El 27 de agosto de 1522 fue ejecutado públicamente en Pamplona el escudero Miguel de Bértiz, apodado el Viejo, natural y vecino de Monreal. Las acusaciones que contra él se vertieron le llevaron a un juicio sumarísimo y a una cruel ejecución. Según la sentencia, que le fue leída en su celda, se le confiscaban todos sus bienes y se ordenaba que fuera llevado hasta el cadalso a lomos de un burro, que fuera arrastrado por las calles de Pamplona, posteriormente atado a la picota y que allí se le cortara la cabeza, “de manera que el alma se aparte de las carnes”.
Los testigos castellanos que declararon contra él en el juicio dijeron que el año anterior, cuando el ejército de Asparrots entró en Navarra, Miguel de Bértiz se alzó con los suyos y sublevó a las gentes de Monreal, Muruzábal, Enériz, Añorbe y Obanos, formando una compañía de 50 o 60 hombres. Con ellos se dedicó a perseguir y hostigar a las tropas españolas que huían, a los que arrebataban armas y banderas. Un año después, los testigos españoles llamados a declarar afirmaban reconocer como líder de los navarros a “un hombre viejo”, que venía a caballo delante de todos “con un lanzón en la mano”. No obstante, parece ser que, a pesar de requisar armas y banderas, el escudero de Monreal puso mucho cuidado en que los apresados no fueran maltratados, que los dejó marchar libres y que incluso designó a uno de sus hombres para que los escoltara y los guiara por tierras navarras, hasta estar fuera de peligro. Estas circunstancias no fueron tenidas en cuenta, y la sentencia contra Miguel de Bértiz resultó inapelable. El mismo día y de la misma manera fue ejecutado también Johan Périz de Azpilcueta, compañero de Bértiz, que había sido alcaide navarro del castillo de Monreal. Otros navarros como un tal Johan, escudero de Corella, y el tudelano Fernando de Lodosa fueron así mismo ejecutados aquel día, pero los jueces, dado que eran de origen más humilde, decidieron darles una muerte menos “noble”, y fueron ahorcados públicamente. Pedro Esarte y Peio Monteano han relatado los pormenores de estas condenas, por lo que sabemos que, cuando se comunicó a Miguel Bértiz la ejecución que le esperaba, declaró, literalmente, “que no tenía de cargo un pelo, pero que hiciesen ellos lo que quisiesen, que aquello tendría por bien”. Es decir, que no se consideraba culpable de nada, y que hiciesen con él lo que quisieran. Todo un ejemplo de fidelidad, entereza y valentía.