Trascripción de la conferencia pronunciada por el autor en el Centre d’Estudis d’Altafulla el 28 de noviembre de 2015.
INTRODUCCIÓN
En los últimos años se ha producido una inversión en la perspectiva que tienen la nación vasca y la catalana entre sí. Hasta hace pocos años, era el pueblo catalán el que se encontraba entusiasmado con el “valor y capacidad” del pueblo vasco frente al Estado español. Y lo comparaban con su propia pretendida inoperancia y ajuste al sistema autonómico surgido de la “transición” mal llamada democrática. La “radicalidad” vasca se reconocía en Cataluña como un modelo de lucha y oposición a tal acomodo y pasividad. Esta visión se complementaba, desde el País Vasco (*), con un cierto “menosprecio” de la “flojera” catalana por su aceptación poco crítica de la organización autonómica del Estado español.
Hasta hace algún tiempo existía en Cataluña una especie de admiración, incluso un “enamoramiento”, de cómo se llevaba en Euskadi la lucha contra el Estado español. Se centraba sobre todo en la actividad de ETA. Existía una especie de fascinación, por sus atentados, sí, pero sobre todo por su capacidad de movilización. Podía más una aparente radicalidad que una realidad que ha ido desapareciendo como humo al terminar los fuegos artificiales. Esta simpatía se mantuvo alta hasta el atentado de Hipercor en 1987, momento en el que empezó paulatinamente a decaer.
Hoy nos encontramos en la situación inversa. Ya hace varios años que los catalanes han iniciado un proceso, serio en principio, hacia su emancipación, hacia su constitución como Estado independiente. Nosotros, en cambio, parece que estamos en una fase acelerada de integración y recuperación dentro del autonomismo y cada vez más alejados de cualquier proceso real hacia la independencia.
En este trabajo intento reflexionar sobre paralelismos, semejanzas y diferencias, entre el actual proceso catalán y un hipotético proceso vasco hacia la independencia y de los caminos por los que han transitado ambas naciones en los últimos tiempos. También proponer, a modo de hipótesis, algunas razones que los expliquen. Y, sobre todo, cómo se percibe desde Vasconia el actual proceso catalán.
Hay evidentes semejanzas entre la sociedad catalana y la vasca. Son dos naciones con lengua propia a las que el absolutismo castellanizante del Estado español ha intentado castrar y asimilar. Son dos países con una cultura social de cooperación muy rica y distinta de la “castellana” adoptada después por la española. Son dos pueblos en los que el trabajo ha sido considerado históricamente como un valor positivo. La cultura del esfuerzo y la superación es común a ambas sociedades. En ambas, el mundo asociativo es abundante: el trabajo comunal, auzolan entre los navarros, sardanas o dantzas, coros, grupos de montaña y excursionismo etc.
Hay un hecho social común a una y otra nación en esta etapa. Se trata de la fortísima inmigración española a las zonas industriales de ambas, sobre todo en la etapa del “desarrollismo” de los años sesenta del siglo pasado. Más precoz en el tiempo, anterior a la guerra del 36, y más fuerte en intensidad hacia Cataluña que hacia Vasconia. En ambos casos han sido situaciones no controladas desde la propia sociedad receptora. Son migraciones masivas de población utilizadas, en muchas ocasiones, por el Estado matriz con una función nacionalizadora en su favor.
CATALUÑA
Entre los precedentes intelectuales de la reciente eclosión independentista a nivel popular se encuentra el libro de entrevistas “Jo no soc espanyol” publicado, en su primera edición en 1999, por Víctor Alexandre. La obra consiste en un conjunto de entrevistas a personas de prestigio que se reconocen sin complejos como “no españolas”.
El malestar generalizado por el déficit fiscal de Cataluña frente al Estado español, el abandono sufrido por sus infraestructuras por parte del mismo, la presión cada vez más fuerte en contra de la lengua propia de Cataluña y el sistema de inmersión lingüística, condujeron a un intento de blindar su situación dentro de Estado español mediante un nuevo Estatuto de autonomía en 2006. La escandalosa sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional español sobre el mismo –su “cepillado”, según el inefable Alfonso Guerra- fue la gota que colmó el vaso.
A partir de ese momento se desencadenó un proceso que parece imparable. Un movimiento que hasta esa fecha era difusamente independentista, expresado muchas veces con expresiones federalistas o de exigencia de mayor autonomía, dio un salto cualitativo y se tornó independentista por completo. Se produjeron hechos auténticamente rompedores. Las votaciones a favor de la independencia iniciadas en Arenys de Munt en 2009, seguidas por otras análogas en casi todas las poblaciones del Principado, incluyendo Barcelona; las manifestaciones multitudinarias de los últimos 11 de septiembre. Las cuatro últimas diadas del 11 de septiembre lo expresan y remachan con claridad.
La eclosión independentista fue fulminante, pero estaba soportada sobre un trabajo soterrado y silencioso de muchos años. Prácticamente desde el final de la guerra en 1939, con la derrota consiguiente, comenzó la recuperación. Una cumbre de la insumisión se alcanzó con la consulta, ilegal, del 9N de 2014. Esta consulta se realizó ante la presión de la sociedad civil, por decisión del propio presidente de la Generalitat autonómica, Artur Mas. Mas ha sido el único dirigente político de alto nivel, procedente del mundo autonomista y con responsabilidad en el régimen actual, capaz de expresar la trascendencia del proceso catalán como un proceso de emancipación “nacional”. El éxito de esta votación, reitero, “ilegal” fue tremendo. Participaron algo más de 2.200.000 personas, de las que aproximadamente 1.800.000 votaron ‘sí+sí’, es decir a favor de la independencia. La “conversión” de Mas al independentismo ha arrastrado al mundo “moderado” de Convergencia Democrática de Cataluña y ha permitido situar la reivindicación de la independencia en el corazón de las clases medias del Principado. Las elecciones del pasado 27S han sido el siguiente paso.
El proceso catalán no ha surgido de la nada, no ha sido una creación de los últimos diez años. Desde que apareció el pensamiento nacional catalán moderno a mediados del siglo XIX, y hasta la fecha actual, ha existido un profundo movimiento cultural de base, trabajado con ahínco, con la necesaria discreción cuando la situación exterior lo requería, desde la propia sociedad civil catalana.
Tras el eclipse forzado de los primeros años del franquismo, en el Principado de Cataluña se produjo, no sin dificultades, una progresiva convergencia entre la intelectualidad exiliada y las personas y grupos que habían permanecido en el interior. Cuando pudo cuajar, la colaboración entre ambos sectores dio frutos muy positivos. A nivel de personas, sociedades culturales, revistas, editoriales etc. La universidad promovió un importante conjunto de profesores, sobre todo en el ámbito de la Historia, que fueron fermento de una fuerte toma de conciencia nacional. Esta última característica también fue compartida, en parte, por la universidad del País Valenciano.
La sociedad civil catalana lleva muchos años trabajando sobre las cuestiones básicas que soportan el reconocimiento nacional de sus gentes. Omnium Cultural funciona desde 1961. Su objetivo inicial era la recuperación y normalización del catalán. Su constitución supuso un hito de gran importancia. Con un pequeño lapso entre 1963 y 1967, en el que siguió su tarea en la clandestinidad, ha trabajado incansablemente por la lengua, historia y cultura de Cataluña. Hoy en día es uno de los elementos punteros de la sociedad catalana en pro de su emancipación.
Pero no es sólo Omnium. En Cataluña la red de centros asociativos culturales ha sido y es de una amplitud inimaginable. Un ejemplo claro y manifiesto es Altafulla, donde existe un “Centre d’Estudis” con unos 300 socios para una población de… 4.000 personas. Con actividades de todo tipo: publicaciones, conferencias, viajes culturales, excursiones etc. Y en la misma población hay un Ateneu de dones, el grupo de castellers, la agrupación de bastoners, un cine club…
La potencia de la sociedad civil catalana propició en 2011 la confluencia de varios grupos y personas a favor de la consecución de la independencia del Principado de Cataluña y se constituyó a Asamblea Nacional Catalana (ANC) con una estructura suprapartidista, al margen de los mismos y con gran implantación social.
Si de algo se han preocupado los catalanes en los últimos cien años, tal vez alguno más, es por establecer una narrativa nacional, aceptada por el conjunto de la sociedad que se siente catalana, por el “pueblo catalán”. En el establecimiento de este relato se han ido clarificando conceptos como el de Países Catalanes, con el Principado de Cataluña, el País Valenciano, las Islas, etc. como elementos constituyentes. Una nación cultural con tres estados históricos diferenciados. La labor se desarrolló tanto desde instancias universitarias como estrictamente civiles concretada sobre todo en la gran aportación intelectual de personas como Joan Fuster y otros muchos.
En cierta ocasión Josep Lluis Carod Rovira escribió que “una nación es un relato”. Y en Cataluña se ha establecido este “relato”. Para conformarlo, los catalanes se han acogido a donde hay que recurrir: a la historia y a la memoria. Un relato es el único modo de ser capaces de proyectar una nación hacia su futuro. Una nación se caracteriza por tener su propia memoria, un “relato” compartido en el que se sienten incluidos sus miembros y les permite imaginar, proyectar y construir su porvenir.
El relato implica tanto los mitos originarios, como los símbolos; los personajes históricos y los lugares y paisajes representativos. Son los lugares o paisajes de memoria. Es una narración que expone y explica el desarrollo histórico y que permite abocarse al futuro sustentados en un soporte firme. La narración de la historia, el relato, siempre se hace desde los intereses del presente y, siempre también, mirando al futuro, pero con base en la historia y la memoria colectivas.
Ante la imposibilidad legal, dentro de la legalidad española, de realizar un referéndum para confirmar una nueva legalidad catalana asumida como legítima, se acordó un plan, apoyado por los partidos políticos partidarios de la independencia del Principado, consistente en unas elecciones autonómicas al Parlamento de Cataluña transformadas en plebiscitarias a favor del proceso hacia la independencia. La formación de Junts pel Sí, una inyección de optimismo para el proceso, constituyó una noticia acogida con un cierto optimismo desde el País Vasco. Su candidatura junto con la de la CUP, fueron consideradas como elementos básicos para la consecución del mismo. La victoria de las dos fuerzas favorables la independencia representó un aspecto positivo para el proceso de desconexión con España. No obstante, todavía se deben resolver muchas incógnitas.
¿Y LOS VASCOS?
EL RELATO
En abril de 2015, Eneko Bidegain publicó en el diario Berria, una interesante reflexión sobre las múltiples y contradictorias formas de narrar, contar o explicar qué y cómo es nuestro país. Bidegain planteaba cuestiones tan simples cómo cuál es el monte más alto o el río más largo de Euskal Herria o, lo que ya es el colmo, cuál es su capital. Evidentemente las respuestas son distintas según el entorno en el que se realice la pregunta o la perspectiva desde la que se haga. Bidegain denunciaba esta carencia de perspectiva global como nación, esta ausencia de relato.
Nuestro país se muestra como un País sin nombre, sin capital y sin historia. Casi sin territorio definido. La mayor parte de las historias que se escriben están hechas desde la perspectiva de sus conquistadores y dominantes. Sobre el nombre ya se ha dicho bastante (*). Su territorio, al no tener un Estado, también está sujeto a continuos debates. Sobre su capital, se podría escribir mucho. Todo esto produce un enorme tedio entre los que nos sentimos vascos y tenemos una conciencia clara de pertenencia a nuestra nación. Pero sufrimos una realidad institucional y administrativa que nos pone muy difícil el vivirlo día a día con normalidad.
Las emisoras de radio y televisión, el resto de medios de comunicación, el sistema educativo, nos insisten con pertinacia en divisiones como el País Vasco y Navarra, con alternativas como España y Francia. En ocasiones se hablará de Iparralde, en muchas otras de Francia a secas, pero casi siempre de Navarra y Euskadi. Por otro lado, Nafarroa aparece como un herrialde, una región o un territorio, más de Euskal Herria, Navarra como una comunidad autónoma del reino de España etc. etc.
El artículo de Bidegain constituye una buena exposición de los hechos, un diagnóstico acertado, de la desazón que, a muchos, nos produce esta suerte de esquizofrenia a varias bandas sobre nuestra identidad, pero no va más allá. Le falta el punto de análisis histórico del proceso que nos ha conducido a la incómoda “realidad” actual. No se explica el porqué de este troceo, de esta división en ámbitos distintos que, muchas veces, reclaman el mismo nombre. No se expone la evolución histórica que nos ha traído hasta donde estamos hoy. Tampoco se denuncian los objetivos políticos perseguidos por los estados que nos ocupan para seguir ejerciendo su dominio bajo el disfraz de “democracia”, “mayorías y minorías” ni los medios que utilizan con descaro, impunidad y prepotencia.
El intelectual palestino, fallecido en 2003, Edward W. Said en uno de sus trabajos fundamentales titulado “Orientalismo” (1978) afirmaba:
“Inglaterra conoce Egipto, Egipto es lo que Inglaterra conoce; Inglaterra sabe que Egipto no es capaz de tener autogobierno, Inglaterra confirma que, al ocupar Egipto, Egipto es para los egipcios lo que Inglaterra ha ocupado y ahora gobierna; la ocupación extranjera se convierte, pues, en ‘el fundamento principal’ de la civilización egipcia contemporánea: Egipto necesita –de hecho, exige- la ocupación británica”.
Si en la cita de Said sustituimos Inglaterra por España (y Francia) y Egipto por Vasconia, Navarra, País Vasco, Euzkadi, Euskadi…, lo veremos todo más claro. Nuestra nación es, con frecuencia, para nosotros lo que España (y Francia) han ocupado y ahora gobiernan, la dominación extranjera se convierte en el fundamento principal de la civilización vasca. Nuestra nación necesita –de hecho, exige- la ocupación hispano-francesa para reconocerse.
El colonialismo, la conquista, la ocupación, establecen como relato único el suyo propio. Quienes desde la nación dominada niegan la necesidad de un relato propio incurren, al igual que los que se dicen “no nacionalistas”, en la aceptación acrítica del relato del colonizador, del conquistador, del ocupante. Es el asunto recurrente del “nacionalismo banal”. El dominante, no se nota, no se ve, es “banal”. Su relato es aséptico, el otro relato, el propio, es “político” o, por lo menos politizado.
Navarra, Euskal Herria, es el único país que conozco en el que son legión los que afirman que la historia “no vale para nada”, que lo único que importa para la reivindicación de independencia es la “voluntad” de la sociedad del presente. Resulta una afirmación pueril. Una auténtica “petición de principio”. No responde a la cuestión primera, anterior y principal: ¿por qué esta sociedad quiere ser independiente?, ¿por qué manifiesta esa voluntad? No parece muy probable que sea por inspiración directa del Espíritu Santo. Se “olvida”, consciente o inconscientemente, su memoria y su historia.
Sin un relato propio (**), con sus mitos, símbolos, personajes, lugares de memoria, paisajes etc. Como ya se ha dicho anteriormente, sin una memoria sobre el acontecer histórico reconocida por la comunidad como propia, no se puede hablar de nación.
LA FRACTURA DE LA GUERRA DEL 36
Tras la guerra de 1936, la resistencia organizada por los partidos en el interior del Estado español se limitó a actos simbólicos de “oposición” al franquismo. No es el momento de exponer la oposición catalana al fascismo español, pero en Vasconia se produjo una fuerte oposición de masas al mismo expresada en la calle como huelgas y otras manifestaciones, también en los primeros Aberri Eguna (1964 y 1965 sobre todo), todavía no manipulados por los partidos políticos. Esto denotaba una gran fuerza social de oposición al régimen, pero se trataba de una fuerza no cualificada políticamente.
La “oposición” ordenada al régimen, el PNV, fue abandonando de modo progresivo su exigencia “nacional” ante la etapa renovadora prevista tras la muerte del dictador. Cuando ésta aconteció, se integró sin mayores problemas en el sistema surgido de la “transición” con la consiguiente aceptación de la “unidad indisoluble de España” y del “pueblo español” como único depositario de la soberanía de su nación -constitución real-, en la que nos incorporaban por las buenas o por las malas. Aceptó la constitución –formal– de 1978, el modelo autonómico y la partición en espacios administrativos y políticos distintos para la CAV (Euskadi, País Vasco o como se quiera llamar) y la CFN (Navarra o como deseemos decir). Hubo una fraudulenta apropiación de nombres (y, por ello, de identidades), apenas discutida y aceptada con pocas protestas.
ETA: UNA FUERZA DESVIADA Y, AL FINAL, PERDIDA
ETA nació como un movimiento de regeneración frente al nacionalismo clásico, anquilosado y colaboracionista, del Partido Nacionalista Vasco. Intentó revitalizar la dirección de un movimiento que tenía una amplia base social y una indiscutible fuerza. Logró importantes victorias tácticas como el atentado contra Carrero Blanco o la paralización de la construcción de la central nuclear de Lemoiz, próxima a Bilbao. Encabezó grandes movimientos de masas y se situó como elemento simbólico referencial de la oposición vasca al fascismo español.
Su perspectiva política estaba limitada por sus referentes tercermundistas. La debilidad de algunos de sus planteamientos teóricos, sobre todo la dualidad problema “nacional” frente al “social”, propició una serie de rupturas internas –españolistas frente a abertzales– de las que surgieron grupos como el Movimiento Comunista de España (MCE), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) y otros posteriores. Su núcleo central siguió apostando por la reivindicación fundamental de la independencia, pero un mal cálculo de la relación de fuerzas en el plano de su capacidad militar y un conjunto de errores, como, el atentado de Hipercor o el asesinato de Ernest Lluch, hicieron que paulatinamente una inicial simpatía y apoyo fuera derivando a un rechazo, desde España, lógicamente, pero también desde Cataluña. La propia actuación de ETA puso en bandeja al Estado español su victoria en la guerra de la propaganda.
ETA representó la máxima expresión simbólica de la oposición vasca al fascismo. Su progresiva intención de erigirse en una vanguardia que, en lugar de potenciar y cualificar desde el punto de vista político, la demostrada capacidad de movilización social, fue sustituida por acciones violentas cada vez más alejadas del activismo independentista. Muchas personas abandonaron su protagonismo opositor en movimientos de base para cederlo en manos de la pretendida “vanguardia”. En numerosos casos se pasó de un análisis crítico de la realidad, para su transformación, a un puro seguimiento de la consigna. Al final el protagonismo de la lucha popular se transfirió a la organización armada con abdicación de la responsabilidad de las organizaciones locales, de los movimientos sociales, de las asociaciones culturales etc. Todo se subordinó a la lucha de ETA. El discurso quedaba en sus manos y también la última palabra.
Cuando llegó el momento del reflujo, cuando –ya demasiado tarde- ETA vio su guerra totalmente perdida, la vanguardia se hundió. Y la vanguardia que siempre había defendido la unidad de la nación vasca, cedió a la presión del régimen y se acomodó, también sin graves problemas aparentes, a los tres ámbitos de decisión acatados desde el principio por las burocracias que manejaron la “transición” en el ámbito vasco dominado por el Estado español -CAV y CFN-, más los territorios vascos bajo el francés. La aceptación de un relato en el que aparecen como los violentos creada desde la propaganda española, relegando toda la violencia real -física, coercitiva como amenaza y simbólica- ejercida a partir de 1936 y hasta hoy por el Estado español, es una derrota del conjunto de la nación vasca. Y en ello estamos.
“PROCESO” VASCO, ¿”NO PROCESO”?
Hoy en día no existe, por lo menos no se percibe, un proceso vasco hacia la independencia. Este es un hecho reconocido por todo el mundo, y por supuesto desde Cataluña. En Vasconia se han producido algunos tímidos intentos de copia formal del modelo catalán sobre el derecho a decidir, pero sin ningún análisis de las respectivas realidades y diferencias sociales, culturales y políticas entre Navarra y Cataluña.
En el modelo burocrático español, partidos y sindicatos están al servicio de los dos estados dominantes. Su utilización para la emancipación es difícil sin un desenmascaramiento previo y exige una estrategia clara y bien definida, ya que de otro modo se entraría en una rápida dinámica de integración y recuperación en la única realidad que se percibe como posible: la autonómica.
La sociedad civil vasca no ha propiciado la creación de un movimiento realmente fuera del mundo de los partidos políticos en pro de su independencia, fuera del autonomismo. Sin ningún tipo de reflexión, algunas burocracias de partidos se han constituido en “soporte y garantía” del “ejercicio” de un derecho a decidir que no se plasma en ninguna estrategia practicable más allá de los meros deseos. Se trata de un proceso iniciado para decidir dentro de los marcos impuestos para nuestra sumisión y que no se cuestionan. Un verdadero proceso de emancipación nacional lo primero que, en mi opinión, debería hacer en nuestro caso es desenmascarar la realidad de subordinación que suponen los actuales marcos administrativos y políticos y su aceptación acrítica como camino a la libertad. En nuestro país no existe una reflexión previa sobre el sujeto del proclamado derecho a decidir. Esto es consecuencia principalmente de la ausencia de un relato en el que los vascos nos encontremos reflejados de modo sencillo y cómodo.
En Euskal Herria se percibió el “proceso” catalán en primer lugar con una gran sorpresa, al constatar la potencia social desarrollada en todos los ámbitos. Esto provocó, también al principio, una mirada distante, escéptica y en todo caso expectante. Más tarde se expresó una envidia inconfesada por la capacidad de movilización y su expresión en una estrategia, en una hoja de ruta hacia la independencia.
Posteriormente se manifestó la tendencia a un mimetismo acrítico para copiar las organizaciones y procedimientos empleados en el Principado. Sobre todo el uso de la idea del derecho a decidir o la constitución de un ente similar a la Asamblea Nacional Catalana (ANC). Todo ello sin haber hecho previamente los deberes imprescindibles, como son la definición del sujeto político y del relato sobre el que se soporta su memoria y proyección a futuro.
Una cuestión, fundamental, y que nos atañe directamente a los navarros, es cómo reaccionará el Estado ante la hipotética secesión catalana. Ya se han empezado a escuchar voces que cuestionan los sistemas de Convenio y Concierto económicos de nuestras haciendas forales. Todo esto se va a plantear abiertamente en un plazo muy breve. Si se consuma la secesión, el Estado español intentará paliar la pérdida de los 16.000 millones anuales del déficit catalán. Los vasconavarros tenemos todos los boletos para ser chivos expiatorios en este holocausto. Por supuesto, tras la vuelta de tuerca correspondiente al País Valenciano y a Las Islas.
Ante todo ello no se percibe ninguna reflexión realista y seria realizada desde nuestras supuestas fuerzas políticas y sociales. Ni partidos, ni sindicatos, ni asociaciones empresariales, ni instituciones han emitido opinión, documento, pensamiento u orientación algunos ante la situación catalana. Las universidades también callan y se dedican a mirar el ombligo de su autocomplacencia. En la calle se percibe un cierto nivel de expectación por ver cómo evoluciona y se resuelve el conflicto. Se mira como un espectáculo, no con gestos de apoyo y solidaridad. Reina un silencio que puede ser cómplice, por omisión, de las acciones que emprenda el Estado español contra Cataluña.
También se constata una aceptación pasiva y con frecuencia sin crítica de muchas de las intoxicaciones que desde el Estado español, sus medios y sus cloacas, intentan esparcir basura sobre las personas y grupos que lideran el proceso catalán. Se asumen sin problema las críticas a Artur Mas relacionadas con la corrupción. Se justifica con alegría fácil, sin profundizar, la negativa de la CUP a apoyar a Junts pel Sí para formar gobierno.
En esta tesitura parece que sería pedir demasiado una posición de solidaridad activa con el proceso catalán, como, por ejemplo, el inicio de un proceso de emancipación paralelo, que reforzara el catalán y agudizara una crisis profunda del Estado español. Y que permitiera la negociación favorable de la desconexión catalana o de ambas, simultáneas o sucesivas.
NOTAS
(*) NOTA 1.
SOBRE LA TERMINOLOGÍA EMPLEADA
Para referirme a la realidad vasca uso, sobre todo, los términos:
– Vasconia. Término histórico que engloba los territorios que hoy en día se encuentran divididos administrativamente entre los estados francés y español y en este último en las Comunidades Autónomas de Navarra y del País Vasco.
– Euskal Herria: Término clásico en lengua vasca para designar al conjunto de tierras que la hablan. Utilizado por autores de los siglos XVI y XVII (Pérez de Lazarraga, Leiçarraga, Axular, etc.). Engloba los clásicos siete territorios citados por Axular en su obra clásica Gero: “Nafarroa Garaia, Nafarroa Behera, Zuberoa, Lapurdi, Bizcaya, Gipuzkoa, Araba, y otros muchos lugares” (que también lo hablaban), como el Alto Aragón o el Bearne.
– Navarra: Realidad política que designa al reino o Estado que los vascones crearon a principios del siglo IX tras las tres batallas en las que vencieron a los francos en Roncesvalles-Orreaga. La primera, en 778, es la más famosa pues en ella fue derrotado el ejército de Carlomagno y fue difundida por La Chanson de Roland. Comenzó como reino de Pamplona y a partir de la renovación de Sancho VI el Sabio y hasta 1841, de Navarra, en que dejó de tener validez jurídica y política. En la actualidad el término ha sido degradado para designar una Comunidad Autónoma del Estado español, la Alta Navarra, y en un territorio folclorizado dentro del la región de Aquitania en el francés, la Baja Navarra.
– Euzkadi, con su posterior evolución hacia Euskadi, corresponde a la terminología inventada por los hermanos Arana Goiri para designar al país de los vascos como nación moderna. Rebajada posteriormente por la organización política y administrativa del Estado español para designar a las tres tradicionales Provincias Vascongadas.
– Pays Basque, Basque Country, País Vasco, País Vasconavarro etc. constituyen expresiones normales, utilizadas a lo largo de los siglos XIX y XX para referirse al mismo conjunto.
Para designar a la Cataluña estricta emplearé indistintamente la expresión “Principado de Cataluña” o “Cataluña”. Cuando me refiera al conjunto de la nación cultural hablaré de “Países Catalanes.
(**) NOTA 2.
NAVARRA, EL RELATO DE LA NACIÓN VASCA
El pueblo vasco fue capaz, en la Alta Edad Media a principios del siglo IX, de crear un Estado: el reino de Pamplona, que ya en el XII pasó a ser de Navarra. Y este es un hecho histórico de primera magnitud. Se ha inducido el olvido de su memoria, pero, además y sobre todo, se ha ocultado su ruptura y destrucción durante el siglo XII (con 1200 como fecha decisiva) por parte del reino de Castilla que, más tarde, se convertirá en España.
Esta realidad constituyente, que está en la base de nuestro mito originario -los mitos no son necesariamente falsos- es Orreaga: la victoria de los vascones sobre el principal imperio de época, el carolingio, cuyo ejército había destruido las murallas de su capital Iruñea-Pamplona tras su fracasada incursión sobre Zaragoza.
Los acontecimientos ocurridos en el entorno de 1200, intencionadamente ocultados, supusieron la ocupación de toda la parte occidental del reino de Navarra por Castilla, casi la mitad de su territorio y, sobre todo, la totalidad de su acceso al mar de Bizkaia, al Cantábrico, con todo lo que suponía de limitación a las industrias del mar –caza de ballena, pesca en general etc.- al comercio y a las relaciones internacionales. En suma, de empobrecimiento generalizado.
Como consecuencia de esa conquista y ocupación, Castilla comenzó a fortificar la línea de separación entre ambos reinos. La “muga” –luego denominada frontera de malhechores, por los permanentes conflictos que en su derredor sucedían- fue construida sobre un conjunto de villas protegidas por Castilla que conformaron un cordón comercial sí, pero principalmente sanitario, entorno a Navarra (Tolosa, Ordizia, Agurain, etc.)
Al mismo tiempo, Castilla comenzó a diseñar un sistema administrativo provincial, con un régimen jurídico-político basado, en buena parte, en las instituciones del Derecho Pirenaico, es decir navarro, pero que tenía como finalidad el fraccionamiento de la parte del reino conquistada y ofrecía un régimen capaz de oponerse con eficacia al de la Navarra independiente mediante la utilización de las diferencias nobiliarias entre los parientes mayores favorables a Navarra unos y a Castilla los otros. Las guerras banderizas constituyeron una prolongación de la guerra de conquista hasta que en el siglo XV se estabilizó el “sistema foral” vascongado con el triunfo de las villas y su asentamiento permanente bajo el poder real castellano-español.
En el relato colonial las provincias vascas son originarias. La teoría del pacto foral las constituye casi en estados federados voluntariamente a Castilla a cambio del reconocimiento de sus primitivos fueros. Este relato sirve básicamente para justificar la partición de nuestra nación después de las conquistas del siglo XII, para mantenerlo dividido y enfrentado internamente. No fueron pactos, fueron armisticios tras una derrota. Su heredero, el actual sistema provincial y autonómico, está basado en la conquista, la ocupación y el dominio y su finalidad indudable es mantenerlos separados y enfrentados y evitar el acceso de la nación vasca a su plenitud.
En el asalto definitivo de 1512 contra lo que permanecía como Estado independiente de Navarra, la organización política de las provincias vascongadas fue utilizada, con buenos resultados, para sus fines por las acciones militares y políticas del rey Fernando II de Aragón.
Tras la conquista y ocupación de 1512 hay básicamente dos relatos que explican o justifican el régimen especial por el que se administraron los diversos territorios navarros. El primero es el que se ha llamado paradigma foral que funciona desde Garibay, en el siglo XVI, hasta el jesuita Larramendi en el XVIII y los carlistas del XIX. El segundo, conocido como bizkaitarra, concebido por los hermanos Arana Goiri, está definido ya en buena parte en clave nacional. Según Arana Goiri, los vascos no somos ni españoles ni franceses, Euzkadi es una nación y tiene derecho a su independencia. No obstante, ambos paradigmas, el foral y el bizkaitarra, mantienen sin crítica la partición y subordinación que expresan las divisiones provinciales iniciadas en las conquistas del siglo XII. En la actualidad, en Vasconia, no existe debate, ni siquiera superficial, sobre la construcción de un relato nacional en el que todos los vascos nos pudiéramos sentir incluidos.
En la etapa de finales del siglo XIX y primer tercio del XX la sociedad vasca no se caracterizó precisamente por un alto nivel de pensamiento elaborado. En Cataluña hubo en esa época historiadores, escritores, músicos y artistas en general de alto nivel. También empresarios con iniciativa y una burguesía propia, una burguesía nacional, adscrita a un proceso de emancipación. En Vasconia, por el contrario, había ingenieros, técnicos, hombres de (pequeña) empresa… pero no existían, salvo algún músico importante como Ravel, Guridi o Usandizaga, grandes artistas ni intelectuales propios. Los “intelectuales” que desde el País Vasco ejercieron como tales, tenían una adscripción nacional no vasca, inequívocamente española. Incluso contraria a su reconocimiento nacional. Con motivo de la sublevación militar y la guerra de 1936, hubo un fuerte exilio de las capas populares, pero no lo hubo, no lo pudo haber, de personajes de nivel intelectual.
La pervivencia residual de las instituciones forales posiblemente propició la vitalidad del único aspecto en el se trabajó desde el País Vasco con pensamiento propio: el Derecho, privado y público. Hay que recordar su vigencia hasta el siglo XIX. Las fechas clave de su supresión son 1841, para Navarra, y 1876, para las Provincias Vascongadas,
Un elemento importante para poder explicar esta situación es la ausencia de universidades en Vasconia hasta una etapa avanzada del siglo XX. Fueron la universidad de Deusto en Bilbao, de los jesuitas, fundada en 1886 para formar ingenieros para la industria vizcaína, y la del Opus Dei en Pamplona, en 1952, para moldear sus elites, las primeras que funcionaron en Euskal Herria. Ambas anteriores a cualquier institución de este tipo patrocinada por el Estado español. En Cataluña, por el contrario, tras la derrota de 1714 y su supresión y traslado a Cervera, es en 1842 cuando se restablece la Universidad de Barcelona. En la ciudad de Valencia ha funcionado sin pausa desde 1499.
Pocas personas trabajaron con seriedad sobre los asuntos relacionados con la historia vasca desde una perspectiva nacional y global. Dos de las más importantes fueron ajenas al mundo académico. Tanto el vizcaíno Ortueta como el bajonavarro Narbaitz resaltaron la centralidad política de Navarra en el devenir histórico de Vasconia desde el siglo IX.
Acorde con esta perspectiva, a comienzos de este siglo surge Nabarralde con la intención de divulgar el mensaje de que es Navarra, el Estado creado por el pueblo vasco, la estructura política que ha dado vida y sentido histórico a nuestra nación, que lo ha nacionalizado. Que Euskal Herria denota su aspecto lingüístico y cultural y que Navarra lo hace en el plano político. Esto es también evidente en los planos económico y social. Según las tesis de Mitxelena y Zuazo, asimismo lo ha sido en el aspecto lingüístico.