Independencia catalana y Europa

EL PUNT – AVUI

Europa y Cataluña. Que si entraremos o que si no entraremos

JORDI PUJOL

De entrada a Europa le interesa que nada se mueva demasiado. Le interesa evitar problemas. Fue partidaria de mantener Yugoslavia como un solo Estado (con la excepción de Eslovenia por la rapidez con que se produjo su independencia). Y obviamente no contaba con tantos nuevos estados exyugoslavos). Y desaconsejó la partición de Checoslovaquia. Y fue reticente con Letonia.

Europa sólo abrirá la ventana si escucha mucho ruido en la calle. Y de momento sólo eso. Y medio abrirá la puerta si llamamos con insistencia. Y la abrirá más si la llamada es mucho más insistente. Y en nuestro caso si además es civilizado.

Digámoslo sin metáfora. Europa hará poco caso de la reivindicación catalana de independencia, y haría menos aún de una reivindicación más modesta, de estatus lingüístico, trato financiero justo y autonomía política real. Le sería más cómodo decir, todavía con más rotundidad, que es un asunto interno de España.

Hace poco caso, y hará menos, mientras el pueblo de Cataluña no se pueda expresar de manera concluyente a favor de la independencia. Si esto ocurriera no es seguro tampoco que hiciera caso, pero el total rechazo español iría perdiendo mucho peso político y ético. Y la indiferencia europea. Cataluña también sería, mucho más de lo que lo es ahora, un problema importante para Europa.

O sea que el hecho principal en este proceso es que el pueblo catalán se pueda expresar. Con un mecanismo u otro, pero democrático. Esto no quita valor a todas las actuaciones que se están realizando para hacer entender a toda Europa el sentido y la razón de ser de la reivindicación catalana. Actuaciones del mismo gobierno catalán en el campo propiamente político. Pero también de la sociedad catalana. Por eficacia de cara a Europa y por coherencia interna de cara a Cataluña.

En este sentido, es bueno que nos formulemos una pregunta: ¿por qué no queremos quedar fuera de la Unión Europea?

La pregunta es pertinente, porque hay países europeos, y muy europeos, que no forman parte de la UE. Como Suiza y Noruega. O como Islandia. O de momento como Montenegro. Y se habla de que podría ser que Gran Bretaña saliera. Pero, aun así, son ejemplos que no valen para Cataluña. Por una razón muy sencilla: porque para nosotros ser o no ser europeos con el máximo posible de plenitud forma parte de nuestra identidad. Y de nuestro proyecto colectivo. Desde siempre.

Por tanto, no nos podemos quedar a medio camino. Y esto nos obliga a pelear a fondo en el campo institucional, en el del reconocimiento por parte de la UE, etc. Pero nos obliga también a reforzar al máximo el sentido y la herencia de nuestra identidad europea.

De cara a Bruselas y Estrasburgo y Luxemburgo. De cara a todos y cada uno de los países europeos. Pero sobre todo de cara adentro. De cara a nosotros mismos. Porque la idea de Europa forma parte desde el primer momento de nuestra identidad como país, como cultura, como modelo social y como proyecto.

No fue un capricho ni una operación publicitaria que en 1985, en el momento de la entrada de España en la Unión Europea, Cataluña -a través de la Generalitat, es decir, de la institución del gobierno que representa más que otra el sentido de la historia, la identidad cultural y política, la voluntad de continuidad de Cataluña- quisiera dar un carácter especial a este hecho. Y lo hizo haciendo un acto de presencia y de afirmación europea en Aquisgrán. En la capital histórica de Europa. Debajo de la Torre de Carlomagno.

Cultural y políticamente, y como nación, Cataluña nació bajo el signo de Europa.

Y la conciencia de ello, y la voluntad de mantener vivo y activo este vínculo, le ha permitido llegar hasta hoy a pesar de una historia difícil y peligrosa. Y llegar con una conciencia viva, una lengua conservada, un proyecto político. Todo ello, unos resultados que en el marco político, geográfico y demográfico en que se ha tenido que mover Cataluña tiene mucho valor.

Tiene mucho valor. Pero mantenerlo no es gratuito. Ni es fácil. De hecho es muy difícil si en Cataluña no se dan unas condiciones políticas, financieras, sociales y culturales justas. Y a ello Europa -o el espíritu europeo- ha de ser sensible. Porque forma parte de su ADN. Del ADN de Europa. Y un ADN no puede ser olvidado o menospreciado ni destruido. Ni se puede permitir que nadie lo haga. Tampoco se puede hacer oídos sordos a las reclamaciones de justicia.

Debemos celebrar que se hagan tantos esfuerzos para hacer entender esto a los países europeos. Y a sus gobiernos. Y a las instituciones europeas. Pero además debemos reforzar nuestra conciencia europea. Nuestro sentido de identidad europeo. Porque si reclamamos más reconocimiento europeo es porque nos sentimos dentro. Porque somos no sólo por nacimiento sino por vocación. Y por identificación con los valores europeos. Y esto acaba de dar fuerza y ​​credibilidad a nuestra reivindicación como país.

 

VILAWEB

Pere Cardús

Cuando hablamos de independencia, no hacemos ninguna broma

Barroso, el presidente de la Comisión Europea, respondió ayer a la carta del presidente Mas diciendo que no podía resolver cuestiones internas de los Estados miembros y repitiendo que un estado catalán quedaría fuera de la Unión Europea. Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, había dicho algo parecido hace unas semanas después de haberse reunido con Rajoy. Hay expertos en derecho europeo e internacional que ponen en duda que una Cataluña independiente tuviera que salir de la UE. Sobre todo ponen en duda que se pueda retirar la ciudadanía europea a los ciudadanos que han votado y aprobado la constitución europea, que han participado sucesivamente en las elecciones cada cinco años y que son representados por diputados al Parlamento Europeo.

Ignoro quién tiene razón y no tengo la capacitación técnica para tomar una posición fuerte sobre la cuestión. Me fío más, eso sí, de la voz de expertos independientes que no de políticos puestos a dedo por los gobiernos de los estados miembros -incluidos el Reino de España y el Reino Unido-. Pero quién tiene razón -o quien tiene más- no me interesa nada para lo que quiero exponer. Al fin y al cabo, la razón jurídica cuenta poco en estos casos y siempre se acaba imponiendo la lógica y el interés políticos.

El hecho que me sorprenda más del debate eterno sobre la hipotética exclusión de un nuevo Estado catalán -recordemos que Andorra ya es un Estado catalán- es que casi nadie se ha parado a pensar si los catalanes queremos formar parte de la Unión Europea. De la misma manera que cuando alguien dijo que quedaríamos fuera de la OTAN de forma automática, tampoco tuvo en cuenta si querríamos estar dentro. El debate sobre el interés y la conveniencia de pertenecer a las instituciones y a los tratados internacionales es infinitamente más interesante y productivo para nuestro futuro que el debate sobre la cuestión jurídico-formal de la exclusión.

Si la UE tiene ganas de perjudicar gratuitamente y concluye que quedaremos fuera de ella, habrá que decidir si queremos empezar el proceso de integración como futuro Estado miembro. Si la UE mira por sus intereses e impone una solución política al caso catalán para incluir automáticamente el nuevo Estado, también habrá que decidir si queremos salir. Y lo mismo ha de ocurrir con todas las instituciones de las que es miembro el Reino de España.

¿Queremos formar parte del Espacio Económico Europeo a través de la Asociación Europea de Libre Comercio, como Noruega? Habrá que hacer el debate y decidirlo. ¿Queremos estar incluidos en el espacio Schengen? ¿En Frontex? ¿En Europol? Se deberá decidir. ¿En las Naciones Unidas? También habrá hablar.

Que todo el mundo lo tenga claro: Cataluña estará allí donde los catalanes queramos que esté y, a la vez, nos quieran. ¿Que una institución no nos acepta? ¡Buen viento y barca nueva! La independencia es eso. Nosotros decidimos. Si no nos quieren, pasemos página y continuemos construyendo el mundo que queremos con aquellos que nos aceptan. ¿Que la UE expulsa a un contribuyente neto que ha sido uno de los máximos defensores del proyecto europeo y que ha decidido su futuro de una manera democrática y pacífica? Pues, sinceramente, la UE no es un proyecto que me interese ni me guste. ¿Preferirían que continuáramos modificando las fronteras europeas con guerras y alianzas monárquicas? Pues no tenemos ningunas ganas y ya se lo pueden confitar.

Hay un debate posible y muy interesante-que invito a hacerlo a aquellos que estén preparados para hacerlo-sobre la conveniencia económica del mantenimiento de Cataluña a la UE. Hay que hacer también este debate. Pero yo todavía encuentro más importante y definitivo el debate democrático. ¿Queremos formar parte de un proyecto europeo insensible al ejercicio democrático como sistema de decidir el futuro político de los pueblos? ¿Queremos formar parte de unas instituciones regidas por unos gobernantes que no son elegidos por la ciudadanía sino por los estados miembros?

Debatir es construir. Y estos meses que vienen tenemos que empezar a construir nuestro futuro como pueblo. Hay un debate de calidad sobre cómo queremos el Estado catalán. Y un debate de calidad no debe dar miedo a nadie. No ha de hacer peligrar la decisiva unidad política y cívica que permitirá que hagamos un referéndum sobre la independencia y que lo ganemos. Y sí, habremos ganado eso: la capacidad de decidir cómo queremos vivir, cómo queremos gobernar y con quién. Sí, sí, esto es la independencia. Cuando hablamos de independencia, hablemos en serio, por favor.

perecardus@mesvilaweb.cat

 

Vicent Partal

Con los pies en el suelo

Ya lo sabíamos: al poner fecha oficial al referéndum todo tenía que cambiar. También en Europa. Ayer se produjeron unas declaraciones de la Comisión Europea -en la línea habitual- con un informe francés muy interesante y sobre todo muy pragmático. En el frente oficial nos dijeron lo que hace tiempo que decidieron decir: que la aparición de un tercer Estado lo dejaría fuera de la Unión. Palabras pensadas al milímetro para el consumo político inmediato y ayuda al socio español, que de momento es el único socio posible. Ahora, el informe ya es otra cosa.

El texto del informe, que llega desde las alturas de la administración francesa (atención al detalle), entra de lleno en la vía del pragmatismo. Reconoce que la posición de la Comisión es clara, pero avisa de que también es insostenible: sería absurdo tratar Cataluña como si fuera Turquía o Bosnia, dice. Porque no lo entendería nadie.

Y por ello aboga por la vía del pragmatismo, poniendo el énfasis en una pregunta que es la clave de todo: una vez conseguida la independencia, ¿qué ganaría Europa si echara a Cataluña? Observe el condicionante de la pregunta: una vez conseguida la independencia. Y la respuesta es obvia. Hasta que Cataluña no haya proclamado la independencia, el discurso oficial puede continuar insistiendo en todo esto del tercer país, pero cuando la haya proclamado, cuando haya efectuado el acto político de proclamarla todo cambia también para Europa. Y en el nuevo contexto, la Unión no tendrá más remedio que cambiar de enfoque.

El informe incluso propone una manera de resolver la cuestión sin que nadie salga derrotado: hacer coincidir el periodo de negociación de la independencia con España con el periodo de negociación del ‘reingreso’ en Europa, que en realidad sería una formalidad administrativa. ¿Y España? Lo más curioso de todo es que prácticamente ni la menciona. El asunto es entre Cataluña y la Unión Europea y el informe en ningún momento considera qué habría que hacer si España dificultase el proceso. Asume lo que todos sabemos: que España no puede sabotearlo.

Los pies comienzan a tocar tierra, pues. Nosotros nos equivocamos pensando que todo sería más fácil de lo que lo es, pero empieza a hacerse patente que tampoco será tan difícil. Si los catalanes nos mantenemos firmes en la proclamación de la independencia Europa no tendrá más remedio que adaptarse, porque para Europa el riesgo de dejar fuera Cataluña, como ya sabíamos y remarca este informe, es una pesadilla

PS. Es especialmente interesante la insinuación de que el informe hace en el sentido de que la Unión Europea, constitucionalmente, es una unión de estados y de ciudadanos y que por ello intentar retirar la ciudadanía de la Unión a los catalanes que ya lo son toparía frontalmente con la constitución europea y sería jurídicamente insostenible. Cuente con ello…