábamos la lucha amazigh”, comenta a Nationalia Ahmed Assid, conocido escritor y militante del movimiento. “El amaziguidad constituye un elemento principal de la cultura nacional; es parte del patrimonio cultural cuya presencia se manifiesta en todas las expresiones de la historia y de la civilización marroquí”, manifestó el monarca en todo el país. Su voluntad pública de atender las peticiones del movimiento amazigh, siempre en mutación entre acción política y activismo cultural, animó una identidad abatida durante décadas. La diversidad era considerada una amenaza para la cohesión social a los ojos de la corriente francesa jacobina, centralizadora, que imitó su antigua colonia, Marruecos.
“El Estado marroquí, en tiempos de Hassan II, optó por la versión oficial de la historia basada sobre el modelo jacobino francés que evocaba la uniformidad de un país a través de una sola lengua, cultura e identidad. Es decir, un modelo que anulaba otras formas y existencias identitarias”, continúa explicando Ahmed Assid. En su despacho, en la planta segunda del IRCAM, numerosos carteles, eslóganes y libros sobre la identidad amazigh visten estantes y paredes. Constituyen el reclamo de todos los investigadores nacionales y occidentales que buscan desempolvar parte de la historia del país magrebí.
El Instituto Real para la Cultura Amazigh desde hace diez años no ha dado tregua a las ideas, ni tampoco a las impresoras que han fabricado diccionarios sobre la historia amazigh de Marruecos, manuales escolares y libros gramaticales de la lengua. Pero este ingente arsenal de material escrito no tenía sentido sin guías que lo vehiculen: con los textos bajo el brazo, más de 14.000 profesores han sido formados en la lengua amazigh, que igualmente han hecho una contribución indispensable a la producción científica sobre su identidad en el campo de la poesía, la pedagogía o la antropología.
El árabe como visión centralizadora
Era impensable, hace años, verse sentado en una mesa que soportara el peso de documentos amazighs, que el escritor Ahmed Assid muestra con orgullo. Cada uno constituye la diversidad de un país habitado por árabes musulmanes, árabes judíos y amazighs musulmanes y laicos. Marruecos es todo eso y más: en la actualidad se suman otras identidades del África subsahariana de confesión cristiana y musulmana que conforman un paisaje puramente cosmopolita.
“De la narrativa histórica amazigh fue descartado nuestro pasado africano”, continúa Assid, y añade: “Nos impusieron vínculos particularmente orientales (Oriente Próximo) inventando que nuestras raíces se situaban en Yemen”. Durante siglos, la construcción histórica de Marruecos recordó e hizo hegemónica la lengua árabe, vinculada a su dimensión religiosa. El islam nació tras una revelación en árabe que hizo Dios al profeta Muhammad, el propulsor de una nueva identidad que creó una nueva configuración del paisaje histórico. En ese momento ya existían los amazighs. Fue el momento de su debacle.
“La élite amazigh como tal comenzó a organizarse en 1966: [eran] un grupo de universitarios de las ramas de ciencias políticas, antropología, sociología y arqueología que no se atrevían a pronunciar la palabra ‘amazigh”, continúa recordando el intelectual. En aquel tiempo, la expresión “cultura amazigh” provocaba sentimientos hostiles entre la masa arabófona, por lo que se empleó un eufemismo: “cultura popular”. Así, el poder central lo ingería dulcemente. La imposición de la arabización tenía una connotación puramente política, “pese a que el amazigh era la lengua de un 95% de la población marroquí antes de la independencia, y sólo un 5% hablaba árabe clásico: la élite religiosa y los hijos de familias burócratas y aristócratas”, matiza Assid.
Estos datos se revirtieron rápidamente después de años de lucha estatal para hacer imperar en la educación nacional -la base de cualquier sociedad- la lengua árabe. Fue tal el puntapié al amazigh, que la lengua se terminó hablando en el ámbito familiar y, a veces, ni siquiera eso. Había miedo a ser escuchado hablando en la propia lengua, aunque no tanto como el que hizo temblar los hogares de los amazighs del Rif (la región del norte de Marruecos) en los años 1957 y 1958, cuando el ejército de Hassan II actuó con ira desproporcionada para sofocar con violencia las revueltas de los rifeños. Los que reprimían eran árabes, y las víctimas, los imazighen (el plural de amazigh) que exigían cambios sociales y económicos, además de un reconocimiento de su identidad. “Aplastamiento” es la mejor manera de describir lo que sucedió entonces y permaneció en la retina de todas las generaciones posteriores.
El relato de la brutalidad forma parte de la memoria oral que se ha heredado de abuelos a padres e hijos. “¿Quién puede olvidar lo que le hicieron a nuestras abuelas? ¡Fueron violadas! ¡Aquello dividió nuestro pueblo!”, declara el gerente amazigh de un hotel de categoría de Al Hoceima (Alhucemas), quien sigue defendiendo, aunque en el anonimato, la reivindicación social del Rif, una tierra despreciada por el desempleo o el trabajo precario. Y esto, a pesar de que el cultivo del cannabis, oculto entre los valles y montañas del Rif, alegra las arcas del Estado. Marruecos es el segundo exportador de hachís del mundo, después de Afganistán.
Medio siglo después de aquellas movilizaciones se reabrieron las heridas del pasado cuando intervinieron los cuerpos y fuerzas de seguridad para reprimir las manifestaciones que estallaron al final de 2016. Las protestas surgieron a raíz de la muerte de un joven vendedor de pescado, Mohcine Fikri. La víctima transportaba toneladas de pez espada -que estaba prohibido pescar en aquellas fechas- y las autoridades se las confiscaron y, después, ordenaron su destrucción. La mercancía fue arrojada a un contenedor de basura y como señal de protesta el joven rifeño se lanzó al mismo cuando la prensa del vehículo aún estaba en marcha. Su muerte fue la primera chispa que provocó un incendio popular posterior de más de un año de duración en el que los jóvenes reivindicaban la instalación de nuevas infraestructuras, un hospital y una universidad.
El aparato de seguridad lo sofocó y no dejó reducto alguno de enojo popular. Se llevaron a la cárcel a los cabecillas del movimiento, purgando penas de hasta 20 años de prisión por atentar contra la seguridad del Estado, y otras decenas de activistas rifeños recibieron advertencias de las fuerzas del orden para no acabar con un destino similar.
Las minas ciudadanas
No es el único foco de revuelta del movimiento amazigh. Al sur, sobre una montaña del Alto Atlas marroquí, nació otra ciudad. Se llama Alebban, el nombre acuñado por los más de 8.000 amazighs que allí se sitúan. Montaña de arena rojiza por dentro -convertida en bastión de la resistencia de un particular movimiento encabezado por jóvenes desde 2011- se divisa como un conjunto de piedras blancas. Todas forman una escultura de eslogan en lengua amazigh donde se puede leer “amaniman” (“sin agua no hay vida”). Porque el agua se emplea para la mina de plata más rica de todo África que explota una empresa privada junto con el Estado, su principal accionista.
¿Y en qué manos acaban las rentas de la plata? Es lo que se preguntan una y otra vez los habitantes de esta montaña de la comuna de Imider. El silencio por respuesta les ha movilizado en una inédita protesta donde los más jóvenes se han cargado una mochila al hombro, han subido a la montaña y poco a poco han levantado un ‘estado paralelo’. Un proyecto titánico pero revolucionario en el campo de las movilizaciones sociales. Desde el pico montañoso, los jóvenes denuncian el reparto desigual y los efectos nocivos medioambientales que la explotación de la mina produce en el entorno.
“La reacción de los habitantes es lógica porque no hay ningún impacto de los beneficios sobre los habitantes. También, los efectos de la mina son catastróficos en términos de contaminación. Los animales se mueren y el agua dulce se contamina. Incluso, los habitantes han dejado de consumir los dátiles”, manifiesta el escritor Ahmed Assid, que se ha reunido en varias ocasiones con estos jóvenes para conocer de primera mano sus reivindicaciones.
Las rentas de la explotación de los recursos ni siquiera asoman por la ventana de los hogares de las familias amazighs: una carretera, escuela, centro médico o cualquier propuesta de desarrollo que dé sentido a la explotación de un recurso natural encontrado en un enclave amazigh pero sin que sea accesible a los amazighs. “Razón por la que miles de ciudadanos seguimos gritando que nuestra tierra no se vende”, relata a este diario el activista responsable de comunicación del movimiento Imider, Moha M., para quien el Estado considera que “todas las riquezas subterráneas le pertenecen, por lo que hacen negocios con las compañías privadas sin importar nuestra opinión”. Según el activista, el movimiento de Imider “ha vivido detenciones y represión”. Sin embargo, a diferencia de la región del Rif, el campamento-movilización no ha recibido ninguna refriega por parte de las autoridades. Parece que no molesta porque se trata de un un ‘agujero’ amazigh que apenas hace ruido internacional.
El sueño de una “mina ciudadana” resuena con fuerza en la cabeza de los militantes que siguen desgañitándose a golpe de comunicados de prensa y de encuentros con periodistas, para que algún actor político o persona influyente de la sociedad civil hable en nombre de un derecho social y le exija a la élite un cambio para estos habitantes de Imider. Una reivindicación similar entre los agricultores locales de tierras situadas en la región de Agadir, en el sur de Marruecos. Su suelo contiene lo que se conoce en Europa como el oro líquido (el aceite de argán), una fuente inagotable de riqueza natural que no siempre explotan los amazighs. Numerosas familias han sido obligadas a abandonar sus tierras, vendidas al gigante capitalista. Se repite la historia.
“Una empresa francosueca obliga a los habitantes a emigrar a otras zonas, a abandonar sus tierras que el Estado pone en venta para su expoliación”, critica Amina Zioual, presidenta de la Asociación de Mujeres Amazighs (AMA). Su local, situado en el centro de Rabat, acoge la primera radio comunitaria que evoca los derechos -o más bien los no derechos- de la mujer amazigh, que se enfrenta a los mismos retos de la mujer árabe: el acceso laboral y la su integridad física. El patriarcalismo atraviesa fronteras y atraviesa por el mismo eje las identidades sin excepción.
La mayoría de las movilizaciones populares de corte social han acabado reforzando la defensa de la identidad. “Así sucedió durante las protestas sociales en el Rif, que empezaron siendo sociales y económicas para después sacar a la luz la identidad vulnerable que está viviendo su propio apartheid”, explica Rachid Raha, presiente de la Asamblea Mundial Amazigh. A Raha se le reconoce siempre por su puesto físico, un turbante azul le acompaña en cada reunión del movimiento. Y su oficina convertida en un museo-biblioteca de barrio ya forma parte del elenco histórico amazigh. Una sala reservada para la elaboración del único diario en Marruecos que contempla cuatro páginas en amazigh; otra destinada a la celebración de ruedas de prensa con la vistosa y colorida bandera amazigh sobre el fondo de una pared blanca impoluta,
Raha lleva una vida blandiendo la causa de la lucha contra la discriminación racial que reflejó en un informe realizado en 2012 y en el que se pregunta si el Reino de Marruecos actúa con racismo respecto a las poblaciones autóctonas amazighs. Respondió categórico que sí, a pesar de los esfuerzos del país. Expertos de Naciones Unidas recogieron, en un informe elaborado en 2015 sobre los derechos económicos, sociales y culturales de los amazighs, que Marruecos “practica una discriminación, de hecho”, en el campo laboral y en el campo de la educación. “Que fuera recogida esta denuncia por la ONU en Ginebra fue una victoria nuestra”, insiste Raha.
Las primaveras no sólo árabes
En 2011 la nueva Constitución reconoció por primera vez la lengua amazigh, el cenit de la movilización popular. Un nuevo paradigma se abrió entre los amazighs. El texto constitucional llegó en un contexto regional en el que los pueblos del norte de África se movilizaron para exigir más derechos y libertades. Los efectos no tardaron en aterrizar en Marruecos a través del llamado movimiento 20-F al que los amazighs del norte y del sur se sumaron igualmente para reclamar reformas sociales y económicas.
En estas movilizaciones no hablaban las banderas, los símbolos o las etnias. La única imagen trabajada por el colectivo nacional llevaba por nombre “democracia”. Y lo que ello implica para los amazighs: el reconocimiento de su cultura y lengua. Así lo recoge el artículo 5 de la Constitución en dos párrafos que Rachid Raha subraya con rotulador amarillo. Escrito está, ahora falta su aplicación. Después de ocho años, el parlamento marroquí continúa retrasando la aprobación de la ley orgánica que obligue a todos los estamentos del Estado a la institucionalización de la lengua amazigh. “Mientras no se apruebe la ley orgánica, no hay transición para el movimiento amazigh”, añade la activista rifeña Salou El Omari. Afligida por el retroceso en el proceso del movimiento amazigh, lamenta “la ausencia de una válvula de escape para los amazighs del norte tras la desactivación de la movilización en la región. Los jóvenes buscan la salida hacia el mar de Alborán y jugarse la vida para evitar las detenciones y torturas perpetradas por el núcleo duro del régimen”, señala.
El dolor de la activista rifeña encuentra descanso en una sueño-aspiración: el futuro, más pronto que tarde, de una “transición democrática real para Marruecos” y que los amazighs, dentro de la soberanía nacional, se sientan “ciudadanos de pleno derecho en su particular modelo cultural y económico”.
(*) Nationalia
Nationalia es el diario de las naciones y pueblos sin Estado. Editado por el CIEMEN desde 2007, es una forma diferente de mirar el mundo y alejada de una visión hegemónica centrada en los estados como actores principales de la escena internacional.
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RACÓ CATALÀ