Lo ha leído del derecho y del revés: James Costos, el embajador estadounidense en Madrid, responde con claridad meridiana una pregunta sobre el rol de las empresas multinacionales en un contexto catalán de transformación política. Ofrece una respuesta razonada, coherente y tranquila que provoca temblor en la tropa ministerial española. Finalmente, el mismo embajador escribe un tuit para tranquilizarles.
Hay una lectura inicial evidente: el mundo económico y empresarial cuenta, también, con la capacidad adaptativa para entender y resituarse en situaciones de transformación política como la que ha de vivir Cataluña. Nada nuevo. Y está la segunda: si bien la diplomacia puede ser una práctica internacional honesta y honorable tal como la definía el político, diplomático y escritor inglés Harold Nicolson -“La diplomacia es la aplicación de la inteligencia, el tacto, el sentido común y la comprensión aplicados a las relaciones internacionales”-, a menudo también asume la máxima del diplomático peruano Luis Felipe Agell: “El verdadero arte de la diplomacia consiste en no perder el cargo”.
La polémica sobre las palabras de James Costes nos permite recordar cómo quedó en evidencia la estrategia diplomática española previa al encuentro entre Rajoy y Obama en la Casa Blanca, en enero de este 2014. Sabemos de la fuerza ejercida desde diferentes instancias españolas para conseguir un posicionamiento del presidente estadounidense contrario al proceso de autodeterminación de Cataluña. Cuando resultó evidente que este posicionamiento no se produciría optaron por eliminar la cuestión de la agenda de la reunión. Finalmente, la prensa se interesó por el proceso catalán en la rueda de prensa posterior. El presidente de Estados Unidos salió por la tangente hablando de las mejoras de la situación económica en Europa mientras Rajoy hacía el ridículo habitual con su argumento estrella sobre la independencia de Cataluña: “No se producirá porque no es posible”.
Al cabo de muy pocos días de esa reunión en la Casa Blanca, en Barcelona tenía lugar el encuentro de un diplomático europeo con un dirigente político catalán. El diplomático se mostró enormemente sorprendido por cómo no habíamos sabido aprovechar el fracaso diplomático español en Washington. Y lo decía porque en lenguaje diplomático si alguien no afirma que una hipótesis es imposible está indicando que es posible y que no tiene ninguna intención de quedar en evidencia si esta hipótesis finalmente se convierte en realidad.
Cuando Obama silba al ser preguntado sobre Cataluña hay que entenderlo como el respeto distante a un proceso político que necesitamos ganar en Cataluña y que tendremos que negociar a posteriori, una vez producido el hecho político, en la esfera internacional. Cuando Costos afirma que el mundo empresarial multinacional sabrá adaptarse a las nuevas circunstancias políticas que se acaben produciendo, lo hace en el mismo sentido.
Las rectificaciones, precisiones y tweets posteriores son el resultado de movimientos decimonónicos de una diplomacia española miedosa y desorientada. Son respuestas y equilibrios orientados a corto plazo para contentar a gobernantes con temblores. El futuro está en nuestras manos y ganarlo depende sólo de nosotros.
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