Entre las razones que convierten en “clásico” a un autor se encuentran las asociadas al análisis de cuestiones recurrentes de las sociedades humanas, a pesar de la evolución histórica de los sistemas políticos y sociales. Un ejemplo de esta permanente actualidad es Thomas Hobbes.
En el contexto de la guerra civil inglesa del siglo XVII, el punto fundamental que plantea en su obra ‘Leviathan’ es que la cooperación entre los humanos se convierte en prácticamente imposible si no existe confianza mutua. En las condiciones “naturales” de la humanidad, nos dice, la situación es de competencia y de miedo sobre el comportamiento de los demás. Con palabras memorables, establece que en estas condiciones la vida de los hombres se convierte en “solitary, poor, nasty, brutish, and short” (solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta). La confianza para asegurar una convivencia pacífica que permita el desarrollo en todos los ámbitos debe ser garantizada “artificialmente”. Según Hobbes, no puede haber confianza si no existe un poder superior que sea capaz de hacer cumplir la ley de manera eficiente. Así, su tema central no es, como a veces se dice, el poder, sino la confianza. El poder es un instrumento para conseguirla. La desconfianza genera miedo y el miedo genera el conflicto permanente. Es la autoridad política la que promueve la seguridad, la seguridad crea confianza, la confianza genera cooperación y esta última incentiva los beneficios individuales y sociales que la humanidad tiene vetados en su estado de naturaleza.
No se trata de una concepción muy romántica de la humanidad, pero tampoco es una concepción ingenua -como lo son los postulados rousseaunianos de algunos socialismos o anarquismos que creen que si se promueven condiciones sociales igualitarias y se mejora la educación tendremos garantizada una convivencia pacífica y creativa incluso en ausencia de coacción política.
Los estudios científicos actuales no ofrecen ninguna de estas dos imágenes sobre los humanos. Más bien nos dicen que cada una ofrece sólo una parte de la realidad. Las ciencias cognitivas y de la evolución nos dicen que por naturaleza no somos sólo seres egoístas, competitivos y atemorizados en busca de un poder coactivo que garantice la paz, sino que también somos seres empáticos y cooperativos. También somos eso, pero no sólo somos eso. Se trata de una doble condición que hemos heredado de los primates y los mamíferos que nos preceden en la evolución de la vida. Kant, que conocía y entendía muy bien el pensamiento de Hobbes, ya había resumido esta doble condición con un magnífico concepto: ‘la insociable sociabilidad’ de los humanos. Somos sociales, podríamos decir, sin que nos acabe de gustar serlo. Lo somos y no lo somos. Todo a la vez. Y esta es la base del progreso.
Cambiando (mucho) de registro, nos podemos hacer dos preguntas:
1) Un país que vive muy incómodo, poco reconocido y mal acomodado en un Estado en el que un conjunto de guerras y de hechos fortuitos le han precipitado a vivir, y que busca convertirse en un Estado independiente, ¿puede tener éxito en este objetivo si no hay confianza entre los principales actores políticos que deben liderar este proceso?
2) ¿El proyecto más rupturista de la historia contemporánea de Cataluña cuenta con la confianza de la mayoría de los ciudadanos del país?
Quizás los independentistas más optimistas respondan afirmativamente a ambas preguntas. Sin embargo, por poco realista que quiera ser el análisis, creo que aparecen algunas dudas.
Por un lado, a diferencia del caso escocés, el liderazgo político en Cataluña es plural. Esto presenta luces y sombras. La pluralidad puede sumar, pero tal como se está produciendo está minando la confianza ciudadana. Creo que amplios sectores de la ciudadanía están esperando visualizar una perspectiva de más unidad y unas actitudes de más confianza entre los partidos. El tacticismo partidista es la mejor táctica para el fracaso. De hecho, ahora es el momento en que los partidos soberanistas deben mostrar que son buenos profesionales y que están a la altura del reto que impulsan. La confianza es hoy parte de la profesionalidad. Y faltan indicadores de que se esté tejiendo esa confianza.
Por otra parte, hay que mostrar que el proyecto de futuro es de democracia avanzada, inclusivo, dirigido a toda la ciudadanía. Todos los ciudadanos se deben poder sentir potencialmente cómodos en el proyecto al margen de sus características sociales, culturales o lingüísticas. No sólo hay que comunicar las razones sobre los porqués de la independencia -hay tantas razones (políticas, económicas, culturales, internacionales, simbólicas, etc.) que la mayoría de los ciudadanos podrían hacer un listado amplio de las mismas-, sino que también hay que dar respuestas a las preguntas sobre las incertidumbres que genera a corto plazo un proceso de este alcance. Es lo que los ciudadanos preguntan en actos, conferencias, etc. favorables al proceso actual. Hay que dar respuestas claras y específicas sobre los impuestos, las pensiones, los servicios de bienestar, la relación con Europa, el crecimiento económico, la calidad democrática, el tratamiento de las lenguas, las futuras relaciones con España, etc.
La independencia de Cataluña presenta muchas más ventajas que inconvenientes para los ciudadanos del país, pero ir sobrado de razones y motivos no implica que la mayoría de la ciudadanía los haga suyos si no se explican con claridad (y brevedad). Los informes del CATN son, creo, una buena base para dar respuesta a estas preguntas, pero se trata de informes de contenido muy técnico y dirigidos al Gobierno y a los actores políticos y sociales. Hay que poner al alcance de la ciudadanía los puntos clave de sus contenidos.
Incentivar con claridad la confianza entre los partidos favorables al proceso, por un lado, y la confianza entre los partidos y los ciudadanos, por otro, son dos elementos de su (posible) éxito. Hay que acelerar estas dos confianzas.
ARA