No creo en el carácter de los pueblos ni en los ADN sociales, una metáfora que me irrita. Menos aún en el de los catalanes: somos un país de historia demasiado convulsa como para haber establecido pautas sistemáticas de comportamiento. Hemos vivido constantes y rotundos desafíos demográficos. Y no hemos dispuesto de instrumentos de dominación simbólica fuertes debido a una falta de las estructuras de Estado que las suelen proporcionar. Aquí, para dar continuidad al país, nos hemos aferrado a la supervivencia de una lengua propia, y la hemos convertido en casus belli de nuestra existencia, en la expresión máxima de la excelencia creativa y la debilidad política. Por decirlo así, aquí esperamos los informes anuales de la Red Cruscat del IEC -como el que acaba de hacerse público y que certifica que hemos superado por primera vez los 10 millones de hablantes- con más pasión que con la que seguimos el debate de política general para conocer el verdadero estado de la nación.
En contra de esta opinión, lo sé, tengo grandes figuras como José Ferrater Mora con Las formas de la vida catalana (1944) o Jaume Vicens Vives con Notícia de Catalunya (1954), por mencionar a los clásicos del análisis del carácter y el temperamento catalán. Todo lo del seny y la rauxa, el todo o nada, el embeleso, el reventón… Ahora, los apóstoles del retroceso presentado como moderación podrían sacar mucho partido de la teoría de Vicens Vives sobre la influencia del ¡basta! en nuestra historia. Dice que nos solemos plantar cuando todo nos es desfavorable, siguiendo una actitud contraria a nuestra -supuesta- tradición pactista. Todo un ejercicio de inconsistencia argumental en el que, pocas páginas antes, afirma que el hibridismo no crea valores propios y “profundiza las grietas en el cuerpo espiritual del país”. ¿Es que no somos un pueblo híbrido que, al grito candeliano de “¡Cataluña, un solo pueblo”, hemos hecho de la injerto nuestra fuerza social?
Algo diferente es que lejos de ADN inmutables haya marcos de autorrepresentación que se convierten en hegemónicos por un tiempo determinado. Algún día, por ejemplo, se deberá explicar con detalle -y ciencia- como abandonamos la respuesta victimista a la derrota política y seguimos el “Plantemos cara” al que nos invitaba Joan Solà a finales de 2006. Y tendremos que analizar cómo es que un país que en la disyuntiva de la independencia respondía con un “Ya me gustaría, pero no es posible” -el poderoso mecanismo de la “indefensión aprendida” que asegura la sumisión, el “alma de esclavo” de la que hablaba Manuel de Pedrolo-, ha pasado a preguntarse” ¿lo lograremos? “
Sin embargo, creo que nuestra victoria final ahora depende de la capacidad que tengamos de hacer, con rapidez, un nuevo cambio de marco de autorrepresentación colectiva, un cambio de ‘frame’, por decirlo al estilo de Goffman o Lakoff . Dicho de golpe: debemos pasar del de “Tenemos prisa, mucha prisa” de Heribert Barrera de 2010 y que nos ha acompañado hasta la Vía Catalana, a saber que ahora nos falta el coraje, la audacia y la resolución necesarios para encarar las nuevas grandes dificultades inmediatas. Es decir, necesitamos saber responder como nos vio Winston Churchill en su discurso ante la Cámara de los Comunes del 18 de junio de 1940, poniendo de ejemplo al comparar la respuesta a los bombardeos de Londres de un mes antes con la de los barceloneses de 1938: “No quiero subestimar la severidad del desafío que tenemos delante, pero creo que nuestros compatriotas serán capaces de plantar cara, tal como lo hicieron los valientes ciudadanos de Barcelona, y que nos mantendremos en pie y que saldremos adelante a pesar de todo, tan bien como pueda hacerlo cualquier otro pueblo del mundo. En muy buena parte, todo depende de eso”. Ahora y aquí, también.
ARA