Cuanto más nos acercamos al 9 de Noviembre más crece el nerviosismo y la incertidumbre. Todo el mundo hace ver que sabe qué pasará pero si rascas un poco ves que, en realidad, nadie tiene ni puta idea. En los diarios unionistas cada vez se leen más paralelismos con el 6 de Octubre. Es igual que el presidente Companys se sublevara contra el Estado con la complicidad de las izquierdas españolas. De lo que se trata es de esparcir el miedo, por eso algunos partidos comunistas piden el desobedecer el TC, aunque no quieren la independencia. De lo que se trata es de asustar al catalán medio, que los españoles siempre han pensado que es idiota.
La consulta es una bomba porque las urnas son difíciles de prohibir y de discutir. Dentro de unos años, cuando los terroristas musulmanes hayan cortado unas cuantas cabezas más, las urnas perderán buena parte de su actual fuerza política. De momento, no sólo simbolizan el papel de Cataluña en España, sino que están en el bando de las metáforas ganadoras. Si la Generalitat pone las urnas, tanto el Estado como la Unión Europea lo tendrán difícil para no escuchar el resultado, sin deslegitimar sus propias instituciones, que no paran de perder adeptos. Sobre todo después del referéndum escocés, que moralmente parece que ya han ganado los separatistas.
Aunque se dice que Cataluña es como Escocia pero que España no es como Gran Bretaña, eso está por ver. Mientras el presidente Mas no haga un gesto irreversible, el discurso de la sospecha irá calando inevitablemente entre los partidarios de la independencia. Uno de los efectos peligrosos que tiene la ambigüedad de CiU es que, combinada con la intoxicación unionista, crispa fuerza el ambiente. Los unionistas cada vez están más nerviosos y dicen más tonterías, y los independentistas cada vez se sienten más atrapados entre España y el gobierno de su país. La estrategia de Rajoy de esperar y de no hacer nada, podría dar frutos, si Mas no calcula bien los pasos que hay que dar a partir de ahora.
Una solución a los problemas que la consulta puede crear a CiU, sería que Mas dejara en manos del Parlamento la decisión de acatar o no la previsible sentencia de la justicia española. Una votación en el Parlamento, dando libertad de voto a los diputados, reforzaría la legitimidad de las instituciones del país y contribuiría a aclarar el panorama. Mucho mejor que una lista conjunta, que nacería llena de sospechas, sería ver qué diputados creen de verdad en la independencia y cuáles no. Una votación haría más transparente el sistema político catalán y, caso de que ganaran el partidarios de obedecer al Estado, las próximas autonómicas tendrían un interés extraordinario.
En lo que respecta a la calle, vale más que todo el mundo se lo tome con calma. El objetivo del Estado es que nos matemos entre nosotros antes de que podamos votar. Basta leer los artículos de Javier Cercas. Tratarán de hacernos pasar por una banda de nazis no sólo ante los españoles, sino ante toda Europa. El Estado tratará de poner las condiciones de un descalabro que lo haga aparecer como un mal menor. Hay que tener paciencia y pensar que estamos jugando al borde del abismo. Si después de Mas y de Junqueres no hay nada, después de Rajoy tampoco es que quede mucho.
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