¡Es la estupidez, estúpidos!

La Conferencia Episcopal considera ‘inmoral’ la consulta. Patxi López contrapone el ‘derecho de convivir’ al tramposo ‘derecho a decidir’. Lucena: ‘Se lo han puesto “a huevo” a Rajoy para que diga que no’. Zapatero: ‘El derecho de decidir es antinatura (sic)’. Rajoy: ‘España es la mejor nación del mundo’. ‘¿Para qué sirve el catalán? Para insultar’ (Trujillo). Son titulares que recogen reacciones al referéndum objetivamente estúpidas.

Lo había dicho Eduardo Reyes, presidente de Súmate: ‘PSC, Ciudadanos y PP son máquinas de fabricar independentistas entre el colectivo de catalanes de origen español’, y el sábado Junqueras dio públicamente las gracias a Rajoy, al PP y al PSOE porque ‘son una fábrica de independentistas’.

Aznar, Bono, Rodríguez Ibarra, Guerra, Monago, Aguirre… han hecho levantar más esteladas con sus desvaríos que ciento veinte años de catalanismo. El mérito es grande, porque los partidarios del referéndum son un 84%, una unanimidad que no consiguen ni el Barça y la Moreneta juntos.

Como en un episodio del Coyote y el Correcaminos, todos los inventos del grupo quisquilloso del españolismo se les terminan cayendo sobre el pie. La estrategia del miedo no se la creen ya ni las abuelas de quienes la proclaman, el sonsonete del veto de la Unión Europea ha hecho nacer clubes de fans de Noruega, Suiza e Islandia, y los ataques al simposio ‘España contra Cataluña’ convirtieron una reunión de especialistas en un altavoz de la nación libre.

Las encuestas lo confirman semana tras semana, el soberanismo no para de crecer en una progresión que, si se mantiene, de aquí al feliz 9 de noviembre superará todas las expectativas.

El fenómeno es cada vez más evidente: unos pocos minutos de caverna televisiva despiertan en el catalán medio delirios sufragistas compulsivos, y un corte de una conferencia de prensa de la vicepresidenta Santamaría es Albert Pla directamente en vena, para poner un par de ejemplos cotidianos.

El nivel de las imprecaciones es lo lógico si se tiene en cuenta que todo se cocina en un microcosmos dominado por ‘maîtres à penser’ como Francisco Marhuenda, Alfonso Ussía, Luis María Anson, Miguel Ángel Rodríguez, Belén Esteban o el general Fernández-Monzón de Altolaguirre, que Rajoy ha bendecido asegurando que ‘es la posición de la mayoría de españoles’.

Esta manera de hacer tan castiza ha conseguido últimamente catapultarse al hit parade internacional. El gran éxito ‘relaxing cup of café con leche’ ha entrado en el ‘top ten’ mundial de sandeces de alcaldes de la revista Time, y la marca España, situada ya en el nivel de Bosnia-Herzegovina y Marruecos, se ha devaluado un 20% en un año. La dirige el imponderable García-Margallo, que la evocó en Bruselas para demostrar que España ya no es un país de ‘charanga y pandereta’. Su número dos tuvo que dimitir en julio por haber twiteado: ‘Catalanes de mierda. No se merecen nada’.

Analistas como Fernando Ónega o Iñaki Gabilondo se desesperan: ‘Cada vez que usted [Rajoy] o uno de sus ministros habla de Cataluña, el partido secesionista [ERC] gana un escaño’; ‘no observan la realidad de una corriente social muy profunda que pasa por encima de los partidos políticos. No puedo entender cómo puede ser que no se vea algo tan evidente’.

Y si es obvio también para ellos, ¿por qué la hermandad de la caverna mantiene una estrategia tan contraproducente? ¿Por qué al menos no reorienta la propaganda y la bilis? Las masas no pueden cambiar en poco tiempo un talante ancestral o un hábito histórico, pero ¿y los políticos? ¿Y los periodistas? ¿Y los líderes de opinión?

Londres fue implacable con Irlanda hasta que la perdió, y desplegó durante décadas acciones de guerra sucia en los condados del norte, pero hubo un momento en que comprendió que los tiempos habían cambiado. Con Escocia todo se ha hecho con guante de seda y es bastante posible que la retenga. Francia es uno de los países más centralistas del mundo, pero París no gestiona (ni bloquea) los aeropuertos de Marsella o Lyon en beneficio de los suyos, ni intenta yugular las regiones productivas y exportadoras negándoles vías de comunicación vitales, ni las castiga concentrando en ellas los peajes.

Por más viscerales que fueran los nacionalismos inglés y francés, un mínimo de lucidez les hizo ver que el uso de la fuerza no se podía perpetuar o que destruir la economía de las regiones ricas llevaría al Estado a la crisis.

¿Por qué los líderes españoles son tan diferentes de los británicos y los franceses? Descartadas las fatalidades deterministas: clima, geografía, alimentación (bocadillos de calamares, por ejemplo)…, no puede sino tratarse de una de las más poderosas fuerzas que impiden el bienestar y la felicidad humana, en palabras de Carlo M. Cipolla (1922-2000), el sociólogo italiano que en los años setenta elaboró la teoría de la estupidez (publicada en 1988). Cipolla recoge una tradición de pensamiento antigua que se remonta a Epicuro y Platón. De hecho, la ‘locura’ de Erasmo es, propiamente, ‘estupidez’.

Josep Ramoneda ha escrito: ‘”El mundo avanza hacia algo parecido a un país, a unos Estados Unidos de todo el mundo”. No es broma: el ciudadano autor de esta frase es el presidente que nos gobierna’. Era Rajoy, efectivamente, dirigiendo un mensaje subliminal a Cataluña. Su predecesor, Rodríguez Zapatero, ha regalado también a la humanidad sentencias clarividentes: ‘La tierra no pertenece a nadie, salvo del viento’, o ‘los parados no son parados, son personas que se han apuntado al paro’. Y Aznar, el estadista: ‘El problema con Al Qaeda en España […] viene del siglo VIII. España y el norte de África cristianos, acabados de invadir por los moros, se negaron a convertirse en una pieza más del mundo islámico’.

Son los timoneles que han alcanzado la veintena bancarrota de España (récord mundial absoluto) a base de cebar a la oligarquía extractiva madrileña con autopistas sin coches, trenes sin pasajeros y aeropuertos sin aviones. Con el meritorio aval del 92% del congreso.

Cipolla define a un estúpido como el que hace daño a otra persona, o grupo, sin conseguir ningún beneficio, incluso saliendo perjudicado. El sociólogo explica que algunos estúpidos causan sólo perjuicios limitados, pero los hay que pueden ocasionar daños terribles, no ya a individuos, sino a comunidades o sociedades enteras’.

Según la teoría de Cipolla, las castas guerreras y eclesiásticas situaron a estúpidos en puestos de poder en las sociedades preindustriales analfabetas, que se han perpetuado. ‘En el mundo moderno, las clases y las castas van perdiendo importancia, pero su lugar lo ocupan los partidos políticos, la burocracia y la democracia’. España tiene el agravante de que ha saltado a la era tecnológica sin pasar por la revolución industrial. Todo un electrochoque, parece.

Contra la estupidez incluso los dioses luchan en vano, había dicho Schiller. ‘Un malvado es racional y se puede prever o reconducir, pero ante un estúpido uno se encuentra completamente desarmado’, afirma Cipolla, que pone como ejemplo de organizaciones estúpidas la Mafia, el complejo militar-industrial y la Internacional Comunista. Seguramente porque vivía en Italia.

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