Alguien piratea, especula y colapsa por arriba; y alguien incendia, roba y se desmanda por abajo
Andy Robinson, uno de los valores sólidos con que cuenta La Vanguardia, explicaba ayer la situación de extrema pobreza y abandono de algunos barrios londinenses. Y hablaba del efecto gasolina al fuego de la pobreza causado por el programa de austeridad del Gobierno liberal-conservador. Según el Instituto de Estudios Fiscales británico, por ejemplo, los recortes restarán a las familias de renta baja una media de 1.100 euros al año. La mayoría de los analistas y cronistas que han observado los hechos ponen el énfasis en los factores socioculturales y sostienen que la explosión de violencia responde a un cóctel de tres ingredientes: choque racial, malestar social y juventud sin perspectivas ni de ascenso ni de salida.
Contraatacando, tanto el Gobierno de Cameron como numerosas informaciones periodísticas han puesto el énfasis en el polo contrario: en las muchísimas situaciones de vandalismo gratuito protagonizadas por gamberros. Jóvenes sin problemas económicos o gañanes ansiosos, no de calmar el hambre, sino de satisfacer, saqueando, la apetencia de gadgets tecnológicos. También subrayaron que muchas víctimas de ataques y pillajes (comerciantes, inquilinos o simples peatones) son de origen tanto o más humilde que los vándalos agresores. Síntesis de esta segunda explicación es la siguiente. Quienes más firmemente se han enfrentado a los vándalos pertenecen a los sectores pequeñoburgueses de la inmigración británica: se han batido en la calle para defender sin complejos sus pequeños negocios (buena señal: los últimos en llegar siempre son los más radicales defensores de un bienestar ganado a pulso, trabajando noche y día).
Lejos de Inglaterra, quizás sólo una cosa se percibe palmariamente: los disturbios que han devastado barrios de Londres, Manchester y otras ciudades británicas han coincidido con la máxima debilidad de la economía europea. La explosión de malestar social y el desbarajuste moral de estos días en Gran Bretaña no está claro que mantengan una relación de vasos comunicantes con los inmorales ataques especulativos contra las empresas y entidades bancarias de mayor prestigio europeo (Société Générale). Pero el hecho es que estos dos fenómenos se han producido de forma simultánea. Alguien piratea, depreda, especula y colapsa por arriba; y alguien incendia, roba, destroza y se desmanda por abajo. Entre unos y otros, las clases medias cada vez más débiles y asustadas. Atención: siempre que la clase media se siente acosada, suceden cosas fuertes en Europa. Los europeos estamos viviendo uno de esos momentos en que la historia se acelera, inquieta y descontrola. Todavía no sabemos cómo acabará todo esto, ni adónde nos llevarán los hechos que hemos empezado a vivir. Sólo sabemos que próximas generaciones lo estudiarán en los manuales de historia.