Y, sin embargo, resistentes

OBSOLETOS.

Nada explica mejor las actuales dificultades del independentismo para hacer gobierno que esta parábola evangélica: “Nadie rompe un vestido nuevo para poner un remiendo a uno viejo: si lo hiciera así, rompería el nuevo, y al viejo no le iría el trozo del nuevo. Y nadie echa tampoco vino nuevo en odres viejos si lo hiciera así, el vino nuevo reventaría los botes y se derramaría, y los pellejos se estropearían. El vino nuevo se debe echar en odres nuevos” (Lucas 5, 36-38). Y es que, efectivamente, utilizamos instrumentos viejos para hacer un país nuevo. Las antiguas lógicas autonomistas de los viejos partidos se han convertido en el mayor obstáculo para construir la nueva República. Y falta audacia y capacidad para asumir los riesgos que exige la defensa de nuestra dignidad y nuestra alta aspiración democrática.

 

MOROSOS.

Es la calle la que empujó a los partidos catalanistas a asumir el soberanismo sin más subterfugios. Unos partidos se tiraron de cabeza, y otros saltaron del carro. Finalmente, en las elecciones del 27 de septiembre de 2015, la calle pasó el testigo de la carrera hacia la independencia a los partidos que se habían comprometido con ella. Y a fe de dios que han pagado caro el compromiso de acercarse a ellos tanto como supieron y pudieron. Pero desde el 21-D estas fuerzas, y a pesar de que se les dio de nuevo la mayoría absoluta que necesitaban, han vuelto a quedar detrás de las aspiraciones de la mayoría. Vuelven a ir por detrás, si no es que algunas tienen la tentación de tomar otra dirección.

 

DIVIDIDOS.

A menudo tengo la impresión de que las dificultades de los partidos soberanistas para ponerse de acuerdo no sólo son consecuencia de las diferentes estrategias que defienden sino de sus propias divisiones internas. El margen de maniobra que los negociadores tienen para pactar se ve limitado por la necesidad de evitar tensiones que llevarían a rupturas internas. De manera que determinadas expresiones públicas de discrepancia deberían interpretarse no como un obstáculo para el entendimiento entre JXC, ERC y la CUP sino como acciones destinadas a apaciguar las respectivas tensiones internas.

 

PERPLEJOS.

Es cierto que la calle -la calle independentista, por decirlo así- está desconcertada. El estado de ánimo va desde el abatimiento hasta la irritación. Los niveles de confianza están bajo mínimos. El enojo va pasando de una formación política a otra, siempre contra la última que pone palos en las ruedas. Las fuertes convicciones propias -y sí, las bravuconadas y los desprecios de los adversarios- consiguen que aún no haya deserciones. Nadie sabe, sin embargo, hasta cuando se resistirá y a partir de qué momento comenzará a haber abandonos.

 

ATRAPADOS.

Ahora mismo, el adversario ejerce su fuerza imponiendo una versión distorsionada de los hechos. Una versión que, lamentablemente, también se traga buena parte del independentismo. Y este relato ajeno le hace adoptar actitudes antipolíticas y antiinstitucionales que hacen que se cebe en contra de sí mismo. Cierto que las fuerzas independentistas se lo ponen fácil e incrementan la peor interpretación del adversario. Por ejemplo, cuando se reducen las actuales discrepancias a una batalla mezquina de nombres y sillas. Pero hay que entender que, cuando te juegas la piel, los nombres también hacen la estrategia.

 

RESISTENTES.

Es así: con herramientas viejas, con el freno puesto y peleados, desconcertados y menudo abducidos por el adversario. Pero también resistentes: firmemente comprometidos con la libertad de los presos y exiliados y con la defensa de la libertad de expresión. Y, sobre todo, con la esperanza de un horizonte irrenunciable.

ARA