Hasta ahora, ni los estudiosos del derecho romano ni los historiadores del derecho han llegado a encontrar una explicación satisfactoria para la singular evolución semántica que lleva al término iustitium -designación técnica para el “estado de excepción”- a adquirir el significado de luto público por la muerte del soberano o de alguien de su círculo más íntimo.
En un amplio estudio publicado en 1980, Versnel intentó explicarlo señalando una analogía entre la fenomenología del luto y los períodos de crisis política en los cuales las reglas y las instituciones sociales parecen disolverse repentinamente. Así como en los períodos de anomia y de crisis se asiste a un colapso de las estructuras sociales normales y a un desarreglo de los roles y de las funciones sociales que puede llevar hasta la completa inversión de los hábitos y de los comportamientos culturalmente condicionados, asimismo los períodos de luto se caracterizan generalmente por la suspensión y alteración de todas las relaciones sociales. “Todo el que define a los períodos de crisis como una temporaria sustitución del orden por el desorden, de la cultura por la naturaleza, del cosmos por el chaos, de la eunomia por la anomia, define implícitamente los períodos de luto y sus manifestaciones.”
Según Versnel, que reitera aquí el análisis de sociólogos norteamericanos como Berger y Luckman, “todas las sociedades han sido edificadas a partir del chaos. La constante posibilidad del terror anómico se actualiza cada vez que se derrumban o que son amenazadas las legitimaciones que recubren la precariedad”.
En esta neutralización de la especificidad jurídica del iustitium a través de su acrítica reducción psicologista, Versnel había sido precedido por Durkheim, quien en su monografía El suicidio había introducido el concepto de anomia en las ciencias humanas. Definiendo, junto a las otras formas de suicidio, la categoría de suicidio anómico, Durkheim había establecido una correlación entre la disminución de la acción reguladora de la sociedad sobre los individuos y el aumento de la tasa de suicidios. Esto equivalía a postular, como él hizo sin proporcionar explicación alguna, una necesidad de los seres humanos a ser regulados en sus actividades y pasiones.
De este modo, no sólo se da por descontada la ecuación entre anomia y angustia (mientras como veremos los materiales etnológicos y folclóricos parecen mostrar lo contrario), sino que además la posibilidad de que la anomia tenga una relación más íntima y compleja con el derecho y con el orden social es neutralizada de entrada.
Ha sido mérito del profesor Augusto Fraschetti, en su monografía sobre Augusto, el haber subrayado el significado político del luto público, mostrando que el vínculo entre los dos aspectos del iustitium no está en el supuesto carácter de luto propio de una situación extrema o de la anomia, sino en el tumulto al que puede dar lugar el funeral del soberano. Fraschetti remonta su origen a los violentos desórdenes que en su momento siguieron a los funerales del César, definidos significativamente como “funerales sediciosos”. Como, en la era republicana, el iustitium, (el estado de excepción) era la respuesta al tumulto, “a través de una estrategia similar, por la cual los lutos de la domus Augusta son dados como catástrofes ciudadanas, se explica la homologación del iustitium al luto”.
Fraschetti apunta bien cuando muestra cómo, coherentemente con esta estrategia, a partir de la muerte de su sobrino Marcelo, cada apertura del mausoleo de la familia debía implicar para Augusto la proclamación de un iustitium. Por cierto, es posible ver en el iutitium-luto público precisamente el intento del príncipe por apropiarse del estado de excepción transformándolo en un asunto de familia. Pero la conexión es más íntima y compleja todavía.
Tomemos de Suetonio la célebre descripción de la muerte de Augusto en Nola, el 19 de agosto del año 14 d.C. El viejo príncipe pregunta obstinadamente y casi con petulancia, algo que no es simplemente una metáfora política: si no había afuera un tumulto que le concernía. La correspondencia entre anomia y luto se vuelve comprensible sólo a la luz de otra correspondencia entre muerte del soberano y estado de excepción.
Es como si el soberano, que había abarcado en su “augusta” persona a todos los poderes excepcionales y se había vuelto un iustitium viviente, por así decirlo, mostrara en el momento de su muerte su íntimo carácter anómico y viera cómo se liberan fuera de su persona, en la ciudad, el tumulto y la anomia. Como había intuido Nielsen en una límpida fórmula (que es quizás la fuente de la tesis benjaminiana según la cual el “estado de excepción se ha vuelto regla”) “las medidas excepcionales desaparecerían porque se habían vuelto regla”.
La secreta solidaridad entre la anomia y el derecho sale a la luz en otro fenómeno, que representa una figura simétrica y, de algún modo, inversa respecto del iustitium imperial. Desde hace tiempo, los estudiosos del folclore y antropólogos se han familiarizado con esas fiestas periódicas -como las Antesterías y Saturnales del mundo clásico y el charivari y el carnaval del mundo medieval y moderno- caracterizadas por una licencia desenfrenada y por la suspensión y el desbaratamiento de las jerarquías jurídicas y sociales normales. Durantes estas fiestas, que se encuentran con caracteres similares en épocas y culturas diversas, los hombres se trasvisten y se comportan como animales, los patrones sirven a los esclavos, masculino y femenino intercambian roles y los comportamientos delictivos son considerados lícitos o en todo caso, no punibles. Ellas inauguran, de hecho, un período de anomia que quiebra y subvierte temporariamente el orden social.
Contra la interpretación que los remontaban a los ciclos agrarios ligados al calendario solar o a una función periódica de purificación, Karl Meuli, con una intuición genial, por el contrario, puso a las fiestas anómicas en relación con el estado de suspensión de la ley que caracteriza a algunos institutos arcaicos. En una serie de estudios ejemplares, Meuli ha mostrado cómo los desórdenes y las violencias minuciosamente enumeradas en las descripciones medievales del charivari o de otros fenómenos anómicos reproducen puntualmente las diversas fases de la comunidad, sus casas destechadas y destruidas, los pozos envenenados o abandonados en estado salobre.
Charivari es una de las múltiples designaciones, diferentes según los lugares y los países, para un antiguo y extensamente difundido acto de justicia popular, que se desarrolla en forma similar pero no idéntica. Estas formas se usaban en sus castigos rituales y también en las fiestas de disfraces cíclicas y asimismo en sus descendientes directos que son las colectas tradicionales de los niños en Halloween.
Si la hipótesis de Meuli es correcta, la “anarquía legal” de las fiestas anómicas no se remonta a antiguos ritos agrarios que en sí no explican nada, sino que pone de manifiesto en forma paródica la anomia intrínseca al derecho, el estado de emergencia como pulsión anómica intrínseca al derecho, al estado de emergencia como pulsión anómica contenida en el corazón mismo del nomos.
En la exhibición del carácter luctuoso de toda fiesta y del carácter festivo de todo luto, derecho y anomia muestran su distancia y, a la vez, su secreta solidaridad.
* Extractado del libro Estado de Excepción, capítulo 5, “Fiesta, Luto, Anomia”, del filósofo italiano Giorgio Agamben
Estado de excepción (Nota de Luis Tonelli)
El soberano es “quien decide en el estado de excepción”, rezaba el Diktum con el que Carl Schmitt, el jurista de Hitler, legitimaba al Führer. Pero si la crisis, la emergencia se utilizaba para autorizar el uso de plenos poderes, para Giorgio Agamben, el filósofo romano discípulo de Heidegger y autor de Homo Sacer, hoy vivimos la paradoja enunciada por Walter Benjamin de un “estado de excepción que ha devenido la regla”. La expresión más acabada de esta situación paradójica la constituye la “military order” de George Bush por la cual se autoriza la detención indefinida de los sospechosos de actos terroristas en Guantánamo. De más está decir que Barack Obama, pese a su promesa de cerrar la base, anunció al mundo la eliminación de Bin Laden a manos de sus fuerzas especiales, gracias a la información producida a través de torturas a esos detenidos que sólo son “vida nuda” sin ningún derecho. En Estado de excepción, Agamben reconstruye mediante una arqueología, siguiendo los pasos de Hannah Arendt y Michel Foucault, el camino por el cual Occidente ha llegado a esta situación, remitiéndose a lo arcaico para descubrir qué es lo que sigue latiendo de él hoy en la hipermodernidad y, así, poder comprenderla. Normalización del estado de excepción que le da forma legal a lo que no puede tener forma legal, que borra las fronteras entre el hecho y el derecho, entre la institución y la violencia.
Reflexión de Agamben en Estado de excepción, que tiene absoluta pertinencia para un país que, como el nuestro, ha vivido en “emergencia permanente” y en donde la crisis ha legitimado diferentes procederes políticos. Desde las privatizaciones sumarias de los noventa hasta la fisonomía del kirchnerismo, que puede exhibirse exitosamente como un gobierno que, desde la cúspide, interpreta a las demandas de la opinión pública de gobernabilidad y aventa así el infierno tan temido de la próxima crisis.
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/06/03/4031.php