FRENTE a la concreción ofrecida por el regionalismo navarrista, como víctima propiciatoria de la amenaza anexionista por parte de los vasconizados, lo que no sería sino, en todo caso, un tradicional efecto del complejo de Edipo, de vuelta al hogar tras haber matado al padre, se encuentra la actitud mostrada por la intelectualidad decimonónica del navarrismo panvasquista de los componentes de la Asociación Euskara (Campión, Iturralde y Suit, Olóriz, Altadill…), contrarios a todas luces al programa por el que se rige el nacionalismo español, incluso desde un punto de vista crítico, como el realizado por Manuel Lizcano Pellón, basando su dialéctica constructiva en dos herencias fundamentadas, una de ellas, en el papel civilizador del denominado descubrimiento; y por el otro, en la antinómica vertebración de los discursos alrededor del tradicionalismo y del progresismo en la construcción nacional española.
Esto me viene sonando a algo ya conocido, aunque no sea fruto de la experimentación directa, y aún habiendo sido soñado como la doble utopía de un proyecto cuyos fundamentos vienen siendo analizados en profundidad, entre otros, por nuestro maestro en filosofías de imperativo materialista cumplimiento, como el realizado por Gustavo Bueno en España frente a Europa. Ensayo que se cierra con el Catálogo de una biblioteca particular en torno a España y su historia en lugar de la más prosaica bibliografía que pueda servirnos de invectiva referencia de los acontecimientos acaecidos en el espacio tiempo de la vida de una nación, o de su proyecto, así como de su secuela historiográfica. Y esta intencionalidad es, si cabe, mayor en el caso que nos trae, pues no deja de consistir sino en la defensa a ultranza de la nación canónica porque así fuera concebida en su momento desde los intereses geopolíticos y estratégicos de una determinada e imaginaria cristiandad. Acontecimiento que llevara a Koselleck a la siguiente reflexión: “Sin la interpretación teológica del mundo, la Iglesia cristiana desde la perspectiva de la historia de la salvación no hubiera sido posible ni la disputa de las investiduras, con todas sus consecuencias políticas, ni las cruzadas, como tampoco el descubrimiento de los territorios de ultramar por parte de las expediciones cristianas o, por supuesto, la historia de las guerras civiles religiosas en los orígenes de la modernidad”. Todo ello, como es menester, habiendo sido redimido de pena alguna desde los postulados del tradicional progresismo español de los anteriormente mencionados pensadores Lizcano y Bueno.
Pero si algo viene a diferenciarnos de esta historia de inspiración universalista defendida por ambos es esa otra más humilde pensada desde los acontecimientos locales en ausencia de toda tentación colonialista, pues así queda constatado en el propio devenir de nuestro siempre constreñido reino desde su origen hasta la abolición de su independencia allá por el, para algunos demasiado lejano, así como contrariamente para otros tan cercano, siglo XVI. Navarra, en este sentido, no se cuenta entre las naciones que decidieran ganar militarmente para su mundo, y para el otro del más allá, al resto, porque entre otras cuestiones, llegó tarde al momento del descubrimiento. Y otro gallo tal vez nos hubiera cantado sin tanta particular empresa de ultramar perdidos como los teníamos hacía ya tiempo nuestros propios puertos. Ensoñación de un pasado real que en ocasiones se pretende presente en su memoria futura de nuestra Navarra marítima, ensayo escrito por Tomás Urzainqui y Juan Mª Olaizola.
Memoria perdida y, para algunos, fútilmente encontrada en viejos legajos cuya lectura nos ocasiona la sensación de haber estado alguna vez allí. Para Bergson, una de las consecuencias del déjà vu, que en esto consiste la impresión que en ocasiones tenemos en presente del reconocimiento pasado, haber estado en similar situación en otro tiempo transversalizado viene a ser la de constituir una realidad traspuesta en sueño. Frente a la enfermedad histórica de la que nos hablaba Nieztsche, esta situación de suspensión del tiempo, de puente entre una realidad presente y otra no menos presente basada en la sensación rememorativa, plantea la posibilidad de creación de puentes entre lo real y lo ficticio que no solo se da en las ciencias, sino particularmente en las artes. No en vano, como nos recuerda Remo Bodei en Pirámides del Tiempo, “el dilema entre eternidad del mundo y libertad comienza a resolverse en el momento en que se abandona la imagen del tiempo como si se tratara de una recta sobre la que discurre un punto indivisible y sin espesor, el presente, que separa de forma irreversible el pasado, que queda a nuestra espalda, del futuro que, avanzando, corroe”. Tan solo las artes son capaces en este autor, de ofrecernos, a través de su reinterpretación, acomodación circunstancial, una superación del tiempo cuyo determinismo historicista se da, fundamentalmente, en el revival (que tan acertadamente Giulio Carlo Argan precisara bajo título de El pasado en el presente), de la ideología como ciencia y arte, representados por la visión dual que del problema identitario tuvieran, en momento dado, el historicismo, entre los nuestros, de un Campión frente al creacionismo de un Arana, que casi todo se lo llegaba a inventar, y teniendo su parangón reciente en la dialógica de un Krutwig vs. Oteiza.
Pese a todo debemos ser conscientes de que las razones que mantienen vivo tanto al regionalismo navarrista de polo integracionista (unionista) como al nacionalismo periférico (secesionista) cuenten, en ambos casos fundamentalmente con un mismo lugar de inspiración: la de aquella larga sombra proyectada desde el pasado en el presente: un déjà vu político que diverge en cuanto a su proyección futura, adoleciendo de supuestas argumentaciones culturales que vienen ocultando una ideológica intencionalidad. En este sentido, el regionalismo acepta como punto de partida lo que no fue otra cosa que un proceso de colonización, el Navarra así de su lema electoral, mientras el nacionalismo busca desembarazarse de aquél con su correspondiente Nafarroa bai. En definitiva, este déjà vu ideológico se ve afectado por esa visión, analizada por Iñaki Iriarte López como expresión de un romanticismo conservador trasnochado, de pueblo de las ruinas, que en su día motivara el quehacer de los componentes de aquella Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra, con el añadido de suponer el peligro de desaparición de un idioma, el euskera, como una seña más de tal descomposición. Y sin embargo, el nefasto efecto de este déjà vu ideológico se deja sentir en las palabras de Joxe Azurmendi referidas a la condición nacional de todo un pueblo, el vasco: “Si Navarra pierde esa conciencia nacional de colectividad, qué decir de las otras provincias. Éstas jamás la han tenido y, por lo tanto, nada tenían que perder. Bizkaia, Gipuzkoa y Alava han sido siempre como la hojarasca en día de viento. El árbol era Navarra: las raíces y el tronco. El verdadero árbol de Gernika es Navarra. Se secó en el siglo XVI y no dará fruto”.
(*) Julio Urdin Elizaga. Escritor