La hora de los argumentos

Si en una conversación alguien usa tres argumentos contradictorios en defensa de sus posiciones, suele ser porque no cree que ninguno de los tres solo sea lo suficientemente fuerte como para legitimarlas. Cuando un padre, por ejemplo, niega algo a su hijo por tres razones diferentes y que se excluyen entre ellas es que probablemente no sabe cómo justificar de verdad su negativa, y teme que si dice su verdadera razón será frágil, poco convincente, exagerada o falsa. Si intentas construir un argumento con trozos escogidos de tres argumentos diferentes que van en direcciones opuestas, es que de hecho no te fías de tu argumento verdadero.

Contra el proceso soberanista catalán se utilizan a la vez tres argumentos contradictorios. El uso es simultáneo, pero el orden de aparición es sucesivo. El primer argumento, el automático, el inicial, es decir que la independencia de Cataluña es imposible. Que la Constitución española se fundamenta en la indisoluble unidad de la nación española y que por tanto no sería legal ni siquiera preguntar. Los catalanes no tienen derecho a decidir sobre la secesión, y por tanto es improcedente hablar e irrelevante saber cuántos están a favor o en contra: no es un problema de mayorías, sino de imposibilidad legal y conceptual. Por tanto, no hay partida.

El argumento implica verbalizar en voz alta que los habitantes de un territorio no tienen ningún derecho a decidir sobre su futuro, que no depende de su voluntad sino de un axioma metafísico -la unidad de España- por encima de votaciones. Entonces es indiferente cuántos catalanes lo quieren. No hace falta preguntar. No importa: es tan imposible la independencia si la quiere un solo catalán como si la quieren todos. Porque no lo pueden decidir. Claro, esta frase no es simpática a los oídos de las democracias. Y haría dudar del arraigo de las convicciones y de las prácticas democráticas de España, que ya ha tambaleado ante los ojos de Europa hablando de Gibraltar o de la doctrina Parot.

Como el argumento primero, llevado a las últimas consecuencias, no es presentable en términos democráticos, ponen en circulación un segundo, contradictorio por completo con el primero: hay una mayoría silenciosa de catalanes que no quieren la independencia. ¿Pero si habíamos quedado en que la independencia no es posible ni se vota, que es irrelevante cuántos la quieren, entonces por qué hablar de repente de mayorías (aunque sean silenciosas) y por qué montar manifestaciones (y contar manifestantes)? O no se puede contar o se puede y se debe contar. También en este caso, el argumento no acaba de dar el salto hasta la conclusión lógica: si nos importa quién tiene la mayoría, votemos.

Y aún un tercer argumento sobre la mesa. Si Cataluña se independiza, se derrumbará en las tinieblas exteriores. ¿No habíamos quedado en que la independencia es imposible? Entonces, ¿por qué dedicar tantas energías a decir lo que pasaría si se lograra? ¿No habíamos quedado que hay una mayoría de catalanes que no la quieren? ¿Entonces por qué comenzar la campaña del miedo para convencer al conjunto de los catalanes de que no les conviene, cuando se figura que es lo que ya piensa la mayoría? Con este argumento, no se trata tanto de prever lo que pasará, sino que avisar que se hará todo lo posible para que pase. Aunque esto vaya contra los intereses españoles. Si Escocia se independendiza, quien la hará volver a entrar en Europa será la Gran Bretaña. Porque les conviene. El argumento del miedo no es una profecía, es una amenaza. Pero una amenaza disfrazada que tampoco se osa decir en voz alta.

Utilizar tres argumentos contradictorios al mismo tiempo no quiere decir tener muchos. Quiere decir no tener ninguno suficiente. Nos dicen, a continuación y a la vez, que la independencia es imposible, que no se podrá votar nunca, pero que si se votara ganaría el no, pero que si ganara el sí Cataluña se hundiría. Tanta acumulación de argumentos contradictorios hace pensar que no debe ser tan imposible, ni es tan claro qué saldría en la votación, ni es obvio lo que pasaría al día siguiente.

¿El choque de trenes es inevitable? Sólo hay una vía sin choque: hacer una consulta acordada, intentar ganarla unos y otros con toda la fuerza de los argumentos de verdad y aceptar unos y otros el resultado que salga. Pacífico y democrático. Y será la hora de los argumentos. De verdad y enteros. A ambos lados.

ARA