A 100 años de su muerte, Mark Twain ha vuelto a provocar una polémica. Mejor dicho, la desató la editorial NewSouth de Montgomery, Alabama: publicará en febrero próximo una versión de Las aventuras de Huckleberry Finn expurgada de dos palabras, “injun” y “nigger”. Las reemplazarán “indio” y “esclavo”, respectivamente. El Dr. Alan Gribben, de la Universidad de Auburn, es el autor de la tachadura que justificó así: son términos que el pueblo estadounidense empleaba con una fuerte carga de desprecio racista “y el lector de hoy no los acepta”. Esto último, a saber.
Es verdad que sobre todo “nigger”, que aparece 219 veces en Huckleberry Finn, es tal vez el peor insulto de la lengua inglesa y se asestaba –y todavía se asesta– a los afroamericanos y, por extensión, a un ser abyecto. No es menos cierto que Mark Twain reproduce el lenguaje y el ambiente de un pueblo de Mississippi de mediados del siglo XIX. Como él mismo dijo: “La diferencia entre una palabra casi justa y la palabra justa no es una pequeña cuestión; es como la diferencia entre una luciérnaga y la luz eléctrica”.
Hay otros ejemplos de grandes autores corregidos post mortem. La sobrina de Flaubert eliminó las malas palabras de las cartas de su tío antes de editarlas. Huelga decir que una correspondencia privada no es lo mismo que un texto literario, pero la señora pudo obviar fácilmente su sobresalto o rechazo no publicándola, en vez de tergiversar el carácter del autor de Madame Bovary. Ni hablar de lo que le hicieron a Nietzsche: su hermana Elisabeth convirtió en un libro “inédito” las notas que el filósofo había dejado inconclusas antes de su pasmo mental.
Ernest Hemingway afirmó que “toda la literatura estadounidense moderna procede de un libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn… Nada hubo antes. Nada tan bueno ha habido después”. Se comprende la irritación causada por los maquillajes del Dr. Gribben.
“El libro trata directamente del racismo y corregir los insultos racistas no lo mejora”, adujo el crítico Elon James White (www.salon.com, 4-1-11). Su colega Alexandra Peti se indignó: “La palabra (nigger) es horrible, pero indispensable en este libro. Quitarla sería como titular ‘2084’ la novela (de Orwell) 1984 porque ya no vivimos los tiempos del gobierno Reagan” (www.washingtonpost.com, 4-1-11).
En los ’80 del siglo XIX la Biblioteca Pública de Brooklyn había negado sus estanterías a Huckleberry Finn por “su ordinariez, falsedad y prácticas dañinas”. No corrió suerte mejor mucho después: en el decenio 1990-1999 la novela figuraba en el quinto lugar de la lista de los cien libros prohibidos o censurados establecida por la Asociación de Bibliotecas de EE.UU. Sex, de Madonna, ocupaba el decimooctavo (www.ala.org). En consecuencia, tampoco era acogido en la currícula de numerosos establecimientos de enseñanza. Se supone que el Dr. Gribben y la editorial NewSouth se basaron en razones de sensibilidad social, no de venta del libro, para corregir a Mark Twain.
La Dra. Sarah Churchwell, catedrática de Literatura y cultura estadounidenses de la Universidad británica East Anglia, presentó el problema desde el ángulo opuesto: la culpa del destierro de Huckleberry Finn de los programas escolares es de los educadores, no del lenguaje del libro. “No se puede decir ‘modificaré a Dickens para que sea compatible con mi método de enseñanza’. Los libros de Twain no sólo son documentos literarios, son documentos históricos, y esta expresión es totémica, pues codifica toda la violencia de la esclavitud.”
Es notorio que Mark Twain no fuera racista. Al revés. Apoyó a la naciente Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, la primera organización defensora de los derechos civiles de EE.UU. nacida en 1881, y al Instituto Tuskegee de Alabama, fundado para “perfeccionar la vida intelectual, moral y religiosa de los afroamericanos”. Juntó personalmente buena parte de los fondos que permitieron el establecimiento en Yale de la primera Facultad de Derecho para estudiantes de ese sector social explicando a los posibles donantes: “Hemos pisoteado la humanidad de estas personas y la vergüenza es nuestra, no de ellas, y debemos pagar por eso”. Así pensaba de los “nigger” Mark Twain.
El Instituto Tuskegee celebró sus bodas de plata en el Carnegie Hall y The New York Times publicó la crónica del acto al día siguiente, 23 de enero de 1906. Además del “populacho” –dice el diario– había mujeres, como la esposa de John D. Rockefeller, “resplandecientes de joyas”. Mark Twain copresidió la mesa y su discurso fue gracioso, pero también explicaba: “Todos decimos malas palabras, damas incluidas, pero el pecado no es la palabra, sino el espíritu de que está imbuida. Cuando una dama irritada dice ‘¡Oh!’, el espíritu del vocablo dice ‘maldición` y de esa manera será registrado”. Ni que hubiera previsto la existencia del Dr. Gribben y su voluntad de enmendarle la plana.