Todos los grandes proyectos personales y colectivos tienen un final incierto. Y, cuanto más grandes, más arriesgados y más expuestos. Desde elegir los estudios que determinarán un futuro profesional, comprometerse con un proyecto de vida en pareja, educar a un hijo, emprender un negocio o alcanzar la cima de una gran montaña. En ningún caso se puede garantizar el éxito final. Y, en muchos casos, hay que aceptar que el simple hecho de haberse atrevido a intentarlo ya es la expresión de una victoria personal. Aún más: la conciencia de la incertidumbre respecto del objetivo final es la garantía de un buen control de todo el proceso y, por tanto, del triunfo.
En ninguno de estos casos, sin embargo, hay posibilidad de éxito si, a la vista de las dificultades y los riesgos, el proyecto se da de entrada por irrealizable. La asunción de las dificultades es un escalón más del propio objetivo. Nunca se alcanza el propósito si, aunque sea en privado, se piensa que es prácticamente imposible lograrlo. Es bien conocido el principio de las ciencias sociales: el autocumplimiento de profecía. Es decir, que lo que se pronostica como cierto es muy probable que ocurra. Si a una criatura que empieza a hacer los primeras pinitos le repites con cara de espanto: “¡cuidado que caerás!”, le creas una inseguridad que le hará tambalearse hasta caer. Si a un equipo de fútbol le animamos con gritos de victoria, favorecemos un buen resultado.
Cataluña, los catalaners, como todo el mundo sabe, han emprendido el objetivo político más ambicioso imaginable: conseguir su independencia. Es, por tanto, el proyecto de mayor riesgo, el más expuesto, el más incierto de los que nos podríamos proponer. Quien lo dé todo por hecho es un insensato que pondrá en peligro toda la empresa. Quien niegue las dificultades o las desprecie no podrá contribuir a su superación. Pero reconocer los obstáculos tampoco se puede convertir en el anuncio anticipado de un fracaso. Al contrario, se ha de estudiar su naturaleza exacta para poder superarlo. Cualquier gran empresa pide superar los miedos iniciales, analizar bien los riesgos y tener la tenacidad y el coraje necesarios para llevarla a cabo. No valen los temblores de piernas, ni convienen los derrotistas que, para evitar un esfuerzo del que no se ven capaces, anticipan el fracaso del proyecto.
La indefensión aprendida (la ‘learned helplessness’ definida por Martin Seligman) de los catalanes -de la que ya he hablado en otras ocasiones-, y que hasta ahora nos había prohibido el deseo de un Estado propio, se fundamenta, en primer lugar, en falsos tópicos sobre nuestra tendencia a tomar decisiones equivocadas en los momentos decisivos de nuestra historia. Y, en segundo lugar, en una cultura del fracaso que parte de estos dos terribles principios paralizadores de las organizaciones mediocres: “Esto no se ha hecho nunca” y “Nunca lo hemos logrado”. Pero, por una parte, hay que desmentir los determinismos históricos y los supuestos ADN culturales con los hechos y, por otra, hay que hacer frente a las estratagemas de sabotaje dirigidas al corazón de la confianza en nosotros mismos y que minan nuestra autoestima.
La clave del éxito al que debemos aspirar -su consecución está en nuestras manos, como es bien saben todos aquellos que, con el miedo en el cuerpo, nos repiten que no haremos la consulta- es ésta: conciencia del riesgo, evaluación racional de las dificultades, fuerza emocional para resistir con coraje hasta el final y confianza insobornable en la victoria final. El alpinista que emprende una ascensión ambiciosa, los padres que se aventuran a tener un hijo, el emprendedor dispuesto a ganar nuevos mercados, necesitan todas estas virtudes. Y, afortunadamente, llegamos a 2014 habiendo demostrado que nosotros también las tenemos.
ARA