El Brexit es el crucigrama diario de los británicos

Mi padre y yo solemos hacer el crucigrama del diario The Guardián cuando estoy en Inglaterra. Pero ya no hay tiempo para los habituales pasatiempos durante el desayuno de porridge (gachas) y meriendas de sándwich de jamón hervido y mostaza Colman’s. Basta con hablar del Brexit. El juego de elegir cuál de las posibles opciones para la salida británica de la UE es la más probable es un rompecabezas más críptico que los de The Times.

Antes de empezar a analizar las pistas del acertijo del Brexit hay que averiguar si el llamado backstop irlandés puede ser compatible con la salida de la unión aduanara y, luego calcular cómo votarían los diputados unionistas de Irlanda del norte en caso de que el backstop fuese modificado. Otro puzzle requiere especular sobre las posibles coaliciones en la Cámara de los comunes que corresponden con las diferentes   fórmulas barajadas para la relación con la UE en el futuro: el Brexit duro, el Brexit blando, el Brexit sin pactar (no deal), el modelo Noruega más uno, o 2,0, la convocatoria del segundo referéndum, o la revocación del artículo 50 que nos devolvería al punto de partida anterior a junio del 2016.

Cada fórmula tiene diferentes posibles configuraciones de apoyo parlamentario, desde los 60 y pico votos de los ultra brexiteers del Grupo por la Investigación Europea en el partido conservador hasta los diputados blairistas que defienden el People’s vote (voto del pueblo), o sea un segundo referéndum, que anularía el resultado del primer voto del pueblo. Luego está la ambigüedad estudiada de Jeremy Corbyn, como Goldilocks ni demasiado Brexit ni demasiado remain

Más que dejarnos llevar por la retórica nacionalista o europeísta, mi padre – que pronto cumplirá los 91 años- y yo intentamos aplicar la lógica, y, puesto que él es ingeniero civil, usamos modelos de la teoría del camino critico – critical path theory– una técnica de secuencia lógica usada para averiguar, por ejemplo, si un puente en construcción se colapsaría o si una nueva autopista podría convertirse en una trampa mortal. ¿Sería compatible un Brexit más blando, pongamos de Norway plus one, con el fin del libre movimiento de mano de obra, o, una cuestión aun más osada, con la supervivencia del Partido Conservador? Asi mismo: ¿un segundo referendum sería compatible con la supervivencia del Partido Laborista en el norte posindustrial donde el Brexit fue elegido masivamente por la clase obrera blanca y por donde recorre estos días la marcha “Leave means leave”?

En muchas ocasiones, tras mantener largas conversaciones sobre las ultimas declaraciones del pintoresco brexiteer Jacob Rees Mogg (que a veces, habla en latín…) o, cruzando al bando remain, sobre las soluciones simplistas del spin doctor blairista Alistair Campbell, llegamos a una conclusión inevitable en el camino critico: la gran obra civil bien sea del Brexit o bien del remain reconstruido   puede colapsarse nada más colocar la primera piedra.

Hay cientos de posibles escenarios en el parlamento. Y, claro, para deducir el comportamiento de los 650 diputados en la cámara, hay que sondear la opinión publica que ellos representan. Aquí existe una división épica entre el brexit y el remain, . Es más, dentro de la mega polarización del país dividido en dos, existen cientos de subdivisiones, un millón de motivos para defender el leave o el permanecer. Con todo eso, no hay tiempo para crucigramas ni para una partida de Scrabble.

Dada la complejidad del juego y la extrema fragmentación de la opinión publica respecto al Brexit, el intento trumpiano de Theresa May de convertirse en la “voz del pueblo” frente al disfuncional parlamento en Westminster resultó más difícil de digerir que la mostaza Colman’s. “¡Yo entiendo lo que quereis!”, dijo la primera ministra al estilo de Eva Perón, en su mini discurso pronunciado con un trasfondo de dos banderas Unión Jack. “El Parlamento tiene que dejar de mirarse al ombligo”. Pero todos los que participan en el rompecabezas del Brexit saben que es tan endiabladamente complicado, y el debate tan visceral, que el ombligo es el único lugar seguro.

May se presentó como una primera ministra que sintoniza con los deseos del pueblo mientras un Parlamento anárquico y destructivo pone trabas a todo. Pero basta con salir al pub para saber que los británicos están igual de divididos ante el Brexit que el mismo parlamento. Aunque todos coinciden en que están hartos (“sick to the back teeth”, se suele oír),, es difícil encontrar a dos personas que están hartas por el mismo motivo. Hay quienes están hartos porque no salimos de una puñetera vez de la UE y hay otros que están hartos porque lo lógico y sensato sería no salir. Todos coinciden en que estamos en un momento de caos e humillación nacional pero discrepan respecto a la solución y la causa. La cámara de los comunes parece una jaula de grillos porque así es la democracia parlamentaria cuando el pueblo lo es también.

Por eso no es de extrañar que muchos acusaron a May de hacer un discurso populista que puede desatar una dinámica política muy peligrosa y, hasta poner en riesgo la seguridad física de muchos diputados. A fin de cuentas, existe en el Reino Unido -al igual que en muchos otros países, en estos momentos, desde Brasil a EEUU – una indignación permanente contra los políticos y quien azuza las llamas, corre el peligro de provocar la violencia. Muchos diputados han recibido amenazas de muerte.

Lo más curioso de todo es que la UE parece querer defender más a Theresa May que defender el parlamento británico. Es extraño porque la Cámara de los Comunes, pese a todas sus discrepancias, es mayoritariamente partidaria de un Brexit blando o incluso del remain, que, en teoría, es lo que quiere la UE o al menos es lo que quería. Pese a ello, Michel Barnier anunció el miércoles que la UE solo retrasará la fecha tope del brexit -el próximo 29 de marzo- si el parlamentan británico aprueba el acuerdo de salida pactada entre Theresa May y la UE. Solo después, cuando los líderes europeos se dieron cuenta de que el plan May difícilmente será aprobado en su tercer votación en la cámara, se elaboró una segunda opción.

Bajo el nuevo plan anunciado en Bruselas el jueves, si se vuelve a rechazar el acuerdo alcanzado entre May y la UE, se aplazará la fecha tope para la salida del Reino Unido de la UE hasta el 12 de abril. Va a ser el segundo abismo. Así se prolonga el juego de chicken -¿Quién será el último en desviarse de la carrera antes del precipicio – , tal y como nos enseñó James Dean en Rebelde sin causa?.

La modificación del jueves, por lo menos, ha alejado unos días la fecha del escenario catastrófico del no deal. Pero en una crisis en la que el tiempo corre como en una película de suspense, el doomsday pronto volverá a ser inminente. “La probabilidad de un no deal sigue igual que antes”, advirtió Wolfgang Munchau del Financial Times en un tuit del viernes. De modo que resulta difícil entender por qué la UE no abandona el juego del rebelde sin causa para conceder una prolongación indefinida al Reino Unido para que resuelva su crisis existencial. Esto, beneficiaria a quienes en el parlamento, -los laboristas por ejemplo-, quieren diseñar un Brexit mas blando , o incluso celebrar un segundo referendum. O sea, es una solución que la UE debería aplaudirá. Antonio Costa, el primer ministro portugués propuso exactamente esta opción tras conversar con Jeremy Corbyn el jueves.

Si, tal y como parece probable , los diputados no aprueban por tercera vez el plan May, la UE tendrá la oportunidad de ayudar a Corbyn a pactar un acuerdo del Brexit blando que, con toda probabilidad seria un modelo estilo noruega. El lider laborista podría convertirse en el hombre sensato y medido que encuentre la salida del rompecabezas. Pero, al margen de los peces pequeños de la izquierda periférica como Costa, habría que preguntar: ¿de verdad querrán los representantes del establisment europeo -sobre todo el Blair francés Emanuel Macron- que un socialista de la vieja guardia como Corbyn desate el nudo gordiano del Brexit y se convierta en el favorito para ganar las próximas elecciones? Tal vez, prefieren a los brexiteers.

LA VANGUARDIA