Juego de intolerantes

Es una evidencia incontrovertible que los partidos contrarios a la independencia de Cataluña siguen sin encontrar argumentos para oponerse. ¡Y ya han tenido tanto tiempo para pensar que, a estas alturas de la película, todo hace sospechar que no deben tenerlos! Es cierto que entre ellos -PP y PSC- están divididos, pero no porque no coincidan en el proyecto político nacional, que es lo mismo, sino porque en Cataluña, justo porque su principal marco de referencia es el español, no pueden dejar de estar radicalmente confrontados. ¡Qué drama! Como catalanes, PSC y PP están en la misma banda, pero como españoles, que es en lo que coinciden, España les enfrenta. Sólo C’s se escapa de la contradicción -y se beneficia- porque, también paradójicamente, es el único partido dependentista estrictamente catalán o, como se decía antes, no sucursalista. Está muy bien que, recordando a Pascal, se pueda decir que “la política tiene razones que la razón desconoce”.

El único argumento contundente del dependentismo lo he leído de un analista español, don José Antonio Zarzalejos, que sostiene que hay que descartar la independencia de Cataluña porque es imposible. (Cabe decir que es un argumento tan simple como el de los que creen que la independencia llegará simplemente porque es inevitable.) El de Zarzalejos es un argumento que, aunque parezca poco elaborado, tiene una gran capacidad de convicción. Y la tiene porque se basa en dos grandes triunfos. Primero, en la comprensible resistencia mental a aceptar que lo que hasta hace cuatro días parecía inamovible ahora pueda cambiar. Y, segundo, en el uso de la fuerza: es imposible porque España no quiere, y punto. Es el gran argumento de los padres desesperados: “¡Es no, porque te he dicho que no!” Quiero decir que su capacidad de convencer es que no entra en consideraciones de si la independencia es un derecho democrático o no lo es, en si es mejor para los catalanes o no, en si es consecuencia de la incapacidad de España para concebirse como a realidad plurinacional, etc. Nada de eso: hay que ser dependentista porque no se puede ser otra cosa. No hace falta decir que es el argumento al que se aferran todos los que creen que un cambio de estatus político en Cataluña les perjudicaría personalmente. Como no queda nada bien decir que no quieres la independencia porque te toca los intereses, es verdad que el argumento de la “imposibilidad” es el más elegante y, de hecho, el único que queda.

En cuanto a los que quieren entrar en razones, los argumentos no se sostienen por ningún lado. Pere Navarro y Sánchez-Camacho, por ejemplo, no paran de probarlo. Pero en lugar de argumentos, les salen excusas de mal pagador. Todo son miedos, amenazas o insidias que se desmienten solas… La excusa que casi las sintetiza todas es la de la supuesta ruptura de la cohesión social, de la que ya hemos hablado aquí un montón de veces y a la que cansa tener que volver. Porque, en realidad, lo que divide las sociedades modernas y avanzadas como la nuestra no son las discrepancias internas, incluso más radicales que las nacionales, como pueden ser las religiosas, las étnicas o las futbolísticas. No: lo que divide es cómo se reacciona ante la discrepancia.

De modo que si alguien quiere saber quien juega a romper la cohesión de una sociedad como la catalana, que busque entre los que no dejan decidir democráticamente cuál es la voluntad de la mayoría, porque no están en condiciones de aceptarla. O que remueva entre los que, a pesar de que dicen que respetan el derecho a decidir, después ponen condicionamientos que sabotean la posibilidad de que sea porque se saben perdedores. Lo que divide las sociedades no es la diversidad: es la intolerancia para aceptar las consecuencias.

Salvador Cardús
ARA