No es la economía, en efecto, al contrario del eslogan famoso de la primera campaña electoral de Bill Clinton, “It’s the economy, stupid”.
No es la economía, señor presidente de la Generalitat, señor vicepresidente, señores diputados y dirigentes del PP, y ustedes lo saben: no es la economía lo que les ha hecho cerrar RTVV, es la ideología. Acudir al argumento de los hospitales y las escuelas (“No cerraré un hospital o una escuela para mantener una televisión”, dijo el presidente funesto, arrebatado por la prepotencia de los débiles), es una de las cosas más miserables y falsas que he podido escuchar nunca.
Es una perfecta inmoralidad ideológica y política, es un insulto, es tomar a los ciudadanos para imbéciles, es actuar (quien lo dijo y quienes lo aprueban y aplauden) como un ‘stupid’ insigne. De vez en cuando (y lo recordaba aquí mismo hace menos de un año), mi manera de expresarme, en libros o en artículos de prensa, puede resultar poco académica y más bien irritada y directa. Por ejemplo en frases como ésta, dedicada a la casta de gente que nos gobierna (o que nos ha gobernado) en el País Valenciano, o que condiciona las acciones de gobierno: “Es una casta de gente en general dudosa en cuanto al nombre de ‘valencianos’ que gastan -unos no lo son, otros lo son con histeria, a la mayor parte ni les interesa qué significa tal cosa-, perfectamente españoles de alma, corazón y principios…
No se creen su país como país, este es el “secreto”. Pienso, en efecto, que este es el secreto, o uno de los secretos: que los sectores dirigentes de la sociedad valenciana, quienes han tenido y tienen el poder -todos los poderes: el económico, el político y los demás- hace siglos que no se creen su país. Se creen otro. Los aristócratas más o menos traidores del siglo XVIII, los burgueses liberales o conservadores del XIX, los blasquistas y los socialistas del XX, da igual.
Hace muchos años que creo en la importancia crucial de las actitudes y las ideologías -y de la acción política que se deriva de ellas-, como explicación de fondo de muchos fenómenos que no son reducibles simplemente a los movimientos de la economía o de lo que difusamente se llama estructura social. Pues bien, la ideología nacional de las fuerzas políticas que han jugado un papel decisivo en la historia valenciana del siglo XX es la ideología nacional española: en el republicanismo blasquista, o en la visión del “Estado modernizador” de los socialistas.
Por no hablar de la burguesía, y de las derechas de antes, durante y después del franquismo. Entonces, el concepto, el nombre y la visión de este país es el de una simple región española, de Levante, de cultura castellana, un destino de inexistencia y de disolución, una “Comunidad” que es un simple espacio administrativo. Y un simple espacio administrativo, en efecto, ¿para qué necesita radio y una televisión propias? Este país, pues, no es “un país sin política”, como expresaba el título de un libro de Fuster, hace ya más de treinta años.
Ha sido y es, más exactamente, un país sin política valenciana, organizada, pensada y hecha en términos valencianos, como expresión continuada de un proyecto -o de más de uno- valenciano. La política, por tanto, ha sido sobre todo la aplicación y derivación de otros proyectos, de otra visión y definición del espacio nacional. La fusteriana “singularidad amarga” procede en gran medida, o sobre todo, de la permanente dificultad para definirse en términos propios como comunidad cultural, territorial, histórica y política.
Pero esta dificultad no es ningún problema para los que se definen puramente como españoles de lengua y de nación, de cultura y de política, y por tanto no tienen necesidad (si no es como vehículo de propaganda) de un instrumento crucial de cohesión y de definición en términos valencianos. Para ellos, lo mismo que hace a escala de España la televisión pública (y las privadas), a escala de País Valenciano no es ni necesario, ni quizá conveniente. No han cerrado RTVV por economía, pues: la han encerrado porque no les importa en tanto que valenciana.
Y nos han convertido, como en otros campos (precisamente el de la economía) sin instrumentos financieros propios!), Simplemente en el punto cero. A partir del cual, sólo podemos volver a construir, volver a caminar: con un poco de esperanza en la razón, y con muchísima firmeza en la defensa de la lengua y en la resistencia activa contra cualquier retroceso en las pocas pero irrenunciables cosas tan penosamente logradas. Y con más coherencia en las opciones electorales: que todo proyecto, de construcción o de destrucción, procede en último término de una idea, y se manifiesta finalmente en la política.
EL TEMPS