Del editorial a la Via Catalana

“No estamos ante una sociedad débil, postrada y dispuesta a asistir impasible al deterioro de su dignidad. (…) Si es necesario, la solidaridad catalana volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable“. Así acababa el editorial conjunto que publicaron doce diarios catalanes el 26 de noviembre del 2009, pronto hará cinco años, y en el que La Vanguardia tuvo un papel destacado tanto en la iniciativa como en la redacción. El editorial titulado “La dignidad de Catalunya” era una advertencia ante la amenaza que una sentencia del Constitucional recortara gravemente aquel Estatut que ya había sido aprobado por las Cortes, el pueblo de Catalunya en referéndum y promulgado por el rey Juan Carlos I.

En España la advertencia no se tomó en serio e incluso hubo quien simuló indignación, interpretándola como una presión intolerable hacia el tribunal. En cambio, aquí, antes del editorial conjunto y de la posterior sentencia del TC, muchos catalanes ya se habían empezado a movilizar. El Estatut del 2006 había nacido mutilado y había sido votado en un referéndum marcado, más que por la resignación, por una contención expectante. Pero es cierto que la sentencia del TC de junio del 2010 acabó de desencadenar, de una manera claramente mayoritaria, la “legítima respuesta” que los moderados pero lúcidos redactores de aquel editorial habían previsto.

El fracaso del Estatut del 2006, aquella última oportunidad para prorrogar veinticinco años más el estira y afloja del encaje de Catalunya con España, es la causa de fondo de la inédita situación actual en la que la voluntad política ha desbordado las instituciones representativas. La iniciativa de la sociedad civil ha superado los márgenes estrechos de un marco legal español confiado en una cultura política catalana sumisa, si no cobarde. Una iniciativa que articula la legítima respuesta hacia un ejercicio responsable y complejo para acercarla nuevamente a las instituciones de representación democrática. Porque si bien es cierto que los principales partidos parlamentarios se han esforzado en hacer una lectura adecuada de la voluntad popular, también lo es que las organizaciones que lideran la respuesta política al horizonte usurpado por el TC están haciendo un loable esfuerzo por respetar el protagonismo que deben tener las instituciones.

Entiendo que a algunos se les haga difícil hacerse cargo de lo que está pasando. No es sencillo pasar de aquellos análisis que suponían la desafección política de la sociedad catalana a tener que reconocer que, en todo caso, la falta de estima era de la política institucional hacia los ciudadanos. El problema era el de unas instituciones políticas –partidos, parlamentos, gobiernos…– insensibles ante las aspiraciones políticas de los ciudadanos. Más que desafección resignada había desconfianza, sí, pero también contención prudente, espera tensa y atención a la señal que sirviera de pistoletazo de salida. La consulta de Arenys de Munt de septiembre del 2009 fue definitiva.

Aquellos que no se pueden permitir entender la naturaleza de este proceso sin que se les desmonte el chiringuito necesitan imaginar conspiraciones perversas con el fin de mantener su marco de interpretación. La búsqueda –y, si estuviera a su alcance, la captura– de un pretendido líder fascistoide del proceso se ha convertido en una obsesión que los ciega. La falsa denuncia de financiaciones ocultas a una sociedad civil que sólo conciben manipulada los ofusca. La ANC no acepta subvenciones públicas; Òmnium ha renunciado a la subvención que recibía, y todos los catalanes que contribuimos a la causa sabemos cuál es el precio –quiero decir en euros– de la defensa de la dignidad. Las suyas son malas respuestas a una pregunta equivocada. Que tomen nota: eso no es malestar reactivo, sino esperanza constructiva. Isaiah Berlin dejó escrito que pocos movimientos o revoluciones habían tenido ninguna posibilidad de éxito a menos que fueran del brazo de la reivindicación nacional, y lamentaba la ceguera de los pensadores que no se habían dado cuenta de ello. La relectura de su ensayo Nationalism: past neglected and present power (1979), parece escrito especialmente para estos analistas atrapados en su desesperación.

Por todo lo dicho cabe considerar la Via Catalana de este 11 de septiembre como la mejor expresión de la síntesis entre seny y rauxa, como la manifestación paradójica de un desbordamiento político transformado en una de las acciones de más complejidad organizativa que nunca se hayan hecho. Los 30.000 voluntarios de la ANC; el sistema informático de incorporación on line a los más de 700 tramos; los 6.000 voluntarios que garantizarán sobre el terreno el éxito de la cadena; los cientos de expertos y empresas de todas las ramas que han aportado conocimientos; la esmerada información sobre los itinerarios, los servicios disponibles o el patrimonio que visitar que se proporciona a cada inscrito; el millar y medio de autocares; la celebración de un centenar de cadenas en las principales ciudades del mundo; los más de 200 corresponsales internacionales acreditados; la producción y comercialización del merchandising que hace posible financiar toda la operación… y, claro, la participación masiva a pesar de la dificultad del desplazamiento.

La Via Catalana es aquella solidaridad catalana de una sociedad responsable que debía articular una respuesta legítima, tal como anunciaba el editorial conjunto. Hay, claramente, un hilo que enlaza aquel editorial del 2009 con la Via Catalana del 2013. Aunque a veces parezca que no todo el mundo que lo advertía se sienta ahora cómodo con el acierto de su pronóstico.

Salvador Cardús i Ros
La Vanguardia

salvador.cardus@uab.cat