Ya hace tiempo, el Círculo Catalán de Negocios se manifestó a favor de una candidatura unitaria en las pasadas elecciones europeas. Para nosotros, era una propuesta de mínimos. Lo que verdaderamente queríamos era reventar las urnas con una candidatura de la sociedad civil, antes de que otros capitalizaran el descontento social originado por la crisis, los recortes y una clase política cada vez más cuestionada. Pero nos quedamos solos. Y ahora ya es tarde. No quisimos insistir, por un exceso de prudencia. No queríamos que nadie pensara que teníamos ningún interés personal, simplemente porque no teníamos ninguno. Sin embargo, entonces ya éramos conscientes de que teníamos que jugar el éxito del proceso en el campo internacional. Y así es. La diplomacia española se muestra muy efectiva, entre esnobismos medidos y ‘Ballons Bleus’ agitando copas de ‘Teso de Monja’ del 2008 con un chorrito generoso de cola. Y es que la diplomacia es como un buen vino. Requiere tiempo y experiencia; pero cada uno lo toma como quiere.
Cataluña ha dejado el proceso en manos de académicos, líderes replegados en mayo del 68 y alguna doncella ‘polioperada’. Y ahora pagamos el hecho de que nuestra representación bilateral en el exterior responda a absurdas cuotas impuestas por los partidos. La lógica de los partidos, siempre topamos con la lógica de los partidos… Y, sin embargo, debemos reconocer que todos hacen lo que pueden, pero esto no sirve de mucho, si nuestros representantes no dominan ni la lengua del país, ni nadie les da instrucciones y una buena agenda de contactos. Las políticas de Estado no se improvisan y la representación internacional al más alto nivel de una nación que aspira a convertirse en Estado no se puede dejar en manos de un entrenador de fútbol; por bueno que sea y por mucho que lo queramos. Nos puede muy bien ocurrir que no nos tomen en serio.
Sin embargo, estas últimas semanas hemos aprendido mucho, incluso de nuestros propios desaciertos. Ahora ya vemos claro que la secesión no es solamente un acto de fuerza contra un Estado. Si es necesario, debe ser un acto de fuerza contra toda la comunidad internacional. Y debe ser así, porque en diplomacia hay un principio darwinista que dice que si una nación es capaz de mostrarse firme, lúcida y unida ante el mundo entero, entonces muestra su madurez, la capacidad de sobrevivir y de integrarse en la comunidad de estados. Es, pues, un error estratégico intentar llamar la atención y despertar las simpatías de los líderes internacionales. Otra tarea tienen. Además, España no lo hace. La diplomacia española no dejaría nunca una cuestión de seguridad nacional, como es su integridad territorial, en manos de la lógica borrosa. Simplemente juega la carta de la disuasión. Y funciona.
Hoy por hoy, la diplomacia catalana sólo puede tener un objetivo: romper el discurso propagandístico español que afirma que el proceso catalán es una cuestión interna del Estado. La independencia de Cataluña es un asunto internacional, tiene consecuencias más allá de nuestras fronteras y, como tal, tenemos que conseguir introducirla en la agenda de los estados. El proceso catalán no es un asunto interno de España por motivos históricos, a los que la Generalitat parece haber renunciado: nuestra anexión fue el fruto de un despropósito del que media Europa fue cómplice. No lo es, por motivos políticos: Europa no puede cerrar los ojos a un movimiento cívico, pacífico y tan multitudinario que canaliza las peticiones democráticas de todo un pueblo. No lo es por motivos económicos: desde el inicio de la crisis (2007) Cataluña acumula un expolio fiscal de 120.000 millones de euros, mientras ve crecer su propia deuda e hipoteca su desarrollo futuro. Si el proceso de reforma del estatuto de autonomía se hubiera resuelto civilizadamente tal como reclamaba la sociedad civil catalana, hoy Cataluña ni tendría deuda, ni debería obligarse a hacer recortes para poder pagar los intereses; y además dispondría de 60.000 millones de euros adicionales. Sólo una Cataluña sin límites en el autogobierno podrá satisfacer parte de la deuda generada por una oligarquía derrochadora que todavía se empeña en horadar España y atar los propios descosidos con hilos de acero.
Tampoco es un asunto interno, por el simple interés de los estados de nuestro entorno. Al fin y al cabo, el respeto de los derechos de los extranjeros en Cataluña, su libre circulación y la seguridad jurídica que tanto reclaman los inversores extranjeros dependen de que el Estado catalán se integre los organismos internacionales y herede las obligaciones que de ellos emanan y que desde hace décadas se han incorporado a nuestro ordenamiento.
Y finalmente, no lo es porque debemos tener la voluntad de ser generosos con España y con Europa. Ahora, si el mundo nos hace pasar por el desierto, pasaremos; pero, al final, nuestra actitud con el Estado vecino y su deuda deberá ser muy diferente. Europa sabe valorar muy bien el riesgo y por este motivo parece decantar la balanza a favor de España. Por lo tanto, Cataluña debe ser capaz a de proporcionarle variables capaces de modificar el resultado de su cálculo a nuestro favor.
Y eso lo tenemos que hacer sabiendo que, a estas alturas, el debate no es sobre independencia sí o no; el debate es sobre si el acceso a la plena soberanía debe ser pactado con todos los actores afectados o no. A estas alturas ya sabemos que España nos quiere llevar a una secesión no pactada, a pesar de que los informes del CATN todavía prevean esta hipótesis. Además de poco realista, pactar la secesión con España dentro de su marco político y constitucional puede ser un gran error estratégico. Simplemente, condicionaríamos la independencia al acuerdo. Y, sabiendo esto, España nos pondría unas condiciones tan draconianas que nos resultarían inaceptables. Y, mientras no hubiera acuerdo, no podría haber independencia. Fácilmente, llegaríamos a un punto muerto como el de la sentencia del TC del2010 sobre la reforma del estatuto de autonomía. La contrapartida de la secesión pactada es que la independencia y el acceso del nuevo Estado a la comunidad internacional sea avalada por el estado matriz. Sin embargo, el valor real del aval del estado español no es equiparable al valor del aval del Reino Unido, si lo comparamos con el caso de Escocia.
En cambio la opción de la secesión no pactada es diferente. Si no hay pacto tendremos que tirar por. Y entonces, una vez alcanzada la plena soberanía, tendremos todo el tiempo del mundo para pactar lo que convenga dentro del marco del derecho internacional. Pero llegados a este punto, y dada la situación económica de España, las condiciones las podremos poner nosotros. Renunciando al pactismo, España no impedirá la independencia; simplemente admitirá de manera tácita que dejar de ser parte en el proceso. Por nuestra parte, es mucho más inteligente pactar con sus acreedores y avalistas.
Bueno, ya me disculparán pero yo me vuelvo al huerto. Al final la tormenta de estos días no ha sido nada más que una breve lluvia. Aunque habrá sido provechosa.
Albert Pont, presidente del Círculo Catalán de Negocios.
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