Se han pasado demasiado

Hace tanto tiempo ya que ejercen la catalanofobia, al menos desde la época de Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, Quevedo para hacerlo breve, que los efectos sobre su propia población es lógico que se noten tanto. Son años, décadas, siglos de mentiras, rumores, intoxicaciones, medias verdades, manipulación de la realidad, tendenciosidad y desinformación. Cada vez que oyen la palabra “Cataluña” o el término “catalán” se les disparan todas las alarmas, no importa lo que venga detrás de estas palabras. Si es “catalán” ya se convierte, de entrada, en sospechoso y prefieren disparar primero, antes de preguntar, por si acaso. Han predispuesto a los ciudadanos españoles a una animadversión tan grande contra nosotros que resulta casi imposible, en medio de tanta mala baba anticatalana, tener desde España una mirada mínimamente desintoxicada sobre la realidad catalana. Esperar, en estas condiciones, una salida diferente a la de ahora, una propuesta española para mejorar las condiciones de pertenencia de nuestro país a su Estado es, sencillamente, una pérdida de tiempo y un mal sueño. Porque, allá, eso no lo aceptaría nadie.

Si Cataluña es diferente, ¿cómo debe encajar en un Estado y una cultura que no acepta la diferencia, sino que tiene la uniformidad en su ADN constitutivo? Cualquier propuesta para Cataluña, por exigua que fuera, sería vista al instante como una traición a España y un privilegio para los catalanes. Y eso no hay gobierno capaz de soportarlo, si quiere seguir gobernando. Han invertido tanto en la campaña contra Cataluña, a lo largo de la historia, que ahora su inversión se les vuelve en contra y les impide encontrar una solución mínimamente sensata, no ya para facilitar la soberanía del país, sino el simple ejercicio de la democracia. Están atados de manos y pies, porque se han pasado demasiado, constantemente, con cualquier pretexto, y ahora no saben cómo salir. Han sembrado vientos y cosechan tempestades.

Un catalán de izquierdas que frecuenta mucho los ambientes “progres” madrileños me comentaba cómo era posible hablar con la gente pretendidamente de izquierdas de allí, sobre cualquier tema, fuera el que fuera, y cómo, generalmente, los niveles de acuerdo eran muy elevados, excepto cuando salía la cuestión catalana. Entonces, perdían los estribos y les saltaba como una especie de resorte hasta entonces dormido o imperceptible, que les situaba en una milésima de segundo en medio de una irritación encendida, provocando situaciones de una tirantez enorme. Y si esto ocurre entre lo que, en un gesto de generosidad ideológica, podemos decir la izquierda, referirnos a lo que ocurre entre la derecha ya da miedo… Basta recordar los exabruptos habituales de Guerra o Leguina, el ala izquierdista del PSOE -¡cómo debe ser la diestra!- O la ex ministra Trujillo preguntándose para qué servía la lengua catalana, sin ningún reparo ético ni rubor intelectual. En este contexto, de animadversión ambiental contra todo lo que suene a catalán, adquieren más valor las actitudes individuales de los españoles demócratas que no comparten esta locura y lo hacen público, actitudes que debemos agradecer sinceramente.

El filósofo Aranguren ya advertía, en voz alta, en los años ochenta: “Los catalanes tienen toda la razón del mundo, ¡pero a ver quién es el valiente de entre nosotros que se lo explica a nuestros!” Hay que tener un sentido muy ético de la vida para ello, porque, bien mirado, ¿por qué deberían hacerlo, para ser mal vistos en un contexto social y un país, el suyo, donde continuarán viviendo? A los 45 años de la negativa de Serrat para ir a Eurovisión si no lo hacía en catalán, la reacción española ahora sería diferente: infinitamente más violenta y rabiosamente contraria, hete aquí. De hecho, si tan malos somos, si tanto desprecio tienen a una lengua que persiguen en todos los Países Catalanes, si tanta repulsa les creamos, si tanta incomodidad les provoca tenernos dentro del Estado, ¿qué problema hay para que nos vayamos? ¿Quizás tienen algo que ver las sustanciosas cifras que, año tras año, les enviamos en forma de impuestos?

EL PUNT – AVUI