Francia es el país decisivo de cara al día D. La caverna española, con el consejo de ministros a la cabeza, da por descontada la fraternidad entre jacobinos y tiene fe en que vetará el reconocimiento internacional de Cataluña, pero la influencia del monolingüe Rajoy en el Elíseo es nula.
Se ha repetido mucho la sentencia de Winston Churchill de que los estados no tienen amigos, sino intereses. El hábito de perder hace que Cataluña se aplique el axioma en contra, pero ahora le va claramente a favor. Francia es monolítica, es cierto, pero también es democrática, y sería la primera vez que negara el reconocimiento de un nuevo país en los foros internacionales. Si lo hiciera, surgiría una fuerte contestación interior contra la que Hollande no tiene argumentos. No parece que la rancia España del PP despierte muchas simpatías. Un diputado nacional acaba de proclamar que Cataluña y Flandes son dos viejas naciones de Europa y que el viento de la historia las lleva a constituir un Estado.
El Principado es el primer cliente de Francia en la Península Ibérica, con más de un tercio del total de las exportaciones, y, salvo Madrid, el resto del territorio le interesa poco porque es disperso y lejano. Michel Noir, ministro de Comercio Exterior de uno de los gobiernos Chirac, viajó a Barcelona cuando tomó posesión del cargo, consciente de que es donde gravitan los intereses franceses. Madrid puso el grito en el cielo y sólo entonces fue. Cataluña es, pues, un socio de primer orden para Francia, al igual que para Alemania, que serían los países más beneficiados con una economía seria el sur de Europa.
La opinión que circula por los pasillos de la Asamblea Nacional es que en España gobierna un partido equivalente al Frente Nacional, que presenta en Europa sistemáticamente cuentas apañadas y que es un nido de corrupción. De no fiarse. Lo último que quiere París es un incendio en la frontera sur como el que puede provocar Madrid.
Francia se siente concernida directamente por el proceso soberanista actual porque hay catalanes en su territorio, porque comparte frontera con el Principado y porque tiene intereses muy diversos. No se descarta que ponga condiciones. Alemania manda en la Unión Europea en el terreno económico, pero en lo político es París quien lidera las decisiones. Los dos grandes aportan, respectivamente, el 38% y el 25% del presupuesto comunitario. El Elíseo se siente, por tanto, afectado por la deuda española, porque le tocará pagar si, como es previsible, Madrid no puede hacer frente a los vencimientos. El tiempo de las vacas gordas ha terminado, hasta el punto de que el gobierno de Hollande quiere reducir su déficit en 5.000 millones de euros, y cada centavo cuenta. Por eso le interesa un proceso pactado, más que uno de independencia unilateral forzado por las obsesiones de Madrid, a fin de que Cataluña asuma la parte proporcional de la deuda.
París podría mostrarse en contra de la independencia del Principado por temor a un posible contagio en sus ciudadanos, pero en este punto está tranquila porque la Cataluña Norte hace décadas que está asimilada. Los votos a partidos catalanistas no superan el 1,5% y las reivindicaciones no pasan de identitarias. El único territorio metropolitano que le puede generar cierta preocupación es Córcega, pero tampoco en la isla los porcentajes de voto preocupan. Por el contrario, Francia ha celebrado referendos de autodeterminación en territorios de ultramar, aunque siempre ha sido suficientemente sibilina para imponer sus criterios. También reconoció Kossove desde el primer momento, a pesar de que había sido aliada principal de Serbia.
Los medios de la caverna mostraron como una derrota de Mas que el ministro de Defensa y presidente de la Conferencia de las Regiones Marítimas Periféricas de Europa, Jean-Yves Le Drian, anulara la reunión programada cuando visitó París. ¿Alguien puede pensar que un ministro francés no sabía lo que se hacía cuando la concertó? Otra cosa es que luego se desdijera por las presiones de Madrid, pero el gesto ya se había producido. Ahora todavía no hay proceso, en el momento en que se fije la fecha de la consulta el litigio entrará en la agenda internacional y se empezarán a poner las cartas reales sobre la mesa.
Si Cataluña se independiza, no será Eslovenia o Lituania, sino Bélgica, Holanda o Noruega, y a Francia le interesa mucho un vecino dinámico. El puerto de Barcelona se convertirá, libre del boicot oficial que ha sufrido hasta ahora, en el punto de entrada al corazón de Europa de las mercancías procedentes de Oriente, en especial de China, que luego atravesarán Francia. Los de Génova y Marsella no pueden hacer esta función porque están ya totalmente construidos y saturados. El centro logístico de Vilamalla (Girona) capitaliza la distribución regional, y en eso desbancó a Sant Carles (Rosellón). El aumento de volumen permitiría no sólo revitalizar Sant Carles, sino que habría que ampliarlo. Ahora el grueso de las mercancías dan la vuelta para desembarcar en puertos flamencos y holandeses, y buena parte de la transformación de los productos se efectúa en factorías cercanas, y Francia pierde este flujo. También, el Prat destrona a Barajas como primer aeropuerto español, aunque compite con una mano atada a la espalda.
Los políticos del mediodía francés, ahora ya asociados al Principado y a las Islas en la Eurorregión Mediterránea, se muestran entusiasmados con la perspectiva de una Cataluña independiente. Un Estado próspero con capital en Barcelona dinamizaría toda la zona de Toulouse a Marsella, una de las más estancadas de Francia. El alcalde de Perpiñán, Jean-Marc Pujol, y el presidente de la Aglomeración Metropolitana, Jean-Paul Alduy, pregonan desde octubre pasado en todos los foros donde se presentan las bondades de un nuevo Estado a las puertas de casa. Sólo hay que ver las páginas de L’Indépendant, reflejo de la oligarquía local, que sigue con un entusiasmo poco disimulado los pasos soberanistas del Principado. La región sabe que una Cataluña independiente podrá pagar, por ejemplo, la línea de TGV entre Perpiñán y Montpellier, que Francia ha desterrado porque las comunicaciones con España no le son prioritarias. Mas se entrevistó en París con el presidente del SNCF, la compañía nacional de ferrocarriles, para que en un futuro pudiera gestionar las líneas catalanas. Parece obvio qué Cataluña le conviene a la SNCF.
La delegación del gobierno en Francia, antes Casa de Cataluña en París, funciona hoy como una embajada, con franceses en nómina que no son precisamente el conserje o el jardinero. La sede, ubicada en el VII ‘arrondissement’, el más chic de la ciudad, presenta la distribución orgánica propia de una legación diplomática, con las áreas de Economía, Turismo, Administración y Cultura (Instituto Ramon Llull). La responsable, Maryse Olivé, explica sin rodeos en las reuniones que trabajan con la vista puesta en el nuevo Estado.
El gobierno francés, por su parte, ha hecho gestos como destinar 400.000 euros a la Casa de los Países Catalanes en la Universidad de Perpiñán. Francia tiene una diplomacia con voluntad de presencia en el mundo y en todos los estados medios, pongamos Hungría o Grecia, tienen una sede cultural o comercial para fomentar las relaciones bilaterales. El profesor Joan Becat, de la Universidad de Perpiñán, ha estudiado a fondo las oportunidades que se abren en Francia con un Estado catalán, y está convencido de que el Elíseo no se pondrá a la contra, y con él coinciden la mayoría de analistas norcatalanes.
Hace ya tiempo que Cataluña tiene vida propia más allá del norte. Los Juegos de 1992 dieron la vuelta la visión que se tenía de ella. El Barça, Kilian Jornet, Dalí, Miró o la propia Barcelona han pasado de españoles a catalanes en el imaginario francés. Lo que digan voces como la de Lluís Llach o Jordi Pujol tiene peso. Este último recibía trato de jefe de Estado cuando viajaba a Francia siendo presidente de la Generalitat y todavía tiene una consideración muy alta. Él tuvo el tacto durante los años de su mandato de enviar representantes a las reuniones de la Francofonía a Bruselas. Por otra parte, Maragall propugnó que Cataluña entrara en el club de los países francófonos. No es descabellado -Rumania, por ejemplo, está- porque Cataluña tiene frontera con Francia y una relación económica y cultural intensa. Son gestos que cuentan. El Elíseo sabe que el Principado es donde más se habla el francés de España, y que el país basculará automáticamente hacia el norte tan pronto vuele libre. París no se puede permitir empezar con mal pie las relaciones con un nuevo vecino.
Francia no tiene amigos, tiene intereses. Cuando Cataluña dé el paso, pondrá en un plato de la balanza la tronada ‘hidalguía española’ y en el otro las oportunidades que le abre un Estado catalán. Simulará comprensión por Madrid, lo rumiará un poco y aceptará los hechos consumados. El Elíseo reconocerá Cataluña por ‘realpolitik’, porque no le es viable hacer otra cosa y, sobre todo, porque sale ganando. Y mucho.
Eugeni Casanova , periodista y escritor