El 25 de abril de 1974 resulta una fecha evocadora para quienes entonces teníamos un cierto uso de razón política. En esa fecha el pueblo portugués, apoyado por sus militares, hartos de las costosas, y carentes de sentido, guerras coloniales se rebeló contra un Estado autoritario que prolongaba una larga y agónica decadencia. La revolución de los claveles constituyó una explosión de alegría y, sobre todo, una reivindicación de libertad.
Mientras esto sucedía en la nación que existe al oeste, al “poniente”, de la península Ibérica, Portugal, las sometidas al dominio del Estado español soñábamos con un cambio de sistema político tras lo que se percibía ya como próximo: la muerte del dictador Franco. Nuestras esperanzas se vieron defraudadas por razones que han sido explicadas muchas veces. El régimen surgido a partir de la muerte del general en 1975 fue, desde su comienzo, la simple continuación del fascismo. Franco lo dejó todo, efectivamente, “atado y bien atado”.
El entramado que se montó en los años inmediatos a su muerte en cama consiguió “legitimar” un régimen nacido del totalitarismo y construir otro que, bajo el prostituido nombre de ”democracia”, lo siguió siendo. Comenzando por la monarquía, encarnada en una persona que había jurado ante Franco los “Principios fundamentales del Movimiento”. Siguiendo por el mantenimiento en todas las estructuras del poder real (ejército, policía, judicatura y tantos otros) a los funcionarios adictos al Régimen y sin la menor depuración. Pasando por una ley de Amnistía que lo que pretendía en realidad era hacer borrón y cuenta nueva de los crímenes del franquismo. Y, como culminación, promulgando una Constitución en la que el único sujeto político, constituyente y constituido, es “el pueblo español”, cuya unidad plantea como indiscutible y al ejército como su garante, y del que formamos parte obligada, tanto navarros como catalanes.
Los años transcurridos desde aquél, lejano en el tiempo pero próximo en sus efectos políticos, 1975 han ido mostrando cada vez con más claridad las vergüenzas de un régimen, simple prolongación del anterior. Su unitarismo cada vez más duro; la corrupción como elemento estructural del mismo, unos partidos políticos y sindicatos que, los que funcionan a nivel de todo el territorio del Estado español por lo menos, son simples correas de transmisión de su política; un estamento judicial, sucesor perfecto del antiguo Tribunal de Orden Público (TOP), y tantos otros. Todo ello dibuja un panorama desolador desde el punto de vista democrático. Simplemente no aparece como tal.
Los partidos políticos “nacionalistas” existentes en las naciones subordinadas al Estado español, principalmente la vasca y la catalana, han fracasado en el logro de lo que suele ser el objetivo de las naciones sometidas: la consecución de su libertad. En mi opinión, son responsables, en gran medida, del bloqueo de su proceso de emancipación. Las tendencias del mundo actual, sobre todo en el entorno de los dos estados de los que dependemos, conducen a la necesidad de la constitución en sendos estados independientes a ambos países. Otras naciones europeas, sometidas a estados de un unitarismo menos férreo, como Escocia, Flandes o la parte no liberada de Irlanda, por ejemplo, persiguen el mismo objetivo. Esta situación de bloqueo se ha producido, en gran parte, por el hecho de que estos partidos forman parte de la estructura de ese mismo Estado totalitario, del que reciben sus subvenciones y, en cierta manera, aunque en descenso continuo, la gestión de determinados recursos de sus respectivas “comunidades”, a través de los llamados “gobiernos autónomos”.
El único modo que, en mi opinión, se percibe para salir del pozo en que nos hallamos consiste en reencontrar a la propia sociedad civil. Tanto la catalana como la vasca son sociedades fuertes, cohesionadas, con una cultura social y política mucho más integrada en Europa que la española. Ambas, además, presentan una fuerte conciencia nacional, de identidad y de pertenencia. Todos estos factores que se incluyen en el haber de las dos naciones no han sido suficientemente puestos en valor por los citados partidos políticos que disfrutan de las prebendas del imperio. Al contrario, han sido relegados al “baúl de los recuerdos”.
En la nación que se ubica en el otro extremo geográfico de la península, el este o “levante”, en los Países Catalanes, en el territorio del Principado de Cataluña, ha surgido recientemente una iniciativa cívica con la reivindicación de la “libre disposición” como eje central. Creo que en Cataluña se ha recorrido un camino importante. El debate sobre la necesidad de un Estado propio centra los artículos de opinión incluso de periódicos tan hispánicos como
El 25 de abril estuve en uno de los pueblos del Tarragonés en los que se votaba el referéndum y fue un domingo normal. Un día festivo, incluyendo la exhibición de los “castellers”. La votación fue un acto cívico sin alharacas, serio, pero al mismo tiempo se podía percibir la satisfacción de las personas que habían ejercido un derecho, “su” derecho, y, en su inmensa mayoría, elegido la opción de que Cataluña se convierta en “un Estado de Derecho, independiente, democrático y social, integrado en
También nosotros tenemos una sociedad fuerte y con iniciativas de gran valor, aunque, por desgracia, no en el campo político. Ya es hora de que nos marquemos como primer objetivo democrático el logro, o recuperación si preferimos, del Estado que durante muchos siglos fue el que nos constituyó como sujeto político en el mundo, el de Navarra. Nuestra sociedad, nuestro pueblo, lo necesita y se lo merece. Y para nosotros, como decía Salvador Cardús recientemente en relación con Cataluña, tiene que ser una exigencia, un deber, tanto o más que un derecho.