Ciertas proyecciones fuera de lugar de los resultados de la movilización del 9-N, y la interpretación confusa de algunas encuestas, han llevado a especular sobre la necesidad de convencer a 300.000 catalanes supuestamente indecisos para ganar el referéndum de autodeterminación. Además, el debate político sobre si unas elecciones para sustituir el referéndum exigen una lista única o no se ha mezclado con el posible resultado que obtendría una fórmula u otra, como si el dilema se redujera a sumar votos. Sobre todo esto, me permito hacer unas consideraciones breves.
1. Es absurdo especular sobre el apoyo a la independencia a partir de los datos del 9-N, una movilización celebrada en unas condiciones incomparables a las de unas elecciones formales. Pase que lo hagan en Madrid para decir que el 9-N fue un fracaso. Pero es ridículo que nos quedemos atrapados en ello los que sabemos el milagro que supuso, vistas las circunstancias, llegar a 2.350.000 participantes.
2. Igualmente, es inútil conjeturar a partir de encuestas que preguntan sobre futuribles inexistentes. La última de El Periódico, y que ha hecho correr tanta tinta, preguntaba sobre una lista conjunta ERC-CiU o listas por separado, y a partir de ahí hay quien se ha atrevido a hacer pronósticos. Por un lado, vayamos alerta con la discutible precisión de las encuestas exprés, hechas con mezclas de muestras obtenidas con técnicas tan diferentes como el teléfono y las entrevistas online. Por otro, tengamos en cuenta que la única propuesta hasta hoy sobre la mesa no es hacer una lista ERC-CiU sino superar sus siglas, y esta opción aún no la han considerado las encuestas que se han hecho hasta ahora. En resumen: no tenemos información rigurosa y, a estas alturas, deberíamos ser más exigentes.
3. La categoría ‘indeciso’ es un invento demoscópico que mezcla indiferentes, miedosos, desinformados, apáticos e indecisos, entre otros. Mi opinión es que la mayoría a favor de la independencia no depende tanto de convencer trescientos mil votos indecisos, como de evitar perderlos entre los que ya damos por descontados. Y no me hace pensar en eso ninguna encuesta, sino las experiencias quebequense y escocesa. El punto débil lo tenemos en la aversión al riesgo -o la propensión al statu quo (lo conté el 14 de enero pasado en esta página)-, que condicionará la decisión el día que vaya de verdad. Esta batalla no está apenas planteada. Los adversarios se encarnizarán. ¡Y se deberá ganar en tres meses!
4. La propuesta de una gran lista que deje los partidos en segundo plano no es sólo para sumar una mayoría de votos a favor de la independencia. Esto se podría hacer con listas de partido separadas. Además del impacto internacional, lo más relevante es el día después: habrá un bloque que permita gobernar con mayoría absoluta los dieciocho meses de transición, que serán de una dificultad brutal. Y es claro que importa el contenido social de la lista: es también por eso por lo que hay que escaparse de España.
5. De lo que se trata es de hacer un referéndum para obtener un mandato democrático para la independencia, ¿verdad? Pues si va de sí o no, no me consta que en un referéndum se distingan los sí más de derechas de los de más de izquierdas.
6. Finalmente, pasados los dieciocho meses, el Parlamento constituyente del nuevo Estado debería reflejar un nuevo mapa político resultado de la extinción de dicho eje nacional y sólo ordenado por el eje propiamente ideológico. Los dieciocho meses de partidos en segundo plano pueden ser muy útiles para que se reubique ERC, se refunde CDC, se redirija UDC, se rehagan los socialistas de todo tipo, se reautocritique ICV, se refuerce la CUP y los que quieran se retiren. Serán dieciocho meses clave para preparar bien su reaparición en el nuevo escenario.
ARA