El mundo es tal como se ha podido palpar hoy en Crimea. Política de hechos consumados, o realpolitik, y el que venga detrás que arree. Las nuevas autoridades del país, que responden, quizás, a la voluntad de la minoría mayoritaria rusa o rusófona, han impuesto un referéndum de independencia sin cumplir ningún requisito mínimo que lo homologue ante la comunidad internacional, pero a la sombra efectiva de los tanques y los fusiles de los soldados de Vladimir Putin. La Rusia que no quería la dispersión de la excomunista Yugoslavia para mantener la hegemonía eslava en una zona cuanto más amplia mejor ahora ha fomentado la fragmentación de otro Estado falsamente nacional. Y no pasa nada. Y nadie revienta de contradicción. Y mañana o la próxima semana Crimea aprobará de la misma manera la anexión a Rusia como república asociada y habrá quienes la reconocerán o los habrá que no. Pero el hecho será inamovible porque, si alguien quiere moverlo, hará falta que levante la roca rusa. Crimea pasará con el tiempo a ser otra anomalía que aceptarán la gran mayoría de los Estados que no quieren cargas añadidas en su relación con Moscú. Como Chechenia, o el Tíbet, en el caso de China, o el Sahara exespañol, en el de Marruecos.
¿Y la Constitución, sagrada y venerable, como tantas otras, de Ucrania? Papel de fumar. Las propuestas, en este caso, se apagarán pronto porque, también en este caso, al parecer, la mayoría de la población aprueba el golpe de fuerza o la ha atizado directamente. Las protestas diplomáticas de fachada que en otros procesos se han mantenido contra la lógica de los hechos se diluirán porque la mayoría de los habitantes de Crimea consolidarán la maniobra de secesión. A la larga, los tártaros y los ucranianos que allí viven deberán adaptarse. En el mejor de los casos. En el peor, ya hemos visto las barbaridades con que suelen castigar las fuertes discrepancias nacionales.
¿Y Cataluña? Nos cansamos de repetirlo, una y otra vez, pero alguien se lo debería terminar creyendo. Es otra cosa. Esta parte del mundo no permite las imposiciones que en otros lugares todo el mundo acata con desgana. España no puede enviar fusiles y tanques y se limita a airear una Constitución que en Ucrania no vale nada. Si los catalanes persisten, la lógica democrática que es válida para la Unión Europea o para los Estados Unidos, les ayudará. Porque en esta parte del mundo, a Dios gracias, ni las Constituciones son sagradas ni los soldados doblegan voluntades mayoritarias. O eso queremos creer mientras nadie demuestre lo contrario. Si se demuestra, tal vez los catalanes tendrán que salir a la calle con banderas rusas…
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