Atemorizar, desmoralizar, dividir, hostigar, engañar y seducir

Estamos en la sala del mando supremo del Estado español. Se ha convocado una reunión de máximo nivel. Faltan nueve meses para el referéndum de independencia de una provincia rebelde. La situación es alarmante: el CIS ha hecho unas encuestas específicas sobre la intención de voto y el resultado revela que no era cierto que el ‘proceso’ fuera una obsesión del presidente Mas -rehén del independentista Junqueras-, porque la mayoría del sí-sí es cada vez más amplia y más estable. El aleccionamiento en las escuelas y en TV3 ha funcionado. Los catalanes han sido adoctrinados y ahora hay que encontrar una estrategia para evitar lo que parece inevitable.

Como decíamos, la reunión ha sido convocada al más alto nivel. Está el presidente del gobierno español, el jefe del Estado Mayor de las fuerzas armadas, el presidente del Tribunal Constitucional, el presidente del Consejo General del Poder Judicial, los presidentes del Santander y el BBVA, el presidente de la CEOE, los ministros de Interior, Defensa, Cultura y Hacienda, el fiscal general del Estado, los expresidentes González, Aznar y Zapatero, el presidente del Consejo de Estado, el jefe de la oposición, y José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra en calidad de asesores.

Como hay que ir al grano y el objetivo es que se entienda todo, no es Rajoy quien expone la situación, sino su jefe de gabinete. En una pantalla de plasma, va proyectando los gráficos con los resultados de la encuesta. El hombre de Rajoy hace las mismas trampas que Cuní en 8TV (véase este artículo http://diesdefuria.blogspot.com.es/2014/02/enquesta-8tv-2-trampes-impresentables-i.html?m=1), pero los resultados no dejan de ser alarmantes para quien los quiera entender. Los asistentes, cada vez más boquiabiertos, empiezan a ponerse nerviosos. Los traseros empiezan a moverse en las cómodas butacas de la lujosa sala de control. Conscientes del impacto que podía tener la exposición del estudio demoscópico, el gobierno ha decidido no servir cafés. Los dieciocho hombres -sí, todo son hombres- que se sientan en la mesa empiezan a perder la paciencia.

Cuando han pasado diez minutos de explicación, Rodríguez Ibarra, el más desenfrenado de todos, espeta: ‘¡Chico, ya basta!, ¿no? ¡Qué carajo nos interesa a nosotros lo que piensa la gente?’ Y el presidente del Santander añade: ‘Sí, por favor, ya nos ha quedado claro. ¿Podemos pasar al siguiente punto? No tengo todo el día’. El hombre de Rajoy mira el presidente, pero se da cuenta de que está distraído, y va al grano: ‘De acuerdo, dejemos los datos y pasemos al plan de acción para estos nueve meses’. Pulsa el botoncito del mando a distancia que tiene en la mano y en la pantalla aparece esto:

«PLAN DE ACTUACIÓN

Consideración previa: en el contexto europeo, es prácticamente imposible de evitar una votación pacífica aunque no esté prevista en la constitución. El caso de Escocia no nos deja margen para ninguna actuación contundente que pueda impedir un referéndum.

Objetivo: cambiar la intención de voto actual y restablecer la mayoría contraria a la independencia.

Tiempo: nueve meses.

Razón principal: si perdemos la aportación económica de los catalanes, España se convierte completamente en inviable con los niveles de gasto actuales. Iremos a parar a la cola de los países europeos en términos de riqueza.

Líneas de actuación:

– Atemorizar. Hay que insistir en esta estrategia. Entre un 10% de los favorables a la independencia y un 15% de los que ‘no se pronuncian’ se echarán atrás si ven que van mal. Les asusta el ‘choque de trenes’. No les gusta la incertidumbre. Continuaremos haciendo declaraciones alarmantes, sacaremos el espantajo del ejército y repetiremos hasta perder el aliento esto de la fractura social.

– Desmoralizar. Hay un porcentaje pequeño, aunque significativo, de los catalanes que querría la independencia, pero piensa que es imposible. No podemos dejar de insistir en esa línea. La constitución no lo permite. La comunidad internacional no quiere de ninguna manera porque la independencia de Cataluña abriría luchas internas de otros estados que ya estaban controladas. Etc.

– Dividir. Uno de los mejores remedios contra la independencia es crear divisiones entre los partidos comprometidos en la consulta del 9 de noviembre. El camino más rápido de la división es sembrar desconfianza. La prioridad son las informaciones que hagan desconfiar del gobierno y del presidente Mas. Hay que hacer flotar en lo posible el debate entre derechas e izquierdas en Cataluña. La transversalidad es el elemento más peligroso del ‘proceso’.

– Fustigar. Por inevitable que sea el referéndum, tampoco lo queremos hacer fácil. Hay que encarecer tanto como podamos el coste del ‘proceso’ para los catalanes. Especialmente, para el gobierno y el presidente Mas. Habrá que activar con fuerza la vía judicial en cuanto se formalice cualquier paso en sede parlamentaria o en resolución institucional. No lo podremos evitar, pero lo pagarán caro. Parece que Mas no se echará atrás, pero cuanto más sol haga durante el camino, mejor. Tengamos en cuenta que muchos catalanes se dejan impresionar por el poder porque nunca lo han tenido de verdad.

– Engañar. Aunque hasta ahora no haya funcionado mucho, buena parte del éxito de este plan estratégico está en hacer creer que el entendimiento es posible y que la tercera vía está abierta. Reforma de la constitución, mejora del sistema de financiación autonómica, protección del catalán y las competencias en educación, reforma del senado, etc. Ahora mismo tan sólo un 8% ha dejado engañar, pero pensamos que este porcentaje es el que tiene más potencial de crecimiento. Debemos hacerlo creíble.

– Seducir. Hay un grupo nada despreciable de catalanes que no se creen ni se creerán los cantos de sirena de la ‘tercera vía’. Pero, por cuestiones ideológicas de fondo, se ablandan con los españoles misericordiosos. Necesitamos antisistema, artistas, intelectuales y gente de esa que digan a los catalanes que les queremos mucho, que todo es un problema de mala comunicación, que hay que viajar más a Cataluña, y que tienen todo el derecho de decidir su futuro. También es necesario que los que digan que el problema es con el Estado español -las élites extractivas, los de esta mesa -, pero que el pueblo les ama y les respeta mucho. Esto no les hará cambiar de opinión, pero a medida que lo vayan repitiendo y se deshagan en agradecimientos y reverencias nos ayudarán a engañar a los que preferirían una tercera vía que es posible».

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