Joan B. Culla: “No nos quieren entender porque no les interesa entendernos”

-Los tiempos están cambiando, y los nuevos no le gustan mucho.

-Vivo un poco extraviado en el siglo XXI. Procuro adaptarme, pero el siglo de Twitter, definitivamente, no es el mío. No entiendo esa necesidad compulsiva de hacer una foto del plato que estás comiendo en un restaurante o de decir cualquier tontería. Como cantaba Raimon, yo no soy de este mundo.

 

-¿En qué consiste ser un hombre del siglo XX?

-La formación académica era relativamente sólida. No idealizo el pasado, pero las carreras universitarias en los años 70 tenían más consistencia que ahora, y los alumnos llegaban más maduros. También tiene una cara negativa: las malas condiciones materiales de vida, de vivienda, de falta de calefacción o de cuarto de baño, eran generales en el Clot, donde yo vivía, en el Poblenou, en Sant Andreu y en los barrios obreros de la periferia de Barcelona. La Bonanova era como si fuera el planeta Júpiter.

 

-Le confieso que la escena de la nevada del 62, cuando sus padres y usted se acuestan después de comer para no pasar frío, me ha impactado.

-Vivían bajo la azotea, había nevado medio metro, el piso era como una nevera y no teníamos calefacción.

 

-¿Cuando vio la primera bandera catalana?

-Fue en 1967, al día siguiente de la muerte de Fèlix Millet i Maristany (el padre, ¿eh?), en el balcón del Palau de la Música, porque él era el presidente del Orfeó Català, y la junta había pedido al Gobierno Civil un permiso especial para poner una a media asta con un crespón negro. Yo iba a La Salle Condal, que está justo en frente.

 

-¿Sabía qué era?

-Sí. En casa mi padre me había transmitido, sin ningún sermón adoctrinador, una catalanidad de base. Sabía que la bandera estaba prohibida. Por ello verla me impresionó. Como también recuerdo el primer viaje a Andorra a comprar cortinillas de nylon con los padres: pasada la frontera de la Farga de Moles, viniendo de la Seu d’Urgell, había una especie de muro bajo con unas letras grandes que decían “Això és terra andorrana, benvinguts” (“Esto es tierra andorrana, bienvenidos”). Fue la primera frase en catalán que vi en un espacio público.

 

-¿De dónde sacó la autoestima necesaria para construir una carrera profesional como la suya?

-Mi carrera ha sido una vocación muy autofabricada. Con diez u once años, un día me presenté ante los padres y dije: “Cuando sea mayor quiero ser historiador”. Y me lo tomé en serio.

 

-A usted lo vinieron a captar los del Opus Dei y los del PSUC.

-El PSUC era hegemónico en la Facultad de Letras del año 74-75, y yo había sido “compañero de viaje”, es decir, un independiente que se presta a formar parte de una candidatura estudiantil controlada por el PSUC. Un día, el responsable del partido en mi curso me cogió en un rincón del patio de letras y me dijo: “Joan, hemos considerado que estaría muy bien que te incorporases al partido”. Dije que no por la misma razón que huí corriendo con la propuesta de un compañero para ingresar en el Opus Dei. No estaba hecho para someterme a disciplinas que no fueran las impuestas por mí mismo. Siempre he sido celosísimo de mi propia libertad de espíritu y de pensamiento.

 

-Usted reconoce que le gusta la brega.

-Sí. A mí pelearme dialécticamente no sólo no me incomoda, sino que más bien me deja el cuerpo bien.

 

-¿Pero se lo apunta? ¿Es rencoroso?

-No sé, es posible. Tengo buena memoria para los agravios y para las lealtades. Soy muy fiel a los amigos y fidelísimo a los enemigos.

 

-¿Cuáles son los enemigos? ¿Los enemigos de Cataluña y del Estado de Israel?

-No, no, los enemigos son aquellos con los que he tenido una enganchada y que, en mi opinión parcial, no han jugado limpio. Las ideas de cada uno las encuentro muy respetables. He tenido polémicas con gente con la que ahora soy muy amigo, como Josep Ramoneda.

 

-La guerra fría Convergencia-PSC sí daba para polémicas.

-Si para los historiadores del futuro este libro puede tener algún valor, es que hay una versión, la mía, sobre “la batalla cultural” que se libró en Cataluña entre estos dos campos. No he tenido carnet de ningún partido, ni ningún cargo, pero he escuchado decir aquello de “esbirro a sueldo del poder convergente”.

 

-¿Cuánta gente le debe tener puesta la cruz?

-Espero y deseo que tanta como aquella a quien yo se la tengo puesta. Cuando tengo una enganchada fuerte con alguien que no ha jugado limpio, digo: “Con esta persona, borrón y cuenta nueva”. Quiere decir que me puedo cruzar con esa persona en un pasillo de una emisora ​​de radio, o de la Autónoma, y ​​hacer como si esta persona fuera transparente. Y eso, me sabe mal decirlo, lo bordo, porque tengo bastante experiencia.

 

-Entre estos de cruz puesta hay, curiosamente, el único político que le ha hecho una oferta que usted haya considerado, que es Josep Antoni Duran i Lleida.

-Es una historia desgraciada y no estoy satisfecho de ella, porque con Duran había tenido una relación correcta durante muchos años. Me ofreció ir de número siete en la lista de CiU al Congreso en las elecciones del otoño de 2011. Yo antes había dicho alguna vez que de todos los cargos había uno que me haría gracia, que era ser diputado en el Congreso, porque por trabajo me había leído miles de páginas de los debates desde 1901 hasta 1936. Pero no he sido de disciplinas ajenas, y cuando la oferta me llegó ya tenía 59 años y no podía iniciar una carrera política.

 

-Sería apasionante para usted tener 23 años y ser recibido por Tarradellas en el exilio.

-Mucho. He tenido mucha suerte en la vida, y aquí incluyo las muchas horas que pasamos ese día en Saint-Martin-le-Beau, comida incluida con Antonieta y la hija. Cuando restablecí la relación el 80-81, con él ya retirado, nos veíamos cada mes y medio, porque si pasaba más tiempo me llamaba: “Culla, ¿qué pasa?, ¿estás enfadado conmigo?”

 

-¿Ha visto a Pujol últimamente?

-Sí. En julio hará 89 años. Le dije que estaba bien, y se echó a reír: “Culla, usted necesita gafas”. Le gusta hablar un poco de todo, de política sobre todo, claro. Alguna vez, cuando dice “Estoy muy mal”, le dije: “Presidente, a otra persona más normal, si le hubiera pasado lo que le ha pasado a usted, estaría escondida en un agujero”.

 

-¿Usted sabe qué pasa entre Convergencia, o el mundo de Convergencia, y Esquerra?

-Históricamente sí. Escribí 800 páginas de una historia de ERC cerrada en 2013 y coordiné una historia de CDC. Esquerra hace casi dos décadas que persigue eso que se ha llamado el ‘sorpasso’. Normal. Los tripartitos de 2003 con Maragall y Montilla fueron un intento de debilitar Convergencia por la vía de expulsarla del poder y del comedero. Y no funcionó. No sólo eso, sino que en 2010 Mas se convierte en presidente. La suerte de Esquerra fue que ya se definía como independentista desde hacía casi dos décadas, y cuando se produjo la eclosión independentista pudieron decir: “Hace veinte años que decimos esto”.

 

-¿20 años u 80?

-Rotundamente 20. Esquerra no es independentista hasta Ángel Colom, en documentos programáticos y en programa. Esto antes no lo había dicho nunca. ¿Había independentistas dentro de Esquerra en los años treinta? Sí. Y dentro de Convergencia en los años ochenta, también. A efectos históricos, Esquerra no es independentista hasta la época del Ángel Colom.

 

-¿Ha llegado el momento del ‘sorpasso’?

-A la luz de los resultados del pasado domingo, sí. Y si no llega del todo, habrá que dar el mérito a la Junta Electoral Central, que le ha hecho la campaña al president Puigdemont.

 

-Si le hubieran dicho que Ernest Maragall podría ser alcalde de Barcelona como independentista…

-Habría costado de creer, pero es que el Proceso ha sacudido muchas cosas. Yo no era independentista de fábrica, y creía que la sociedad catalana tampoco porque vivía demasiado bien para que lo quisiera poner en riesgo. Por suerte me he dedicado al pasado y no al futuro. A mí me han empujado a patadas a ser independentista, como a tanta otra gente.

 

-¿Lo que ha pasado es que no nos entienden, o que nos entienden perfectamente y por eso hay gente en la cárcel?

-El “No nos entienden” estuvo vigente muchos años. Pero, visto con más perspectiva, no es un problema de explicar lo suficiente, sino que no nos quieren entender porque no les interesa entendernos. Por lo tanto, su reacción ha sido: “Es un suflé y bajará”. Y no pasa, y entonces es rebelión y sedición y “Todos a la cárcel”. Después dicen que “España sin Cataluña no sería España”, y lo que es seguro es que a España sin Cataluña no le saldrían las cuentas. Por eso no están dispuestos a aceptar la independencia ni el concierto económico.

 

-Dicen que sería como si les amputaran un brazo.

-Esto es muy propio del nacionalismo español desde el siglo XIX, sobre todo en los años 30 del siglo XX, con el nacionalismo ‘joseantoniano’. Esta visión organicista de España, en el sentido de organismo vivo, de un cuerpo, es típica de la extrema derecha.

 

-¿Ha hablado con Felipe VI?

-En una comida del Círculo de Economía con el príncipe, solo y no hace muchos años, le dije: “Para que todo el mundo en España entendiera esto del plurilingüismo, pienso que sería muy eficaz que la Corona, en un acto de Estado en Madrid, utilizase catalán, vasco y gallego”. Me contestó: “Cuando venimos a Cataluña ya lo hacemos, prácticamente mitad y mitad, pero en un acto de Estado en Madrid no se entendería. Cuando se habla para el conjunto hay que hacerlo en castellano”. Salí pensando que parece mentira que este chaval, al que hablas de política internacional y le ves una formación muy aceptable, si le hablas del tema Cataluña-España le sale el cadete de la academia de Zaragoza. Qué lástima. Pero al mismo tiempo tampoco me sorprendió.

 

-¿Qué dirá la historia del 1, del 3 y del 27 de octubre de 2017?

-Dependerá de quien lo escriba.

 

-Los que ganen.

-Una de las cosas buenas del siglo XXI es que ahora se escribe mucho y rápidamente. Del Proceso, en octubre del año pasado había contados unos 500 libros. El 1 de Octubre fue un gravísimo error del Estado. La prueba es que no se ha terminado de aclarar quién ordenó la retirada de los antidisturbios. Unos meses antes, Rajoy dijo a miembros de la junta del Círculo de Economía que una foto en la portada de ‘The New York Times’ de policías con las urnas bajo el brazo haría mucho daño. Rajoy era consciente de que les haría daño, pero hizo apalear a la gente. “Ya nos encontraremos en los tribunales”, se debían decir.

ARA