Recientemente se ha difundido en la prensa guipuzcoana la constitución de una “Fundación V Centenario” cuya presentación será en Irún el 19 de diciembre, con una conferencia en torno al libro “Viendo dentro en la tierra a los enemigos. Las compañías de Azcue y Ambulodi frente a las tropas franco-navarras (1521-1522)”, de Denis Álvarez Pérez-Sostoa e Iñaki Garrido.
Su declaración de intenciones no puede ser más diáfana. Se trata de una justificación, basada supuestamente en la “historia”, de los alardes de San Marcial. Estos, se afirma, conmemoran la victoria de la ciudad frente a las tropas “franco navarras”. En el contexto de 1521-1522, la referencia nos sitúa en plena guerra de conquista del reino de Navarra y en los violentos orígenes del imperio español, católico y expansionista.
Desde finales del siglo XIX se viene celebrando en Irún un acto memorial que alude a un revés histórico, una derrota del país y sus libertades. Bien sabemos que en estos episodios son los vencedores quienes escriben la historia y que la batalla del monte Aldabe, tal como se acepta entre amplios sectores de Irún, está redactada por historiadores españoles. Pero, por acrítica y desinformada que sea la posición desde la que aceptemos estas versiones, ¿cómo a estas alturas del siglo XXI se le ocurre a alguien celebrar –y reivindicar el relato- de las brutalidades de un imperio genocida? ¿Cómo puede alguien festejar el ataque a las libertades de su propio pueblo? ¿Cómo es que a nadie se le ocurre una revisión de aquellos acontecimientos lamentables, y proponer una reparación de los derrotados, de los sometidos y humillados en aquellas circunstancias de ocupación militar del país?
El que a estas alturas del presente se reclame el 500 aniversario de dicha escaramuza como una victoria propia, de Euskal Herria, suena tan falso y embaucador como lo fue el otro intento de celebración, el del 500 aniversario de 1512, cuando intentaron pasar la invasión del duque de Alba como una “incorporación” o “anexión” al imperio español en términos voluntarios. Tras un profundo debate social, tras polémicas y congresos, hoy no existe discusión en la práctica sobre aquellos hechos: fue una conquista y una ocupación “militar, civil y eclesiástica”. La batalla del monte Aldabe (San Marcial) constituye un episodio vergonzante más de aquella guerra. Si alguien quiere informarse, ahí está el libro de Pedro Esarte “La Batalla de San Marcial. El origen festivo del Alarde de Irún en dos versiones”.
La de Navarra coincide en el tiempo con otras ocupaciones: Granada, Flandes, Nápoles, islas Canarias, el continente americano (y sus genocidios consiguientes). ¿Qué pretenden celebrar en Irún, la desaparición de un Estado vasco, libre, europeo, existente? ¿Se pretende banalizar la derrota de la Navarra independiente al estilo Borrell? ¿Por qué no celebramos, de paso, las andanzas del ejército de Hernán Cortés –que intervino en Amaiur según parece-, sus matanzas, sus rapiñas, sus violaciones?
Son hechos que se deben recordar, pero no celebrar. Sin memoria un pueblo está al albur de la manipulación, sin saber quién es, cuáles son sus circunstancias y orígenes. La amnesia es su peor enemigo. Toda sociedad se proyecta al futuro con una memoria. Si no la tiene propia, centrada en sus intereses actuales, alguien con poder se encargará de sustituirla con versiones manipuladas, incluso contrarias a su realidad, como aquí ocurre. Su ejercicio, como destacó Walter Benjamin, es un acto de reivindicación de los agravios e injusticias sufridos por grupos sociales diversos —naciones, clases, sectores marginados…— y tiene como objetivo su reparación.
Un ejercicio de salud cívica y política sería que Irún revisara qué celebra en su gran fiesta. Se nos ocurre el modelo de José Antonio Agirre en el Estatuto de Lizarra de 1931, oficializado en 1936, o el acuerdo de las Juntas Generales de Gipuzkoa de 2 de julio de 1979, en los que se acuerda la modificación del escudo vigente desde 1513, y la desaparición de los “doce cañones” de Belate arrebatados a las tropas navarras. El acuerdo del Gobierno Vasco de 1936 afirma textualmente:
“El escudo adoptado por el Gobierno Vasco en decreto del 19 de octubre de 1936 consta de “las armas de Araba, Bizkaya, Gipuzkoa y Nabarra, en sus propios colores, eliminando de ellas los atributos de institución monárquica o señorial y de luchas fratricidas entre vascos, agregando los símbolos de su primitiva libertad…”
La batalla de Aldabe forma parte indudable de la manipulación de la memoria que hace oficial y justifica la sumisión del pueblo vasco, para lo cual –como apuntaba Agirre- no se duda en azuzar ofensas históricas y agravios internos para dividir y mejor dominarnos.