El sistema-mundo está transitando hacia un nuevo orden global. A lo largo de la historia se han sucedido diferentes órdenes geopolíticos, liderados por una o a veces dos superpotencias que son las que a través de su dominio han establecido las reglas del juego y han impuesto al resto de actores -actores políticos periféricos- las normas internacionales.
Tras el liderazgo británico durante la etapa de expansión colonial y de desarrollo industrial que duró hasta la primera Guerra Mundial llegó la transición de entreguerras hasta el orden bipolar surgido del fin de la Segunda Guerra Mundial. Entonces los Estados Unidos y, en menor medida, la URSS actuaron como polos de poder en un contexto de Guerra Fría y fijaron las reglas en cuanto a la cooperación económica y militar con los países aliados o satélites de cada bloque.
La caída de la URSS supuso una transformación en la correlación de poderes a escala global. El hundimiento de la mayoría de los estados que habían abrazado el Socialismo como modelo político-económico desencadenó una etapa de euforia y autocomplacencia en el Sistema Capitalista que fortaleció la ortodoxia ideológica representada por los tiburones del neoliberalismo. Los EEUU se convertían la única superpotencia con capacidad de influencia global.
Este nuevo orden unipolar se caracterizó por la capacidad hegemonizadora estadounidense a la hora de colonizar mediante el softpower el sistema económico, político y cultural del resto de países, y por la subordinación de los intereses nacionales de estos estados periféricos a los intereses norteamericanos. Hay que entender que en cualquier orden internacional la periferia la marca siempre el polo de poder. Y a medida que nos alejamos del centro de poder se agrava la alienación de los propios intereses por los que impone el agente ordenador del sistema.
Aquel gran orden estadounidense parece haber iniciado su desintegración. Principalmente porque otros actores políticos relevantes han decidido tomar distancia respecto al viejo atlantismo. Un nuevo orden multipolar emerge: actores como Rusia, India, Brasil, Japón, Israel o Arabia Saudí definen sus áreas de influencia mediante acuerdos comerciales o participaciones en conflictos militares. Este es el telón tras el que se esconde la auténtica batalla por la hegemonía, mientras China trabaja desde los 90’s para consolidarse -en el continente africano, por ejemplo- como la nueva referencia.
La hegemonía británica se había fundamentado, sobre todo, en la expansión del comercio marítimo y la imposición de la supremacía naval de la Royal Navy, de aquí la exportación de un modelo de administración y el control de los recursos que necesitaba la industrialización. En el sistema bipolar de la guerra fría, el dominio se construyó en torno a la supremacía militar ligada a la nuclearización y la capacidad de control político de los estados satélite. En el caso de la hegemonía estadounidense del último cuarto del siglo XX hay que incorporar la dolarización del sistema financiero global, la extensión de la doctrina neoliberal de mercado y los peso e influencia de los gigantes empresariales tecnológicos y culturales.
Es interesante mirar al pasado para intentar proyectar los escenarios de futuro probables y deducir cuáles podrán ser los elementos que decanten la disputa por el liderazgo del nuevo orden global.
Estos elementos son en mi opinión el epicentro de la disputa actual:
- Control de los recursos naturales. Muy especialmente los recursos hídricos. En un mundo en el umbral del colapso ecológico y demográfico, el control de los recursos define la capacidad de un Estado de garantizar su propia viabilidad y reducir las dependencias con el exterior.
- Liderazgo tecnológico. La primacía del desarrollo tecnológico permite el uso de nuevas herramientas de control para blindar la seguridad interior y, al mismo tiempo, desestabilizar a los adversarios. El control tecnológico será el factor decisivo que dirimirá la supremacía económica entre China y los EEUU, a la espera de comprobar la fortaleza de la nueva India. La máquina de vapor fue clave para convertir a la Gran Bretaña en una superpotencia industrial. Ahora la Inteligencia Artificial y los algoritmos marcarán un cambio de época y abrirán y cerrarán posibilidades.
- Supremacía militar. Algunas de las nuevas guerras decisivas son financieras, comerciales y tecnológicas. Sin embargo, la capacidad de disuadir militarmente cualquier adversario de interferir en la soberanía propia o de otros ha sido y seguirá siendo un factor capital.
Cataluña dentro del nuevo orden global
El orden global anterior ha permitido a Cataluña, en el marco de la Unión Europea, convertirse en un actor modesto en la primera corona de influencia americana que ha sido el espacio atlántico. Cataluña, a través de la UE, ha podido vivir una etapa de desarrollo económico, social y democrático que nos ha permitido vivir el periodo de estabilidad más importante de nuestra historia reciente. Especialmente a través de Barcelona, pero no sólo, Cataluña se ha situado en el mapa hay convertido en un polo económico de referencia a escala europea lo que le ha permitido construir una economía exportadora y atraer talento, turismo e inversiones. Todo esto nos ha acercado a posiciones de vanguardia entre las regiones europeas en estándares de desarrollo.
Sin embargo, los equilibrios de poder están cambiando y el centro de gravedad que hasta ahora pivotaba alrededor del espacio atlántico se ha desplazado hacia el pacífico, y a velocidades desconocidas hasta ahora. Esta transición nos sitúa, como verdadero apéndice europeo que, en una posición más periférica respecto del nuevo poder global.
Los síntomas de desintegración europea hay que relacionarlos con las consecuencias colaterales de la pérdida de peso geopolítico que este espacio ha sufrido. Si la UE no es un actor con capacidad de influencia política, económica o militar en este nuevo orden, es previsible que se acelere su degradación a la vez que le van creciendo los monstruos.
Cataluña debería activarse para no verse desplazada a la periferia del nuevo sistema global, como simple parte subordinada de un actor europeo menor y desorientado. Y debería empezar a pensar qué papel puede y quiere jugar dentro del nuevo orden. Sus dimensiones geográficas y demográficas constituyen determinaciones objetivas que condicionan su posible papel en muchos ámbitos ligados a la economía o la seguridad. Pero estas mismas dimensiones y la propia complejidad y diversidad de la sociedad pueden ser factores favorables al ensayo de formas nuevas de participación política y de innovación social, ante un capitalismo cada vez más intensivo, descarnado y deshumanizado y las formas de autoritarismo que lo acompañan. Aprovechar la energía de la sociedad para poner en marcha experiencias que puedan actuar como contrapeso e inspirar alternativas puede quedar a nuestro alcance.
Si la guerra tecnológica y comercial va acompañada de la uberización de la economía y la devaluación de los derechos y las condiciones laborales, Cataluña podría proponerse la construcción de un modelo de concertación, de armonización, entre los derechos sociales y los avances tecnológicos.
Si la nueva economía apuesta por un modelo depredador de los recursos, Cataluña podría apostar más bien por la economía circular y el desarrollo sostenible.
Si la democracia se convierte, en el nuevo orden global, en un sistema eclécticamente prescindible o matizable, como estamos viendo en EEUU, Rusia, China, Brasil -y veremos en qué medida en Europa en el próximo ciclo electoral-, Cataluña se puede proponer convertirse en un dique de contención a esta nueva ola y apostar por la profundización democrática y la defensa de los derechos humanos.
En definitiva, Cataluña puede aprovechar su presencia en la agenda internacional para proyectar un imaginario político que conecte con la cosmovisión más progresista que tienen algunos de los colectivos perdedores de los grandes procesos de cambio que estamos viviendo como pueden ser los jóvenes, las mujeres o los inmigrantes.
El exministro de exteriores belga, Mark Eyskens, definió Europa como un “gigante económico, un enano político y un gusano militar”. La frase, que ha hecho fortuna, refleja cómo Europa ha desaprovechado su potencialidad a la hora de ser un actor de primer orden en el tablero internacional. Quizás sería interesante que Cataluña se fijara el propósito de ser un “enano económico, un microbio militar y un gigante político”.
La dimensión no es un factor que, por sí mismo, incapacite un país o lo condene a la irrelevancia.
Es necesario que encontremos nuestro lugar en el mundo y que este lugar nos haga sentir cómodos con lo que somos y queremos ser.
RACÓ CATALÀ