Reflexiones sobre el hecho catalán

El adiós o la partida

MELCIOR COMES

EL PUNT – AVUI

¿De qué depende el éxito del proceso soberanista que se ha abierto en los últimos tiempos en Cataluña? De la calidad y del acierto de la posible respuesta a esta pregunta se deriva ahora mismo más de lo que quisiéramos admitir. Para algunos, el peso decisivo lo tiene la historia. El pasado de Cataluña como comunidad cultural diferenciada, con lengua e instituciones políticas propias, debería ser el factor clave: apelando a la historia vamos a salir bien, porque ésta tendría un sentido y apuntaría en una dirección inequívoca; se hará lo que sea necesario para hacer perdurar el legado político y cultural, siendo el Estado propio lo más sensato y seguro a día de hoy. Si otras opciones fueran razonables -los federalismos, las reformas moderadas dentro del ordenamiento español, etcétera- también podría apostar por ellas, aunque el problema a día de hoy es que sólo el proceso soberanista parece factible, porque todas las demás opciones dependen de malabarismos políticos en clave española -en Madrid estarán siempre los conservadores o los socialistas, estos últimos cada día más condicionados-. Ninguna de las otras alternativas que se pueden plantear parecen realmente capaces de satisfacer las aspiraciones catalanas.

¿Depende de las ofertas españolas, pues, el proceso hacia la soberanía plena? En un futuro próximo es imaginable todo, pero parece fuera de toda opción que los dueños del ordenamiento constitucional ofrezcan nada más allá de la Carta Magna, severamente vigilada por un Tribunal Constitucional al servicio del españolismo o, directamente, del partido conservador. Sin el PP esta reforma constitucional hipotética es imposible, y el PSOE se ha mofado de los tanteos federalistas que se le han dirigido: su iniciativa hacia una nueva Constitución es vacía sin el apoyo de la derecha. Parece que la opción reformista queda, pues, muy deteriorada, sobre todo teniendo en cuenta la historia reciente, los cepillados al Estatuto, por ejemplo, aquel último intento de estirar el brazo catalán más allá de la corta manga del españolismo.

¿Depende, pues, de la ley? Sin embargo, la ley, ahora mismo, es muy clara: la secesión es imposible. Se pueden agotar todas las opciones para intentar hacer una consulta legítima, pero al final la ley está al servicio del amo: la ley puede permitir tanto una salida pactada de Cataluña como la suspensión de la autonomía y el encarcelamiento de todos los representantes públicos que atenten contra la unidad de España. La ley dirá lo que quiera que diga el dueño de la ley. Decir que depende de la ley, pues, equivale a no decir mucho. De ley en ley -y disimulando, y pasando mucha pena- se erigió todo el ordenamiento constitucional vigente, contradiciendo todas las leyes fundamentales del franquismo. Si el discurso del fetichismo constitucional -el PP, Ciudadanos, etcétera- que hoy se nos explica fuera cierto, los mismos que lo mantienen deberían admitir que la constitución vigente es la de la República de 1931, la cual, obviamente, las cortes franquistas echaron al vertedero sin reformarla por los procedimientos que ella misma establecía. Todo se asienta en el consenso, no en una literalidad que, en sí misma, es letra muerta.

Y el consenso sobre el que se erige la Constitución sólo es un mito, el mito de una Transición ejemplar y pacífica hacia la democracia. Todo ello fue de otra manera, lo sabemos ya todos: con trampas y miedo, con muertos -¡700!- Y mentiras sobre el carácter democrático de la “ciudadanía española”. Tal es releyendo la historia de aquellos años de la fundación de la España democrática como podemos rescatar todo lo que se perdió en el fuego. Sólo así se entiende que ciertos políticos conservadores prefieran gestionar el independentismo cuando éste es violento que cuando es pacífico y democrático y tiene un rol en las instituciones. Se consolidó una democracia de segundo o tercer nivel: la democracia de los dueños contra los que sólo pueden obedecer y morderse la lengua.

Otro criterio es el de las urnas: el soberanismo ganará si así lo quieren los votantes, dispuestos a dar confianza a unos representantes que no duden en echar el proceso hacia adelante. La fuerza de las urnas es importantísima -central-, pero por sí sola sólo tendrá un recorrido limitado en las actuales circunstancias. Actos como la Vía Catalana, y todas las manifestaciones gigantescas de los últimos años, serán también fundamentales. Se están creando símbolos, nuevos marcos mentales, formas de hacer presión que son también propias de las democracias verdaderamente adultas y participativas. Democracia es votar, pero también incidir: ser capaz de hacerse presente en la toma de decisiones de una o de otra manera.

Ninguno de estos factores (historia, legalidad, política de pactos, votación y participación ciudadanas) puede ser determinante considerado por sí solo. Sin embargo, todos ellos, debidamente articulados -con desajustes puntuales inevitables-, son los que pueden permitir que el proceso sea irreversible y que culmine con éxito en un plazo razonable. Un proceso en sentido contrario -el unionismo, por ejemplo, o el federalismo, se formule éste como se formule- sólo puede aspirar al éxito si es capaz de poner en marcha una dinámica que también invoque la mayoría de estos factores, y a día de hoy es innegable que ningún proyecto político puede responder a la apuesta soberanista con un envite de igual envergadura.

El árbitro de este juego de invocaciones y legitimidades es Europa, la que de momento deja jugar, exhibiendo la legalidad -los tratados- como freno a la entrada de un nuevo Estado surgido de otro Estado miembro. Pero repitámoslo: la legalidad es sólo una pieza más del juego: quien sea capaz de movilizar más ganará la partida.

 

No hay lenguas pequeñas

Lluís Foix

http://www.foixblog.com/2013/09/29/no-hi-ha-llengues-petites/

En homenaje a los compañeros y amigos de las Islas que defienden su lengua histórica y natural, quiero recoger sólo unas palabras de George Steiner que dicen que:

“No hay lenguas pequeñas. Cada lengua contiene, expresa y transmite no solamente una carga de memoria singular de lo ya vivido, sino también una energía evolutiva de su futuro, una potencialidad para mañana. La muerte de una lengua es irreparable, hace minar las posibilidades del hombre. No hay nada que amenace a Europa más radicalmente, a sus raíces, que la detergente y exponencial marea del angloamericano, y los valores uniformes e imagen mundial que este devorador esperanto comporta”.

En otro momento dice que “todas y cada una de las lenguas humanas son ventanas abiertas al ser, a la creación. No hay lenguas pequeñas por reducido que sea su espacio demográfico o ambiental”.

Qué diferente es el prefacio que escribió para la Primera Gramática en Lengua Castellana, Antonio de Nebrija, en 1492. “He descubierto que hay una conclusión que es muy cierta: que el idioma siempre acompaña al imperio; ambos siempre han nacido, crecido y prosperado juntos”.

 

El ruido y la furia

Xavier Antich

La Vanguardia

El análisis de las opiniones no es un ejercicio fútil. Atender a lo que se dice permite disponer de un termómetro fiable sobre las actitudes que se adoptan respecto a los acontecimientos. Es cierto que las opiniones no son por definición ecuánimes o juiciosas, pues las hay partidistas y sectarias, incluso falaces, manipuladoras y falsarias. Una opinión no es un juicio y, por ello, es muy útil aplicar a las opiniones un poco de discernimiento. No en vano Aristóteles, durante siglos considerado el Filósofo, hizo de ello el principio de toda su reflexión: tanto si se trataba de un problema biológico o metafísico, lógico o ético, siempre había que empezar por analizar “lo que se dice”.

Muchas cosas están cambiando últimamente en Catalunya. A raíz de la última Diada, se ha abierto un nuevo escenario en el debate sobre el denominado “derecho a decidir” y algunas opiniones publicadas han subido de tono. Algunas, en contra de la mera posibilidad de una consulta, han salido en tromba con un tono y un contenido que ha sorprendido a algunos por su irritación y por su descalificación genérica de la posición adversa. Y no precisamente las publicadas en la llamada caverna mediática.

No participo del prejuicio relativista tan extendido según el cual todas las opiniones son respetables, aunque sí puedan serlo, en algún caso, las personas que las emiten. Opinar violentando los hechos hasta hacerlos pasar por lo contrario de lo que son, así como articular una discrepancia a partir de la caricatura del adversario, constituyen actitudes que no parecen hacerse merecedoras de demasiado “miramiento, consideración o deferencia” (que es como el Diccionario de la Real Academia Española define respeto).

En los últimos días han tenido cierto eco algunos artículos que comparten el mismo punto de vista y un similar diagnóstico. El profesor de filosofía Manuel Cruz (“Mejor calladitos”) y el escritor Javier Cercas ( “Democracia y derecho a decidir”) han escrito, el uno (Manuel Cruz), que la sociedad catalana parece estar cayendo en “la espiral del silencio, uno de cuyos más claros rasgos consiste en que los individuos esconden en público aquello que piensan”, y el otro (Javier Cercas), que en los últimos tiempos estamos viviendo en Catalunya “una suerte de totalitarismo soft” o de “unanimismo: la ilusión de unanimidad creada por el temor a expresar la diferencia”. Cruz lo atribuye a “una decidida presión por parte de los medios de comunicación públicos en favor de la opción secesionista”, a “la escandalosa ausencia de pluralismo que se da en tales medios”, así como a la “intimidación sobre los catalanes disidentes”, al “adoctrinamiento soberanista” y al miedo “a que se escuche en la plaza pública la más mínima voz discordante”. Cercas, por su parte, amparándose en una, cuando menos, curiosa concepción de la democracia como “decidir dentro de la ley” (cuesta adivinar la bibliografía que avala esta afirmación), extraía la falaz conclusión de que “no se puede ser demócrata y estar a favor del derecho a decidir, porque el derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por una minoría para imponer su voluntad a la mayoría”. Caramba.

La tesis de Cruz ha sido también defendida por la escritora Elvira Lindo (“Un silencio elocuente”), que compara la situación con la ya vivida en Euskadi: “Hay asuntos que no se tratan, o que sólo los tratan unos mientras los otros callan. Pasó un tiempo con el terrorismo. ¿No se acuerdan? Iba uno al País Vasco y sentía esa espesura”.

Y la tesis de Cercas ha sido desarrollada por un Vargas Llosa (“El derecho a decidir”) todavía estupefacto al recordar los tiempos en los que vivió en Barcelona, a principios de los setenta: “Creo que no conocí a un solo nacionalista catalán”. Tal vez no recuerda que, en aquellos sus años felices, la dictadura y la ausencia de libertad política y de expresión condenaron a los militantes antifranquistas a la prisión o al silencio público. Sin embargo, dice, “los había, desde luego, pero eran una minoría burguesa y conservadora”: ¿no conoció a nadie del PSUC, de la izquierda marxista, ni de la Assemblea de Catalunya, quienes defendían todos el derecho a la autodeterminación? Curioso, ¿no

Por otra parte, para Vargas Llosa, todo esto que ahora se dice son “inexactitudes, fantasías, mitos, mentiras y demagogias”, “obra de demagogos o fanáticos”, “maraña de tonterías, lugares comunes, flagrantes mentiras”. El mismo tono del escritor Antonio Muñoz Molina (“Kitsch nacional” ), que ha escrito sobre el “fervor independentista catalán” como “el imperio de los aspavientos incontrolados de la emoción”, que “prospera en ese cruce de la sensibilidad atolondrada y el cinismo mercenario”.

La descripción de Cruz, Cercas y Lindo es simplemente falsa: opiniones como las suyas, contrarias al derecho a decidir, se pueden escuchar y leer a diario en todos los medios de comunicación, públicos y privados. Y a partir de premisas falsas, ninguna conclusión verdadera puede derivarse.

Por otra parte, la descalificación caricaturesca y paródica de Vargas Llosa o Muñoz Molina sólo muestra su talento en el ámbito de la ficción y de los recursos retóricos, pero dice poco de su capacidad intelectual de discernimiento analítico ante situaciones políticas de cierta complejidad. Estigmatizar, además, la opinión adversa como “irracional” es, a la postre, el mismo recurso que, en las sociedades premodernas, privaba a los esclavos de voz y los condenaba a emitir, en el mejor de los casos, sólo ruido. Si no respeto, por favor, un poco de seriedad.

 

Suso de Toro: “Respecto a Cataluña, falangistas y socialistas a veces son iguales”

Lluís Goñalons

EL SINGULAR DIGITAL

Suso de Toro es escritor gallego. Es licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. Asimismo es autor de ‘Otra idea de España’ y ‘Siete palabras’, entre otras novelas. Ha obtenido el Premio Nacional de Narrativa en 2003. Es uno de los pocos intelectuales españoles que ha declarado públicamente sentir apego por el proceso soberanista catalán.

 

¿Qué le sugieren las últimas declaraciones del exministro de Justicia Juan Alberto Belloch, del PSOE: “ETA mató por la autodeterminación y no cedimos. Que lo sepa el PSC”?

Belloch, Bono, Rodríguez Ibarra, Corcuera… Representan el nacionalismo español o lo que es lo mismo: el franquismo sociológico. Viven hablando con ellos mismos y alimentando un único punto de vista. Están posicionados en contra de Cataluña. Y lo peor es que tienen los grandes micrófonos. En este asunto, falangistas y socialistas a veces son iguales. Creen que la Constitución es suya.

 

Hace unos días Felipe González amenazaba que era “imposible una Cataluña independiente”…

¿Y por qué no puede ser libre Cataluña? Es el típico tono amenazante al que, en última instancia, recurre a la fuerza para imponerse. Tienen conciencia de poder militar y en último término siempre hacen florecer la amenaza. Quieren una Cataluña sumisa y acobardada. Me parece ridículo. La izquierda española debe cambiar muchísimo. Se da por supuesto que muchas banderas están obsoletas, pero a pesar de ello no se discuten. También están tomados de esquemas y tópicos del nacionalismo español.

 

¿Quién más ha encarnado este nacionalismo español?

El expresidente José María Aznar, por ejemplo. Bueno, él lo intentó. Quiso encarnar el nacionalismo peninsular sobreactuando. Una vez le pidieron a una entrevista que escogiera un personaje histórico. Él escogió el Mio Cid, un personaje más literario que real. Es un reflejo de la mentalidad que, a su vez, se identifica con el centralismo madrileño. Ha habido un afán en desarrollar la metrópoli del centro de la Meseta.

 

¿El presidente Mariano Rajoy también encaja en su descripción de nacionalista?

El presidente español utiliza despóticamente la mayoría absoluta, para gobernar a golpe de decreto ley: sin diálogo ni consenso ni autocrítica. La manera de gobernar de Rajoy se ha forjado en el franquismo igual que el nacionalismo madrileño. Reconocer los errores pide diálogo con los demás y con la realidad. Y ellos hacen lo contrario. Han creado su propia realidad, pero la fuerza de los hechos que se viven en Cataluña deberían sentarlo a dialogar.

 

¿Qué tienen en común Belloch, González y Aznar, con Rajoy?

El nacionalismo español, sin duda. España está enferma de este nacionalismo por todas partes. Ahora se empieza a hablar de ellos, pero a los que hablábamos antes de ello, nos despreciaban intelectualmente. Es la cultura de curas y militares. Huérfanos de pacto y consenso. Es aquella chulería de los que imponen y creen que el Estado es suyo. Es la mentalidad que en último término piensa: ‘Los enviaremos a prisión’. Es de herencia franquista, y el fascismo es una expresión del machismo. Lo de “por mis cojones”. La cultura franquista basa la identidad en imponerse al otro: quién monta a quién.

 

¿Por tanto, los orígenes de esta actitud política son militares?

Toda idiosincrasia tiene unos orígenes. La cultura política del nacionalismo español es la herencia de los descubridores de América en 1492. Entonces a los indígenas se les hacía esclavos o se les mataba. Me gusta decir que si los descubridores de América hubieran sido comerciantes, y no curas y militares, habrían presentado un interés negociador, de igual a igual, que hoy tanto se echa en falta. Esta falta de voluntad negociadora se hace patente tanto en Cataluña como en Gibraltar.

 

¿Y cómo interpreta el nacionalismo catalán?

Es difícil de dibujar. Pero es muy diferente del español. El arma política de los catalanes es el pacifismo, que es lo que os hace fuertes. Cataluña habla de buena fe. Ha expuesto las razones con claridad. Creo que Cataluña ha cambiado su actitud. Mas es el político nacional que dirige el país sin haberlo previsto. Se ha encontrado allí. Mientras que Duran representa la vieja política catalana, la que iba a Madrid a representar a los intereses particulares de Cataluña. Ahora ha quedado empequeñecido el papel del líder de Unió y parece que sólo se dedica a defender los intereses empresariales.

 

¿Qué relación tiene personalmente con Cataluña?

La admiraba antes de conocerla. De verdad que me despierta envidia Cataluña. Es un territorio muy vivo intelectualmente. Fui por primera vez en 1977, cuando recuperé la vocación de escribir. Ya entonces sentí su singularidad. Sin ir más lejos, en el terreno editorial. Aquí te reciben preguntándose “quién eres” y se valora la meritocracia. Esto no ocurre en Madrid, donde tus avales y padrinos miden tu peso como escritor. Del mismo modo son las relaciones del nacionalismo español.

 

¿Qué lectura hace de la Vía Catalana?

Se reclamaba legítimamente el ‘Derecho a decidir todo’. Los catalanes fueron tienen conciencia nacional y están dispuestos a defenderla hasta el final. Fue mucho más que una rabieta espontánea que apuntaban algunos. Fue un ejemplo de movilización y organización. Demostró una transversalidad de la sociedad catalana. Creo que todos los catalanes que acudieron no eran independentistas, pero sí es cierto que si Cataluña recupera la condición de Estado propio no se notaría, porque ya lo ha sido antes y en la calle se vive con esta autonomía desde siempre.

 

Usted conoce bien al expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. ¿Fue uno de los principales desencadenantes de la desafección actual?

Zapatero rompió el consenso español implícito. Hay que recordar que Zapatero era presidente del Estado español en la sede del nacionalismo español, en Madrid. Creo que buscó formas de reconocer a Cataluña como nación dentro del marco constitucional, pero la correlación de fuerzas dentro del PSOE no estaba por la labor. El Estatuto catalán lapidó políticamente su carrera. Le condenó a perder los siguientes comicios. De todos modos, el golpe de gracia al Estatuto catalán lo dio el Tribunal Constitucional. Es interesante ver una foto de tres de los magistrados del TC fumándose un puro en la plaza de toros de Sevilla dos días antes de negar aspectos básicos del texto votado por los catalanes.