Un apolítico es alguien que, como se dice hoy, por defecto está con quien domina la política. Quien así se diga no te lo admitirá nunca, pero el apolítico cuenta tanto políticamente como el que presume de compromiso político, porque su teórica omisión política de facto favorece a quien controla la que se haga en ese momento. La pretensión y la consecuencia de ser apolítico lleva a la frase síntesis de Joan Fuster: “Toda política que no hacemos nosotros será hecha contra nosotros”. Por ello la pretensión de los que han monopolizado la política ha sido siempre que el súbdito esté por el fútbol, etc. “Joven, haga como yo, no se meta en política”, dicen que dijo Franco, y “Detesto la política desde el fondo de mi corazón”, añadió Salazar, el dictador de Lisboa. Dos apolíticos cuya política costó miles de muertos.
Con el nacionalismo -un aspecto de la política- pasa lo mismo. Quien presume de no-nacionalista, le guste o no, o quiera o no, se dé cuenta o no, es nacionalista ‘por defecto’. En mayor o menor medida, pero de forma insoslayable. El alarde de no-nacionalismo es garantía de solidez y a menudo de afiliación nacional. Y esto se hace más evidente donde hay conflicto nacional. ¿Evidente? Para muchos seguramente no tanto. El nacionalismo español ha sido y es tan potente que para muchas personas es ‘natural’. Tan ‘natural’ que incluso muchos ‘soi disants’ nacionalistas catalanes hablan indolentemente de “mercado nacional”, “selección nacional”, “canales nacionales”, etc. españoles. A veces los entusiastas del ‘transparente’ nacionalismo español incurren en contradicciones como las que acaba de proferir la califa del PSOE andaluz: tras afirmar que ella y su partido no son nacionalistas, ha rechazado la ‘nación de naciones’ de su competidor porque en España… sólo hay una nación, sólo puede haber una. Lo que debe ser cierto es que el potentísimo nacionalismo español tiene la nación edificada a medias. El modelo era Francia pero el resultado es España. El nacionalismo español no ha sabido o podido terminar la nación española, y eso mismo explicaría su agresividad.
El nacionalismo catalán es defensivo, de rechazo a la asimilación que ha pretendido el vecino que dispone de la fuerza. Si no fuera trágico sería cómico verse acusado de nacionalista por quien, con el Constitucional cogido por el cocido, pone obstáculos en nombre de la innombrable que, para más cinismo, ¡resulta que no tiene partidarios!
EL PUNT-AVUI