Volar como las mariposas, picar como las abejas

El boxeo es un deporte que tiene mala fama, que hoy se considera una excentricidad peligrosa. Pero yo aprendí a apreciarlo gracias a mi padre, que era muy aficionado. Y me convencí del valor referencial que tiene leyendo ‘The fight’, El gran libro de Mailer que relata el histórico combate entre Ali y Foreman en Kinshasa, 1974. Explica que el boxeo representa a la perfección el hilo delgado que existe entre el poder y la fragilidad, dos condiciones que en la vida no van tan separadas como parece. En un buen combate de boxeo tú pegas mucho, pero también te pegan mucho. Y la victoria siempre tiene un precio, que hay que saber y reconocer, asumir. Por eso, y por el evidente compromiso político de Ali, el boxeo ha sido comparado tantas veces con la política, la política de verdad, con la que se hace no cuando únicamente están en juego los escaños y los sueldos de unos diputados, sino la vida o la muerte de una sociedad, de un país.

Por eso podemos decir que tras la proclamación de la independencia la política catalana y española han derivado hacia algo que se parece mucho a un combate de boxeo. Nos pegan muy fuerte, mucho, pero nosotros también les pegamos muy fuerte. Tan fuerte que las victorias electorales y jurídicas constantes del independentismo vuelven rabioso al contrincante, un contrincante que estos últimos días parece incluso haber perdido la frialdad necesaria para imponerse en un combate de verdad.

Ali jugaba con ello constantemente, con los nervios y la impaciencia del otro. Y de este estilo, hizo el símbolo de su victoria: él ‘bailaba como una mariposa’ sonriente ante la cara del contrincante que, cada vez más desesperado y humillado, iba clavando golpes furiosos en el aire, incapaz de fijarlo y dominarlo. Y era entonces, cuando los nervios y la tensión llevaban el contrincante a cometer el error de abrir demasiado los brazos, cuando Ali le ‘picaba como una abeja’ en la cara, el cuerpo, sin piedad, con precisión quirúrgica, con voluntad de tumbarlo en la lona de una manera inmediata. Incontestable.

Estamos en este punto. España demuestra cada día que le cuesta más controlar los nervios. Lo demuestra la cara de irritación de Marchena y su desliz ante la defensa de Cuixart de anteayer, un desliz que incluso podría implicar la anulación del juicio en Estrasburgo. Y la tontería desproporcionada del juzgado número 13, que califica a la Generalitat de organización criminal. Y el ridículo cósmico de la Junta Electoral española, burlada por el ágil juego de pies de Puigdemont, Comín y Ponsatí. O la salvajada de rechazar el pago de la fianza si el dinero no provienen de los acusados. Y la interferencia en los debates electorales, arbitraria, infantil. Y la convocación ante el tribunal del presidente Torra por haber colgado una pancarta. Están los nervios porque, como decía ayer Xavier Domènech, se acerca el momento en que los presos tendrán que ir al congreso español, un momento de visualización absolutamente brutal e histórica de todas las contradicciones políticas del Estado’. El momento en que Oriol Junqueras, Jordi Sánchez, Jordi Turull, Josep Rull y Raül Romeva pasearán la condición de presos políticos ante el Estado que los quiere aniquilar pero no lo consigue.

Y no es porque sí que pierden los nervios. Pierden los nervios al ver que su esfuerzo no sirve ni mucho menos para acorralarnos. Pierden los nervios al ver que los exiliados no tan solo los han derrotado en Alemania, Bélgica, Suiza y Escocia, sino que han comenzado a derrotarlos incluso en España, bailando como mariposas imposibles de capturar. Pierden los nervios al ver que ERC gana las españolas para el independentismo por primera vez y, con Juntos por Cataluña, hacen 22 escaños, que sumados a los 7 de los comunes dejan la representación catalana del bloque del 155 en absoluta minoría en el congreso. Pierden los nervios -¡y de qué manera!- cuando ven que la ANC ocupa 31 sillas de las 40 en juego en la Cámara de Comercio. Pierden los nervios al darse cuenta de que en las elecciones europeas ERC y Junts pueden superar el 50% de los votos y el presidente Puigdemont, su ogro particular y máximo, puede ganar e incluso recoger un buen fajo de votos en territorios que ellos pensaban tener bajo control. Pierden los nervios al pensar que los verán pasearse con inmunidad por donde quieran. Pierden los nervios de ver a Aleix Sarri negándose a blanquear la represión en un debate electoral y defendiendo la democracia con dignidad. Pierden los nervios de ver a Sergi Sabrià picando como una abeja en la cara de Miquel Iceta -y ojalá que el infame dirigente socialista haya sentido aunque sea un poco del dolor que él nos ha hecho sentir a tantos.

Es algo evidente y muy positivo que el independentismo se vaya endureciendo muy deprisa, como lo hacen los buenos boxeadores. Y parece que finalmente va aprendiendo a dominar la situación encima del ring y a utilizar a su favor el odio y la violencia, el descontrol, del otro. Ya no somos aquellos subordinados con quien el gran puede jugar y a quienes se puede asustar con el qué dirán -¿recuerdan a Borrell cuando afirmaba, riendo, que el independentismo bramaba mucho pero que acabaría aprobando el presupuesto de Sánchez? Ahora es necesario que no olvidemos que se trata de llevar a España a la lona, ​​en el momento exacto y adecuado pero cuanto antes. De manera inapelable. Y lo podemos hacer.

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