Entre Disney World y Mordor

El martes, el primer ministro escocés, Alex Salmond, presentaba su proyecto para Escocia (independiente del futuro). La Reina como jefe de Estado, mantener la libra, negociar la permanencia en la Unión Europea (o el reingreso en caso de ser expulsada en un primer momento)… Y el caso es que la prensa inglesa le trituró mucho e incluso hubo quienes lo tildaron de Mickey Mouse, por aquello de la fantástica Escocia Disney World que Salmond estaría defendiendo. De acuerdo. Pero allí nadie le tacha de nazi por querer la independencia. Y allí, en Londres, hubo alguien (conservador) que dijo “pactemos la consulta”. Se sentaron para hablar y lo hicieron. Aquí, en España, en Madrid no sólo atacan (cosa normal), sino que tachan a los soberanistas de nazis (cosa grotesca), y además, PP y PSOE ya han dicho que del derecho a decidir no hay ni que hablar. Son estos los grandes factores que, historia y sociedades respectivas a lado, distingue el proceso catalán del escocés. Pero no sólo.

Otra diferencia troncal: allí los unionistas no ven a Salmond como “el problema”, mientras que aquí el nacionalismo español homenajea a diario eso de “cuando el sabio señala la Luna el ignorante mira el dedo”. Su actualización del concepto consiste en hacer así: “Cuando el pueblo señala la independencia, el necio mira a Mas”. Y se obsesionan, y lo consideran un iluminado, y lo tachan de títere de Oriol Junqueras y en plena campaña se inventan cuentas en Suiza vía informes fantasma de la policía. El afán por vencer, por someter y dominar, por poseer, persiste en una España que no ha dejado atrás su mentalidad colonial. El Reino Unido se ríe.

Inglaterra no es Disney World, como no lo será Escocia si gana el sí a la independencia, pero parece firme en su intención de que tampoco será Mordor, el país negro de la novela de JRR Tolkien. ¿El es España? Su gobierno deberá demostrar que no. Sus partidos, sus instituciones, sus gobernantes tienen una nueva oportunidad única (¿que desaprovecharán como siempre?) Para reivindicarse, para venir a decir que ellos, el sentarse (a negociar, a dialogar), no lo entienden como equivalente de perder o de inclinarse (ante nadie). Los partidos catalanes que están por el derecho a decidir (y que son amplia mayoría en el Parlamento) nos describen una Cataluña no idílica (con sus contradicciones y pequeñeces y sacudidas) pero que aspira a no ser engullida en la oscuridad del conflicto permanente. Lo conseguirá (o no), sabrá, podrá o le dejarán encontrar su espacio (o no), pero algo aquí se ha movido. Allí, en Madrid, en cambio, siguen como siempre enquistados con ese su instinto posesivo crónico, y sólo gritan “‘mi tesoooooro!”. Y de allí no los sacas.

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