1. La explosión de un movimiento
No hay ningún movimiento social, ninguno, que sea perfecto y que se deslice como una seda. Después la historia lo “arregla”, pero la realidad humana, la individual y la social, es un amasijo de contradicciones y sinuosidades. Pues, aceptando que esto es así, no se puede negar que algo como el movimiento por la independencia política de Cataluña ha avanzado mucho desde 2010, y, de momento, en una línea bastante recta.
Por consiguiente, lo que conviene es que nadie pierda ni un solo momento de vista, ni amigos ni enemigos, a la hora de hacer análisis políticos, es que estamos ante un genuino movimiento social, amplio y robusto como pocos se producen en la historia de un país.
Un movimiento social de revuelta contra un sistema y una historia: el sistema y la historia de la dominación nacional del Estado español (Reino de Castilla, primero, Reino de España después y hasta ahora) sobre Cataluña. Y sobre los otros países del mismo tronco nacional.
La explosión del Once de Septiembre del 2012, precedida de la de julio de 2010 y de las consultas populares, fue comparable a la erupción atronadora de un volcán. Nadie lo esperaba de esa magnitud. Sólo hay que recordar que la ANC de antemano apenas osaba convocar una concentración en la plaza de Cataluña. Luego, tomando el pulso del país gracias a la estructura de asambleas territoriales, se vio con corazón de convocar la gran manifestación.
Al día siguiente los titulares de prensa lo interpretaron bien: “El pueblo lo tiene claro”, “Cataluña dice basta”. Y el presidente Mas también lo supo interpretar bien y lo tuvo claro desde el día siguiente: “Nada será fácil, pero todo es posible”. No hacía mucho tiempo que el propio presidente manifestaba que esto no era posible.
Pero que el grueso del país lo tuviera claro y dijera basta y que varios dirigentes políticos se pusieran de inmediato en sintonía no podía significar que la superestructura política y mediática del mismo país se volviera como una media de un día al siguiente. Una superestructura que estaba hecha y amasada durante los treinta y tantos años de autonomismo y de autodenominada “transición democrática”, con un cúmulo bien trabado de intereses de todo orden. Como tampoco era posible que de repente se dejara de gestionar y gobernar la autonomía política de Cataluña, por mucho que se la viera superada.
Para entender, pues, el momento político excepcional que vive Cataluña (y que, en consecuencia, vive España misma, tanto si lo quiere reconocer como si no lo quiere) hay que tener en cuenta estos tres elementos: un amplio y creciente movimiento social de emancipación nacional; un proceso de disolución del status quo autonomista, y un proceso político institucional de autodeterminación nacional que se afianza.
2. Entre el autonomismo y el soberanismo
Decíamos en la primera parte que la situación política actual se caracterizaba por el hecho de que la acumulación histórica de frustración de Cataluña dentro de (es decir, bajo) España ha terminado condensándose en un amplio y profundo movimiento social de carácter nacional, y por tanto, necesariamente, de carácter transversal. Un movimiento que tiene como objetivo claro que Cataluña deseche de la dominación de aquel Estado y se constituya en Estado independiente.
Un objetivo proclamado ampliamente durante estos cuatro años últimos, no sólo en las mareas humanas de las festividades simbólicas, sino cada día en las conversaciones privadas, en el debate público y en cientos de actos locales.
Decíamos, por otra parte, que esta exigencia que manifiesta un pueblo cansado y hastiado de un Estado generalmente hostil, asfixiante y despreciativo no podía tener una traducción política inmediata ni automática. No se podía pasar de un día al día siguiente de “la gran vergüenza mansa de los ladridos” (Salvador Espriú: ‘Indesinenter’), años y años sufrida, a convertirse en “el dueño de todo, no perro servil sino el único señor” (S. Espriú, idem). Se había cumplido, sí, la condición esencial que preveía el poema espriuano : “hará falta que diga enseguida basta, que quiera ahora caminar de nuevo” (S. Espriú), y eso lo cambiaba todo, esto lo abría todo, pero no de una manera mágica. Necesariamente comenzaba un caminar difícil, sintetizado en las palabras inaugurales de Artur Mas, también mencionadas anteriormente: “Nada será fácil, pero todo es posible”.
Nada podía ser fácil porque el avance en el proceso de autodeterminación nacional significaba, y significa ahora mismo, una transmutación, una metamorfosis, un cambio de la naturaleza política del país, de su funcionamiento político y de las bases y los presupuestos en que se había fundamentado hasta entonces. Y, en definitiva, un cambio de la conciencia política nacional. No todo el mundo estaba preparado ni dispuesto. Todos los partidos, todos, se habían hecho al corte y medida del régimen autonómico español (una “ganancia”, visto desde el 1980, pero realmente un dogal).
Todo se había conformado en un sistema de sumisión y regateo, y aún peor, la sumisión era maquillada y presentada -no ya por nuestros dominadores, sino por nosotros mismos, instituciones, partidos, etc.- como una realidad natural, como el destino y la plenitud de Cataluña. Así, por ejemplo, no menor sin embargo, el llamado “bilingüismo” era presentado no como una forma de sometimiento nacional en el aspecto lingüístico, sino como un hecho social natural, una peculiaridad propia de Cataluña, confundiendo todo lo que era confundible y confundiendo a todo el mundo. Y, en este aspecto como en muchos otros, todavía estamos en la confusión.
Este proceso de transmutación implica tres niveles bien discernibles, porque, aunque interactúan estrechamente son relativamente autónomos en la dinámica que los mueve: a) la base social, y especialmente el cuerpo social organizado (lo que nuestros tatarabuelos de antes de 1714 llamaban “el general de Cataluña”); b ) el sistema de partidos políticos, incluido el entorno que le sirve para transmitir propuestas a la base social; y c ) el sistema institucional de gobierno y administración.
En los apartados próximos analizaremos las considerables dificultades del paso del autonomismo al soberanismo en estos tres niveles y empezaremos por el último de los mencionados, porque es el que formaliza el proceso de autodeterminación. Veremos cómo, en su conjunto, es un proceso de cambio de la conciencia política nacional que requiere un tiempo determinado, como si el país pasara por una digestión que no se puede cortar precipitadamente. Por ahora parece que los principales responsables de la conducción del proceso saben entenderlo así.
3. Los dos parlamentos
Continuamos el análisis de la situación creada a partir del momento en que “Cataluña dice basta” (11.09.2012). Basta de España, esto es, suficiente del Estado castellano rebautizado como español. Y, como anunciábamos, proseguiremos por el análisis del proceso en el plano político institucional. Después de que el presidente Mas constata y reconoce institucionalmente (en Barcelona y Madrid) la fuerza y la decisión independentista de un grueso muy importante del país, convoca elecciones al Parlamento (25/11/2012).
Las fuerzas políticas que llevan al programa el objetivo final de un Estado catalán y la convocatoria de una consulta de autodeterminación nacional para poder llegar al mismo (CiU, ERC y CUP) obtienen 74 diputados. Las fuerzas que proponen una convocatoria de consulta, sin precisar el objetivo del Estado propio (PSC e ICV) obtienen 33 diputados. Las fuerzas contrarias a ambos objetivos (PP y C’s) obtienen 28 diputados.
Se constituye, pues, el nuevo Parlamento de Cataluña (17/12/2012) con 107 diputados (79,25%) a favor de una consulta de autodeterminación nacional (“derecho a decidir el futuro político de Cataluña”) y 28 diputados (20,75%) en contra de la consulta. Dentro del bloque del 79,25%, el 69,16% (54,81% del total de diputados) se ha comprometido electoralmente también con la constitución de un “Estado propio”. El vuelco político cualitativo afirmado por los ciudadanos en la calle se había trasladado a su representación política democrática. Por primera vez había un parlamento que no sólo afirmaba que Cataluña no renunciaba a su derecho de autodeterminación nacional, como hasta entonces había hecho repetidamente (1989, 1991, 1998 y 2010), sino que afirmaba que Cataluña se disponía a ejercer efectivamente este derecho.
Pero, ¿cómo podía ejercerlo si no tenía las competencias? El Parlamento de Cataluña era, y es, un parlamento regional (“autonómico”) del Estado español, sujeto al ordenamiento político de este Estado. Y este ordenamiento no reconoce a Cataluña ningún derecho de autodeterminación nacional, ni la reconoce como nación. El Parlamento de Cataluña no podía, pues, como tal iniciar válidamente ningún proceso de autodeterminación, pero la mayoría de los dos tercios de los representantes políticos salidos de las elecciones de 25/11/2012 tenían el mandato democrático de llevar adelante este proceso (que era el mandato fundamental de aquellas elecciones).
La única manera de salvar esta contradicción política y jurídica era crear una legalidad nueva, alternativa a la legalidad española. ¿Cómo? Pues, constituyéndose los representantes elegidos el 11/25/2012, a parte del parlamento autonómico, como asamblea de representantes legítimos del pueblo de Catalunya. El acto que significó esta constitución fue la aprobación de la Declaración de Soberanía y del Derecho de Decidir del Pueblo de Cataluña ( 23/01/2013 ), según la cual ” El pueblo de Cataluña tiene, por razones de legitimidad democrática, carácter de sujeto político soberano “, de donde cabe inferir que la asamblea de los representantes de este sujeto político soberano es una asamblea política soberana.
Este acto de soberanía fundó una legalidad paralela fuera de la jurisdicción del Estado español y se ha instaurado, pues, en Cataluña una doble realidad política: la anterior, la autonómica, y la nueva, la soberana, la que no ha declarado la nulidad de la autonómica y se ha atribuido como única competencia la de convocar un referéndum de autodeterminación.
Así, en esta etapa, nueva y excepcional, que vivimos, Cataluña tiene dos parlamentos y, en consecuencia, dos presidencias, dos gobiernos y dos sistemas de partidos, a pesar de que las personas en cada caso sean las mismas. Toda la evolución política hay que saber entenderla en función de esta dualidad, de la conciencia que se tiene, de las aceptaciones y los rechazos que provoca y del equilibrio y las interferencias entre la realidad autonómica subsistente y la nueva realidad soberana emergente.
TRIBUNA CATALANA