Podría ser que fuera una mala pasada producto de la voracidad un punto irreflexiva con la que algunos se sirven del género twit. Puede que se trate de un complejo mal empollado y aún no digerido de sentirse hijo de inmigrante, o inmigrante mismo, en un mundo político donde muchos de los representantes son catalanes con muchas generaciones a la espalda de catalanidad. Podría ser, incluso, que no quisiera decir exactamente eso pero lo cierto es que David Fernández, la ha pifiado y de qué manera, con su tuit. ¿Qué tiene que ver el hecho de ser inmigrante con la condición de nacionalista? Pues exactamente nada de nada. Se puede ser nacionalista con apellido español o inglés y no nacionalista -catalán- llamándote Bosch, hablando el catalán perfectamente, y ser seguidor de la Falange.
El nacionalismo catalán ha contado entre sus filas a muchas personas venidas y crecidas de la inmigración. En los años veinte Daniel López era un dirigente del “muy” nacionalista y de inspiración irlandesa ‘Nosaltres Sols’. ‘Sólos’ de España entiende y de Carrasco i Formiguera el primero de sus apellidos no era precisamente originario de la Garrotxa. Y no pasa nada. Todo ha sumado para hacer más grande este país y para contribuir, en épocas de oscuridad, a la resistencia nacional. En otros lugares Eamon de Valera, patriarca de Irlanda independiente, no tenía un apellido de druida celta y ya ven la carrera que hizo desde posiciones nacionalistas. El primer ministro galo se llama Valls y es nacido en Barcelona y es más nacionalista jacobino que la mayoría de correligionarios de su partido socialista, de eso él quizá no es tanto, y jacobino.
Vale la pena recordar, en estos tiempos eufemísticamente prolíficos que el nacionalismo catalán ha sido por naturaleza y condición inclusivo, no exclusivista, de raíz liberal -en sentido amplio y clásico y no como podríamos interpretar hoy esta ideología-, europeísta y abierto al resto de pueblos del mundo. Elementos racistas, xenófobos o exclusivistas no han tenido nunca cabida y la defensa y transmisión de nuestra lengua y cultura a todos los que han venido de fuera demuestra un carácter cívico que reconcilia hábilmente modernidad y tradición y romanticismo con racionalismo. Quien les escribe estas palabras, parece bastante obvio, se reconoce como nacionalista -català- y también reconoce este sabio caudal del que el catalanismo o nacionalismo catalán está empapado.
Que Fernández diga que él no se considera nacionalista, a pesar de ser independentista, nos puede dejar indiferentes dado que a nadie se le puede obligar a sentirse algo con lo que no comulga. Ahora bien, sería bueno recordarle que el nacionalismo como ideología -que de hecho no lo es estrictamente hablando- no se concibe de igual forma en todas partes y encontramos desde visiones nacionalistas que se acercarían al fascismo o al comunismo en otras, jacobinas centralistas y finalmente a aquellas que se acercan a como lo entendemos y practicamos en Cataluña. La frase de Pujol, hoy algunos parece que se lo quieran quitar de encima cuando hace cuatro días era referente para todo, viene muy al caso: catalán es aquel que vive y trabaja en Cataluña y siente Cataluña como su tierra. Venga de donde venga. Paco Candel, quién lo duda, también defendería esto y con él unas cuantas generaciones de catalanes que vinieron acá provenientes de otros lugares, sobre todo, del resto del Estado. El alcalde de Llagostera por Convergencia, Fermí Santamaria, así lo certifica y no parece que pida disculpas, como otros lo hacen, ni por su origen y menos aún por ser etiquetado como nacionalista. Carod, en su fase más chocante, llegó a decir que él no era nacionalista sino independentista, como hace Fernández. Y lo hace aquel que durante muchos años militó en un partido que se llamaba ‘Nacionalistes d’Esquerres’ (‘Nacionalistas de Izquierdas’) y después en ERC que también es nacionalista. Está claro que para complicarlo más hay quien dice que es nacionalista sin ser independentista. Una auténtica falacia que ofende a la decencia política más elemental.
La política catalana tiene demasiado de complejos innecesarios y de eufemismos para no decir lo que todo el mundo comprende y ve sin embargo que, por el contrario, una supuesta y enfermiza prudencia no permite o aconseja no hacerlo. Evitemos confundir a la gente y hablemos el lenguaje de la calle, de otro modo damos alas y, peor aún, votos a cosas nacionalmente extrañas y ficticias como Podemos, Ciudadanos y a los que quedan del Viejo Topo.
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