El hecho de que el País de los Vascos no tenga un nombre aceptado de forma común indica varias carencias. La situación de una persona sin nombre en el que se reconozca supone un fuerte déficit de identidad y referencias. En el caso de que sea un grupo, tiene como premisa la falta de conocimiento de la propia realidad histórica y social.
El nombre de un país no es sólo, menos aún principalmente, una “imagen de marca” (Iñaki Azkoaga, “El nombre del País de los Vascos”, Noticias de Gipuzkoa 2012/05/08). Constituye uno de los elementos de identidad con más fuerza de cohesión. Supone ubicarlo geográficamente en el mundo. Le otorga un reconocimiento social y político a nivel internacional. Implica evocar su trayectoria histórica. Equivale a tener unos referentes en los que la propia sociedad se ve reflejada. Consiste en asumir una lengua y un recorrido cultural de siglos. Es una base sólida para su permanente reajuste y proyección hacia el futuro. Es la expresión más simple y sintética de su patrimonio nacional.
El patrimonio de una sociedad no es sólo una herencia recibida de generaciones anteriores, sino que consiste en un conjunto de valores y realidades, materiales y espirituales, en permanente actualización. El patrimonio que se fosiliza deja de ser patrimonio, se convierte en “letra muerta”. Las sociedades vivas están reescribiendo constantemente su propio relato. Reconstruyen su memoria y rehacen su historia cada día. Cuando un pueblo ha alcanzado determinados hitos en la historia no puede renunciar a ellos, salvo que pretenda su suicidio como colectividad. Si pretende tener un futuro como sujeto histórico en el concierto de las naciones del mundo, debe hacer valer todo su patrimonio sin ningún complejo.
Cuando una nación reconocida con una denominación de tipo étnico (lingüístico o cultural) accede, durante el proceso histórico, a un estatus político de soberanía, sistemáticamente la designación política sustituye a la étnica. Por eso los lusos son conocidos en todo el mundo, comenzando por ellos mismos, como portugueses o los magiares como húngaros.
El pueblo vasco, Euskal Herria, constituyó una estructura política independiente y soberana que permaneció como tal durante casi diez siglos y así fue reconocido internacionalmente en pie de igualdad con otros estados europeos. Los vascos construyeron un edificio político, el reino de Pamplona primero, y de Navarra después. Este edificio les permitió atravesar el final de la Alta Edad Media, toda la Baja y entrar en el Renacimiento como sujeto político y con una capacidad de nacionalización de su propia sociedad que todavía se manifiesta y es clara en todos los aspectos de la vida social vasca del presente.
Este proceso fue truncado por avatares históricos de conquista y ocupación. De ellos el más importante posiblemente, la conquista y ocupación de 1512, conmemoramos este año el 500 aniversario. La pérdida de la soberanía supuso el deterioro de las instituciones políticas propias, una progresiva aculturación del país y cierta asimilación en las estructuras lingüísticas y culturales de los estados que lo dominaron y repartieron: España y Francia.
Si los vascos queremos hacer frente con dignidad a un futuro prometedor, mediante el logro de un Estado independiente, tenemos obligación de poner en valor nuestro patrimonio. Como una pieza fundamental, clave del arco, del mismo tenemos su nombre político: Navarra.
Vasconia es un nombre antiguo, fundamentalmente geográfico. Euskal Herria corresponde a una denominación étnico-lingüística que, por lo mismo, no satisfizo al propio padre del nacionalismo vasco moderno: Arana Goiri, que, por lo mismo, inventó el neologismo Euzkadi. El Euzkadi de Arana era un deseo, un proyecto. El actual Euskadi es, para algunos, el mismo proyecto, pero para la mayoría de la población de la Vasconia Ibérica representa exclusivamente a una Comunidad Autónoma del Estado español. Navarra es, por el contrario, el Estado de los vascos.
El nombre que, en mi opinión, mejor representa la realidad histórica vasca y su patrimonio, a la par que ofrece explícitamente la única perspectiva de futuro que puede garantizar su (buena) supervivencia, en un mundo convulso y en crisis, como Estado independiente, es el de Navarra.