El estado de la decepción

Ha terminado un año que puede ser el último de España tal como la conocemos desde 1939. Un Estado que ha liderado el concepto de decepción durante muchas décadas. El diccionario dice que decepción es “desengaño de quien ha sido decepcionado”, y que decepcionar es “fallar en las expectativas (de alguien)”.

La decepción de aquella farsa llamada ‘transición democrática’ ha sido analizada a menudo, y creo que no debe quedar nadie que, con buena voluntad y sin intereses ilegítimos, siga pensando que aquello fue una transición hacia un sistema democrático. Que lo sigan proclamando los que sacan un provecho considerable, lo entiendo: nadie -si lo puede evitar- tira piedras sobre su tejado.

No es, sin embargo, sólo de carácter democrático la profunda decepción a la que nos ha sometido este Estado que pagamos entre todos (unos más que otros), y de la que algunos se benefician copiosamente. No haber hecho ningún tipo de corte con el régimen dictatorial tiene otros costes añadidos.

En el terreno económico, por ejemplo, el sistema que tenemos ha sido muy bien bautizado por Vicent Partal como el capitalismo del BOE. Un sistema que concita, seguramente, los peores rasgos del capitalismo, junto con los más nefastos de las economías planificadas. Especialmente si las planifica la élite dirigente de un Estado profundamente corrupto e incompetente, que son dos aspectos perfectamente complementarios y probablemente inseparables.

Para prosperar en el capitalismo del BOE no hay ningún tipo de iniciativa, creatividad o esa calidad que los valencianos llamamos ‘tener empuje’. Lo que hace falta es información privilegiada y ser considerado ‘ amiguito del alma ‘ por alguien que esté en posición de proporcionarla. Es evidente que esto beneficia a quienes se encuentran en tal posición. La parte más perversa, sin embargo, es cómo perjudica a los que de verdad tienen las capacidades y la voluntad necesarias para hacer funcionar el sistema. La decepción afecta a estas personas y, de rebote, a toda la sociedad, que se ve abocada a hacer uso de los negocios y servicios que crecen en virtud de tanta corrupción incompetente.

No es extraño que nada funcione como debería. Las instituciones y organismos oficiales no las dirigen personas que han accedido por su valía sino lenguas obsequiosas, estómagos agradecidos o favores pagados. Podríamos pensar que el sector privado será diferente, pero el capitalismo del BOE lo iguala sobradamente con la incompetencia suma del público. Los negocios van a parar a las manos privilegiadas de aquellos que han financiado faraónicas campañas electorales y alimentado las cuentas corrientes de quien corresponde. Tanto da si lo hacen bien o mal, si la idea de negocio es nefasta o si se basa en un análisis correcto del mercado. Esto es para los pobres desgraciados que no tienen línea directa con el BOE, los pobres ilusos que no saben, con un par de años de antelación, qué terrenos se recalificarán o por donde pasará la nueva autopista.

Este es el Estado que nos ocupa. No sé a quién le puede extrañar que la idea de abandonarlo con la que empieza este año Cataluña, sea un motor potentísimo de ilusión y optimismo. Un nuevo Estado, sabiendo como sabemos que será hecho por seres humanos, será sin remedio imperfecto. Sin temor a engañarnos, podemos afirmar que tendrá defectos y causará decepciones. Ahora bien, crear un Estado tan decepcionante como lo es el español, sería realmente una tarea para superdotados. Quizás habría que diseñarlo expresamente para desencantar y decepcionar y, con todo, difícilmente superaría el estado actual de las cosas, que es el de un Estado auténticamente fracasado e incapaz de regenerarse.

Ferran Suay
http://www.suay.cat/2013/12/lestat-de-la-decepcio.html