La Organización de las Naciones Unidas cumple 65 años. Nació en un ya lejano 24 de octubre de 1945 tras concluir la Segunda Guerra Mundial. Su principal cometido: establecer unas relaciones internacionales multilaterales que aseguraran una paz estable, y que dispusiera de personalidad y capacidad de actuación en los posibles conflictos futuros. Pero su misma existencia, su estructura interna y, sobre todo, su perfil poco práctico han sido cuestionados con frecuencia.
La finalización de contiendas militares es un buen momento para establecer acuerdos internacionales orientados hacia la consecución de objetivos que resultan casi imposibles en otros momentos. De hecho, la aspiración de una paz estable fue ya el objetivo de la anterior Liga de las Naciones, establecida tras la Primera Guerra Mundial a instancias del presidente americano Woodrow Wilson. Pero los propios americanos no ratificaron el acuerdo, al oponerse los republicanos en el Senado. Sin EE. UU., quedó ampliado el escaso realismo de la propuesta inicial de la Liga (después llamada Sociedad de Naciones). Puede decirse que se trataba de un proyecto burdamente kantiano, basado en una convicción de carácter ético más que de carácter político (es sabido que Kant mostraba una clara desconfianza hacia los meros imperativos morales). Dicho proyecto no se estructuraba a partir del realismo hegeliano de conseguir acuerdos económicos y de defensa previos como premisas de éxito de una organización política; los primeros aseguran una confluencia de intereses, los segundos confirman la máxima de Hobbes, inspirada en las reflexiones de Tucídides y ratificada por Hegel, de que “covenants without the sword are but words” (los acuerdos sin la espada no son sino palabras).
La ONU es menos ingenua que la Liga de las Naciones, pero sigue mostrando dos debilidades básicas: 1) se basa en un multilateralismo de actores todavía muy fragmentados, y 2) refleja la correlación de fuerzas de los tiempos de su fundación – predominio de los estados vencedores de la Segunda Guerra Mundial-.Unas instituciones efectivas de gobernanza global asegurarían mejor la paz y estabilidad, pero para ser realistas, deben ser congruentes con las lógicas económicas y políticas que las propician.
Obviamente, el mundo actual es distinto al de 1945. Este último se mantuvo mal que bien hasta el final de la guerra fría. Pero hoy el multilateralismo pasa por coordenadas distintas de lo que representan los cinco estados con veto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Países emergentes como India o Brasil cuestionan la legitimidad de la correlación interna de fuerzas. Tampoco las potencias perdedoras en 1945, Alemania y Japón, pueden sentirse a gusto en una organización que los sigue tratando como actores secundarios.
La llegada de la Administración Obama al gobierno de la principal potencia económica y militar del planeta conllevó esperanzas de cambio en la escena internacional, incluida la ONU. Pero, de momento, el impacto de la crisis económica, la rebelión promovida por los sectores más conservadores del republicanismo norteamericano, el momento de incertidumbre de la OTAN y la creciente importancia de actores no estatales en los conflictos armados han puesto parte de aquellas esperanzas en el congelador. De los últimos informes de organismos independientes – basados en datos oficiales presumiblemente fijados a la baja-,se concluye que el gasto militar aumentó un 6% en términos globales respecto al año anterior, y un 49% desde el año 2000. La crisis económica parece que casi no ha afectado al gasto militar mundial, y se constata una correlación entre ingresos por materias primas (petróleo) y gasto militar. Las cien empresas principales de venta de armas aumentaron en conjunto 39.000 millones de dólares en el 2009, hasta alcanzar una cifra global de 385.000 millones (excluyendo China). La media anual del periodo 2005-2009 ha sido un 22% más elevada que la del periodo 2000-2004. EE. UU. y Rusia siguen siendo los principales exportadores, seguidos de Alemania, Francia y el Reino Unido, mientras que los principales receptores son China, India, Corea del Sur, Emiratos Árabes y Grecia. EE. UU. ha seguido aumentando el gasto militar con la Administración Obama (Afganistán), gasto que actualmente representa el 43% del gasto militar mundial (a mucha distancia del siguiente Estado, China, estimado en un 6,6% en el 2009), según datos del Stockholm International Peace Research Institute, 2010).
Un mundo aún muy atomizado y armado no es la mejor noticia para la estabilidad mundial. Es un escenario en el que la ONU tiene pocas esperanzas de aumentar su peso específico. Además, la perspectiva teórica adoptada por los actores en el análisis de la situación internacional también pesa. Las potencias occidentales tienden a moverse en el corto plazo, en contraste con China. El mundo necesita instituciones de gobernanza global. Para ser efectivas, las propuestas deben ser multilaterales, pero incentivadas por acuerdos previos de carácter económico y de defensa, y lideradas por las principales potencias, encabezadas por EE. UU. El reto es proporcional a la hegemonía. Veremos si la un tanto ensimismada Administración Obama estará a la altura de su responsabilidad histórica. Preguntados sobre ello, probablemente Kant respondería con una mueca desengañada, mientras que Hegel seguiría mostrando su sonrisa más escéptica.
FERRAN REQUEJO, catedrático de Ciencia Política de la UPF y autor de ´Camins de democràcia´, L´Avenç, 2010