Me supo mal la pitada -pequeña, por suerte- que algunas personas dedicaron al cantante español Ramoncín en el Concierto por la Libertad celebrado en el Camp Nou. Me supo mal y me provocó vergüenza ajena, porque Ramoncín es un español republicano verdaderamente demócrata que hace medio año dijo lo siguiente:
“No se puede amordazar un pueblo que quiere decidir su futuro. No hay acto más democrático que escuchar a la gente. Dejemos que los catalanes se expresen y que digan lo que piensan. Se pueden poner cadenas y grilletes a la persona, pero esta se escapará porque nadie quiere estar en un lugar obligado. Es un momento histórico y tenéis la suerte de estarlo viviendo. Deseo que lleguéis allí donde vosotros queráis”.
Pues bien, después de esta declaración de principios, se le ofrece de participar en el concierto mencionado y dice que sí. Y al salir al escenario para dar apoyo a las libertades del pueblo catalán y gritar “Visca Catalunya” y “Visca una Espanya republicana”, resulta que hay espectadores que le pitan. Increíble. Increíble y vergonzoso. ¿Por qué, Ramoncín, no debería poder desear un régimen más justo y democrático para su país? ¿Es que él no es español? ¿Qué contradicción había entre apoyar la independencia de Cataluña y querer una España verdaderamente democrática, no la mascarada actual? A nosotros nos puede ser indiferente lo que España sea cuando Cataluña tenga voz y voto en las Naciones Unidas, pero Ramoncín no. Él es nacido en Madrid y España es su país. Por ello, con digo, me parece inadmisible que invitemos a alguien a nuestra casa para acabar reprobando su presencia. Y aún más sabiendo que esa persona viene desafiando las repercusiones negativas que le producirá en su carrera personal.
La acción de Ramoncín -¡qué lección de compromiso, también, la de Dyango y Peret!- tiene aún más valor si la comparamos con la del cantante Pedro Guerra, que también es español. Y no por el hecho de que Guerra no fuera al concierto -todo el mundo tiene derecho a ir donde quiera-, sino por los argumentos que ha dado para no ir. Afirma, por una parte, que creía que se trataba de un homenaje a Lluís Llach y que, en este caso sí que hubiera ido. Como si toda la trayectoria de Llach no estuviera ligada al anhelo de independencia de Cataluña. Queda claro, por tanto, que pensaba homenajear a alguien de quien no sabe casi nada. Pero, además, para remacharlo, ha añadido ésto: “Lo último que deseaba: protagonismo en una lucha que no es la mía. Hoy más que nunca mi patria es el mundo”.
Llegados aquí, cabe preguntarse: ¿cuál es la lucha del señor Guerra, si está en contra de que un pueblo organice un acto cívico para reivindicar su libertad? Un acto cívico que, como se vio, no fue contra ningún pueblo ni contra ninguna persona. Si su patria es el mundo, nos está diciendo que su patria no es España, ¿verdad? Muy bien, es una opción respetable. Pero, entonces, ¿cómo es que va por el mundo como cantante nacional español? ¿Cómo es que, por coherencia, no ha quemado públicamente su ‘documento nacional de identidad’ en cuya parte superior pone ‘España’ en letras mayúsculas? ¿Y qué hace con el pasaporte que dice lo mismo? Porque, ¿en qué quedamos? Su patria es el mundo o es España? Si cree que no hay países, es decir, que no hay catalanes, ni españoles, ni holandeses, ni daneses…, sólo el mundo, ¿cómo es que no trabaja para que España deje de ser un país? ¿Qué le pasa que es tan complaciente con la identidad jurídica de España y, en cambio, tan alérgico a la de Cataluña? ¿Dónde está la lucha del señor Guerra para que España deje de ser independiente y se sume a una gloriosa independencia mundial?
Uno de los principios básicos que debe observar todo artista que se pretenda reivindicativo es el de la coherencia. Y la coherencia de alguien que se proclama ‘ciudadano del mundo’ es intentar pasar aduanas sin documentos ‘nacionales’ y diciendo: “Mi patria es el mundo”. Es seguro que no irá muy lejos, pero al menos merecerá un respeto.
Sorprende, finalmente, que un ‘ciudadano del mundo’, un ‘patriota universal’ como Pedro Guerra, para el que no hay naciones, sólo un planeta, no rechazara la nominación con que fue honrado en 1998 por la ‘Academia española’ del cine en el transcurso de una ceremonia de exaltación de valores ‘nacionales’ y que en 1999 recogiera el Premio de la Música -también ‘nacional’- que le entregó la Sociedad General de Autores y Editores de España. Nos querrá decir que ser español es una manera de ser universal. Ser catalán, no. Pero ser español, sí. Los catalanes sólo somos universales si somos españoles. Caramba, qué cosas, ¿verdad? Al hablar de esto, me viene a la cabeza una frase que escribí hace unos años en un libro y que Pedro Guerra y otros ‘universalistas’ se empeñan en mantener vigente: el universalismo español es muy provinciano: mientras para los universalistas españoles Cataluña forma parte de España, para los universalistas catalanes Cataluña forma parte del mundo.