Está muy claro que, en política, como del cerdo, todo se aprovecha. Quiero decir que los analistas -y, por supuesto, los mismos políticos- somos y son capaces de, pase lo que pase, cuadrar cualquier evento con la interpretación de la realidad que más conviene. Todo, sea lo que sea, pasa por el filtro que permite que cualquier hecho y circunstancia nos dé la razón. Lo acabamos de ver con las declaraciones del mayor Josep Lluís Trapero en el juicio farsa que se celebra en el Tribunal Supremo, y que han sido utilizadas por todos, en todas las direcciones imaginables, en beneficio propio. Unos, para reafirmar su teoría de la irresponsabilidad y repetir que no había nada preparado. Otros, para defender el buen hacer del gobierno, que siempre habría respetado la independencia del cuerpo de Mossos. Incluso a otros les ha ido de maravilla para ver confirmada la idea de que los Mossos nunca han sido de fiar. Así, Trapero ha podido ser a la vez un excelente profesional o un falsario que había engañado a todo el mundo; el buen líder de un cuerpo policial eficiente o un traidor a la causa incluso dispuesto, si le ordenaban, a detener al gobierno; un hombre de un coraje admirable o un cobarde miserable. Todo, según ha convenido al relato de cada uno.
En particular, todavía resulta más interesante ver no sólo con qué benevolencia representamos a los nuestros, sino cómo se construye la imagen del adversario, despreciándola, caricaturizándola o demonizándola directamente para que, en nuestro mundo, todo encaje y nada se tambalee. La ronda promocional del último libro de Josep Antoni Duran Lleida, por poner otro ejemplo, también ha dado para mucho. Está claro que él ayuda el no decir, con ese punto de descaro habitual en las respuestas. Ahora bien, los mismos que exigen una libertad de expresión sin límites para los insultos de un rapero, han sido capaces de proponer un boicot al programa que le entrevistaba. Y a algunos que han salido a defender la entrevista apelando a la libertad de expresión, no les había parecido necesario hacerlo cuando Toni Albà era castigado de cara a la pared para utilizar la suya. Siempre, la ley del embudo: ancho para mí, estrecho para ti.
No descubro nada. Sólo describo las lógicas de unas batallas políticas que, afortunadamente, sólo utilizan las armas de la retórica. Unas armas que no son inofensivas porque provocan víctimas, pero que al menos no hacen sangre. Ahora bien, llámenme ingenuo, pero creo que esta batalla por la independencia debería respetar los límites de la coherencia lógica, los de una cultura política democrática elemental y unas bases éticas tan exigentes como fuera posible. Así, si defendemos la independencia entre los poderes del Estado, entonces no deberíamos esperar que la nuestra fuera una policía política. Y si el gobierno respetó la independencia de los Mossos, al menos se le debería reconocer este punto de responsabilidad democrática. Del mismo modo que la defensa de la libertad de expresión sólo gana credibilidad cuando lo es para los que son contrarios a nuestro pensamiento e intereses, y no para los amigos.
Desde mi punto de vista, la calidad democrática, cívica y ética del proceso hacia la independencia es muy relevante porque marcará por mucho tiempo la calidad de la república que seamos capaces de construir. Que las debilidades de la Transición española hayan marcado cuarenta años después los límites democráticos del régimen del 78, es una lección para saber que nuestra independencia se hará sobre unas bases de máxima honestidad ética y de extrema dignidad política. Unas bases que, por otro lado, estoy seguro de que son las que explican la consistencia y la resistencia de la actual adhesión popular, a pesar de tantas decepciones y largas esperas.
Si es cierto que nunca tanta gente había estado tanto tiempo interesada en política, podríamos aprovecharlo para profundizar en nuestra cultura política, para conocer mejor cómo funcionan las instituciones y, sobre todo, para saber sobre qué principios se sostiene un sistema democrático. Menos tertulias y más expertos. Menos chafardeo y más hechos. Menos opinión y más información. Menos demagogia y más argumentos. Menos adhesiones y más autocrítica. Menos propaganda y más verdad.
LA REPÚBLICA.CAT
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