La quiebra de la verdad en el relato histórico, no es una excepción sino la regla
El Memorial de Juan de Goyeneche como autobiografía y
Las cuentas del Gran Capitán, son diferentes conceptos,
pero ambos sirven de analogía
1) La ética del escritor teórico en la perfección del relato
En una introducción propia, que Monteano titula Quinientos años después, lamenta que después de dicho tiempo, “los acontecimientos ocurridos en Navarra entre 1512 y 1529 continúan siendo objeto de agrios debates y de encontradas interpretaciones. Sin duda, -afirma- quinientos años después siguen pesando más los sentimientos del presente que el conocimiento del pasado”.
Graduar la medida de las cualidades de los personajes históricos (en bondad, maldad, agresividad, ecuanimidad, etc.), dependerá siempre de la predisposición del autor, por la enseñanza recibida, la valoración personal de los hechos, la conformación de la sociedad a la que va dirigida, y cualquier otra circunstancia, incluso hasta del tiempo que puede dedicar a su realización.
El autor de “La guerra de Navarra” sostiene que es “un libro de Historia … no es un libro de análisis político. Los historiadores tenemos el deber de explicar el pasado, no de justificar el presente. Tenemos que exponer los hechos tal y como se produjeron, con rigor, valor y sinceridad … para distinguir en todo momento el cómo fueron las cosas del cómo hubiéramos querido que fueran. emprender una investigación …. completa en cuanto al desarrollo de los acontecimientos, contextualizada política y mentalmente en su época, ponderada en cuanto a la trascendencia de los hechos y centrada en la actuación de los navarros de a pie durante aquellos decisivos años … –no realizada anteriormente- desde el punto de vista navarro,”.
Para Monteano “el libro trata de no hacer juicios acerca del comportamiento de los protagonistas de esta etapa clave de nuestra historia … desde el punto de vista navarro”, choca con su declaración a un diario: “En este momento, desde el interés nacionalista, las cosas no encajan. Curiosamente, las zonas de mayor implantación beamontesa, se corresponderían con las mas vasquistas étnicamente hablando”. ¿Por qué liga a los nacionalistas con los agramonteses? Se le olvida que en dicha época, los citados como beamonteses, fueron los defensores de la legitimidad? ¿No presume de asepsia ideológica?
a) Una explicación previa, en orden a posicionamientos
La reciente publicación del libro de Peio Monteano, que en su visión y crítica se opone a la versión de datos que aporté en el publicado por mí el año de 2001, aún sin nombrarme, me ha hecho reflexionar sobre el posicionamiento de los autores y discernir sobre el tema como principio de esta introducción.
Monteano deja plasmado en el prólogo de su libro, La Conquista de Navarra -1512 y 1529-, los criterios a seguir por otros autores “continúa siendo objeto de agrios debates y de encontradas interpretaciones. Sin duda, quinientos años después siguen pesando más los sentimientos del presente que el conocimiento del pasado”, para definir su libro como “un libro de Historia … no es un libro de análisis político … –su relato es- desde el punto de vista navarro … contextualizada política y mentalmente en su época, ponderada en cuanto a la trascendencia de los hechos y centrada en la actuación de los navarros de a pie durante aquellos decisivos años … Los historiadores tenemos el deber de explicar el pasado, no de justificar el presente … exponer los hechos tal y como se produjeron, con rigor, valor y sinceridad … Y distinguir en todo momento el cómo fueron las cosas del cómo hubiéramos querido que fueran”.
También refleja un análisis de advertencia de que “El lenguaje también puede ser engañoso, pues bajo la misma forma las palabras pueden tener distinto significado que hoy día … En Historia las cosas ocurren en un lugar y en un momento determinado. Si alguno de estos elementos se altera, las consecuencias pueden ser fatales”. Demasiadas perfecciones para su libro, que no deja de insinuar a otros autores. Y como cuestión didáctica se queda corto en detallar y muy amplio en dar conclusiones.
Así dispensa los criterios a seguir: “los protagonistas de esta etapa clave de nuestra historia … Aquellos hombres y mujeres de la Navarra de principios del Quinientos –de los que, apenas sabemos nada- vivieron su momento histórico en unas circunstancias personales y sociales concretas, en unas coordenadas económicas, mentales y de todo tipo muy distintas a las nuestras. No sería justo por ello sacarlos de su tiempo y juzgarlos desde el cómodo presente … de ese enfrentamiento militar que supuso un trauma para la generación que lo vivió, un tabú para las que les siguieron y un motivo más de enfrentamiento para los navarros de hoy en día”.
Presumir de equidistancia o aconsejar líneas de imparcialidad como rectitud en las descripciones, es ya marcarse el autor dentro de una línea política. La asepsia pura, no existe ni en la vida ni en la mente humana.
b) Crítica de la conquista española al libro de Monteano
Monteano, asevera de cara al lector que sea consciente de tener en sus manos “un libro de Historia … no es un libro de análisis político: Los historiadores tenemos el deber de explicar el pasado, no de justificar el presente. Tenemos que exponer los hechos tal y como se produjeron, con rigor, valor y sinceridad. Y debemos hacer, por ello, un esfuerzo para distinguir en todo momento el cómo fueron las cosas del cómo hubiéramos querido que fueran”.
Promete “… una investigación …. completa … contextualizada política y mentalmente en su época, ponderada en cuanto a la trascendencia de los hechos y centrada en la actuación de los navarros de a pie durante aquellos decisivos años … –sin realizar- desde el punto de vista navarro”. ¿El mío no es el de un navarro?
Y continúa: El libro (suyo) ha tratado de ser muy riguroso desde el punto de vista técnico … Para situarse en la época e interpretar los acontecimientos es necesario que asumamos que en este momento, a principios del siglo XVI, los navarros son sólo navarros y los bearneses son sólo bearneses, mientras que alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos son y se sienten españoles y lapurtarras y zuberotarras son y se sienten franceses”, para remachar contradiciéndose: “el libro trata de no hacer juicios acerca del comportamiento de los protagonistas de esta etapa clave de nuestra historia … En este momento, desde el interés nacionalista, las cosas no encajan. Curiosamente, las zonas de mayor implantación beamontesa, se corresponderían con las mas vasquistas étnicamente hablando”.
Las incongruencias hablan por sí mismas: “Una de las cosas que aporta este libro es que, tal vez, la verdadera conquista se produce a partir de 1521. A partir de estas fechas, es cuando mas claramente se violentan las instituciones del reino y se incumplen los juramentos de los fueros. Carlos V, sin embargo, nunca quiso jurar los fueros porque sabía que los estaba violentando y, de hecho, con él la represión fue mucho mas fuerte. Fernando el católico, dentro de su esquema, que era incorporar Navarra a su ámbito político, intenta ser muy respetuoso con lo que era el reino … Es generoso en sus amnistías y no hay una represión relevante, de hecho yo no he encontrado gente ejecutada …”.
El relato de Monteano resalta que “El volumen de las tropas navarras que marchaban contra Amaiur justifica sobradamente que denominemos a ese ejército como hispano-beamontés … entre los más de 2.300 infantes navarros movilizados destacaban los 250 roncaleses al mando del comisario Alvear, que se ocupaban del transporte de la artillería. También importantes eran los contingentes de Aóiz y Longida (185 hombres) que encabezaba el capitán Donamaria, los de tierra de Sangüesa (177) comandados por el teniente de merino López de Ayesa, los de la Cuenca de Pamplona (150) dirigidos por Lizoasoain o los de los valles de Guesálaz, Yerri y Mendigorría (150) que capitaneaba el señor de Sarria.
Provenientes de la Navarra cantábrica, el señor de Andueza dirigía a los de Larraun, Araitz y Leitzaran (138) mientras que el señor de Arbizu hacía lo mismo con los de Burunda y Arakil (108) … El ejército hispano-beamontés avanzaba lentamente y, por fin, el día 11 de julio su vanguardia llegaba a Berroeta y Ziga. Poco antes, Ursua y los Iturbide habían partido de Doneztebe con 700 hombres obligando a los legitimistas a abandonar sus posiciones en Bertiz, Ziga y Elizondo y ocupando Irurita y Arraioz … El capitán beaumontés intimó a los de Baztan …”. Parece mentira que las fuentes de Monteano y las mías, sean las mismas consultadas sobre estos hechos. Puede verse mis deducciones en mi libro de La Conquista pp. 577 y 861 en n. 512.
En el caso de Monteano, éste deduce que “la enconada lucha entre los partidarios del rey –los agramonteses– y los partidarios del príncipe –los lussinos o beaumonteses– continuará, no obstante, después de dirimido el pleito dinástico, impidiendo la reconstrucción política del reino y contribuyendo decisivamente a su conquista a partir de 1512 …”. El concluyente diagnóstico es ficticio y totalmente erróneo.
El desnudo actual a una tergiversación histórica de mas de 800 años
La entrevista a Monteano de D. N., sobre su último libro, desnuda al personaje, cuando sostiene que “en la conquista de Navarra, la gente se movía por lealtad al linaje … en general, los personajes están ligados al comportamiento de su linaje. Cada cual tenía su alineamiento, sus intereses, sus redes de fidelidad o sus odios familiares”; mientras silencia que la citada “lealtad”, era requerida militarmente.
Asentar luego que “el rey Fernando respetó la realidad institucional, fue generoso en cuestiones de amnistía y lo siguió todo muy de cerca …”, es eximirle de las masacres de la Baja Navarra y las sentencias a muerte que siguieron en la Alta a “los rebeldes” por crímenes de Lesa Majestad, la exigencia personal de juramentos de obediencia y el incumplimiento total de la realidad institucional.
b) La imposibilidad de historiar desde la asepsia de los hechos
La lección sobre objetividad histórica que asume en su exposición Monteano, constituye una presunción de imparcial para sí mismo, que da a enseñar a los demás: “los historiadores tenemos el deber de explicar el pasado, no de justificar el presente. Tenemos que exponer los hechos tal y como se produjeron, con rigor, valor y sinceridad. Y debemos hacer por ello, un esfuerzo para distinguir en todo momento el cómo fueron las cosas del cómo hubiéramos querido que hubieran sido”. Como proclama, resulta sacerdotil; como hecho de aplicarlo, falso; y como complacencia, resulta merecedora del refrán español, que asienta: “dime de que alardeas y te diré de que careces”.
En sus declaraciones lo confirma: “en este momento, desde el interés nacionalista, las cosas no encajan … las zonas de mayor implantación beamontesa, se corresponderían con las mas vasquistas étnicamente hablando”. Difícil encuadre en el mensaje que plasma en su libro, que acabamos de recoger.
Causas y efectos en el relato
La cuestión analítica a la información que se comunica oficialmente desde los medios (incluida la proveniente de la Universidad), se dificulta por el lenguaje instituido. Valga como ejemplo la aplicación de la palabra causa, donde se debía atender el efecto. A causa de la guerra civil, a causa de la desgracia, a causa de accidentes … cuando estos son efectos de causas anteriores. Pero así, se exculpa al causante de la guerra, de la desgracia o las causas del accidente.
El factor de la guerra tiene su origen y causa en quienes ejercen mando sobre los movilizados, pero eso sería tanto como culpar a quien desde sus justificaciones, está escribiendo la historia a su modo y conveniencia.
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Los términos de compañeros, hombres (empleados), gente (a movilizar), etc., que se emplean oficialmente respondiendo a mandamientos del virrey, se pueden transformar en infantes, en la cuentas presentadas ante la Corte (ver reseñas). El hecho en sí parece reflejar que empleados como peones de arrastre, luego, fuera el virrey o el ínclito Rena, pasaba la cuenta como infantes.
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La puerta encontrada es del año 1572, encontrada 50 años mas tarde de los hechos y relatada como expresión voluntaria ampliando una respuesta que no comprometía a nadie, constituye el mejor ejemplo.
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El alto porcentaje de soldados que se hallaban establecidos en años posteriores (ya sin los perjuicios de ser tiempo de hostilidades), aportan también datos de sus avecindamientos, hecho que incidió en aumentos de población e incluso derriban algunas teorías sobre el desarrollo de la población navarra (aumento de vecinos en los apeos), aunque hay quien atribuye a un mayor bienestar proporcionado, obviando estudiar ni evaluar los índice de soldados aposentados que, ya con edad de dejar las armas, y mas o menos abandonados, adquirían vecindad. Un estudio que sería interesante de realizar.
Formas de relatar modelando los hechos
La forma del relato puede ser infame e indignante, cuando el modo de expresión diluye a realidad de los hechos: “En los países mas cercanos a los dominios de los reyes navarro y francés –las tierras de Armikuze y Arberoa- los incidentes eran frecuentes. En esas comarcas campaban por sus respetos bandas de legitimistas navarros que asaltaban a mercaderes y viajeros e impedían que los oficiales del rey Fernando administraran justicia y cobraran los impuestos”.
Un hecho tan importante, como el envío el 10 de octubre de 2 millares de navarros y guipuzcoanos encabezados por el virrey marqués de Comares, “con la labor de afianzar el dominio español en la Baja Navarra …” , asienta sin referencia clara, un batiburrillo de nombres, en los que le caben como capitanes, desde un Olloki a un Bertiz (que nunca militaron en el campo español durante el conflicto), hasta el capitán Ursua, que tampoco tuvo ese cargo a lo largo del conflicto armado.
Asentar que a comienzos de 1516 “los capitanes navarros mas fieles a los españoles –léase Ursua, Donamaría y Esparza- ya están reclutando sus propias tropas en la montaña”, constituye otra falacia. Ursua no era capitán, Donamaría era capitán con tropas de pago y Esparza acostumbraba a sacar gentes de Salazar mediante órdenes del virrey. Mas por querencia, la gente salacenca que lo acompañaba, lo hacía por temor a las órdenes y el castigo.
En la expedición que salió de Navarra a finales del año 1523, nos revela la forma de convocar el llamado capitán Charles de Esparza y Artieda, hijo de Remón, y de su cuñado el alférez Juan Ibainez, mediante mandamiento y sus amenazas. Encabezaron un grupo de veinte jaurrietanos, que condujeron la artillería hasta Ustáriz. Los acarreadores jaurrietanos que acompañaron a los Artieda volvieron a sus casas tras concluir su tarea. Los testimonios de Sancho Sebastián y Joanot de Zubiri, vecinos de Jaurrieta, explicaban años mas tarde como fueron las tropas salacencas en dicha jornada. Este último además participó en ella. Su alistamiento fue obligatorio, ya que «al lugar de Jaurrieta le cupo 20 hombres. De su parte … (afirmó Sebastián, que eludió ir) … por impedimento que tenia en su persona, envió un hombre pagado».
Lo poco propicio del momento, -analiza Monteano- es razón suficiente para que los alistamientos navarros no se dieran hasta que se configurara la situación; la tensión de las Cortes hizo que el virrey Fadrique de Acuña, prometiera no desterrar a los navarros sin juicio previo desde el respeto a los fueros, que se jurara a Juana “la loca” y que el archiduque Carlos vendría a Navarra para ser coronado, dejando las sesiones de Cortes sin concluir. Pero la realidad queda demostrada con ver los acuerdos de dichas Cortes: Se volvió a pedir el reparo de agravios solicitado ya en 1512; que no se sacase carnes de “mantenimiento” del reino fuera de él, e incluso no se aprobó el donativo; todo ello de manera unánime. En el tema institucional pues, no había divergencias.
Recoge además, que Donamaría se presentó el 11 de marzo en Sangüesa con 300 navarros y Esparza con 200, que se dedicaron a destruir las murallas, lo que no los sitúa como combatientes, de los que realmente estaban necesitados. No se explica si fueron obligados y la cifra también parece exagerada.
Diez días mas tarde, aporta personajes y cifras, poco consecuentes con la realidad: “entre los días 20 y 23 de marzo, los capitanes y nobles beamonteses -´la gente de la tierra´ como les llamaron los españoles- consiguieron reunir casi 3.000 infantes. Allí estaban como verdaderos señores de la guerra, los capitanes Donamaría, Ursua, Ozta y Ansa con un millar de soldados. Los señores de Esparza, Andueza, Sarriá, Mendinueta, Guendulain, Orkoien, Ezperun, Beunza-Larrea, Ureta y Góngora junto a otros beamonteses que aportaron el resto. Así pues los navarros que consiguió movilizar el virrey, eran muchos mas que los que avanzaban con el mariscal. Y aún quedaban los que, intentando lavar sus culpas, estaba reuniendo el conde de Lerín en Puente la Reina”.
Hermoso conjunto de sin sentidos, el que proporciona el relato: Desde el ridículo calificativo de señores de la guerra hasta el de infantes, que nunca se los trató como tales y la mayor parte de ellos solo fueron capataces en el transporte de vituallas y bastimentos, y además obligados.
En cuanto a “gente de la tierra”, el calificativo se empleó el año 1522, y en concreto se aplicó a Ursua, Iturbide y Echaide, como explico en otro lugar. Si lo que se pretende es cuantificar mayor cantidad de navarros con los españoles que con el mariscal (hecho que no tendría extrañeza, pues ostentaban el poder), tendremos que pensar, que los citados señores aportaron tantos hombres de sus feudos, como los que vivían en ellos, dadas las cifras manejadas.
Las gentes (que no soldados) aportadas por cada uno de los citados, son falsas. Me voy a ceñir al caso de Martín de Ursua, con un documento de los consultados ya por Monteano. Se trata de un Memorial elevado por Martín de Ursua del año 1524 al virrey conde de Miranda (relatando méritos para ser admitido como capitán), en el que en ningún caso hace mención de cargos ni mando en tropas. La cifra de 200, solo la aporta en un caso en el que alardea de ser uno de los 200 baztaneses entre los que iba él. Y cuando menciona actos de sí mismo, lo hace mencionando a parientes y compañeros.
Es correcto el planteamiento de Monteano, al consignar que debido a las detenciones y destierros de navarros comprometidos, la sublevación de los navarros en 1516 fue imposible, como ya recogí yo, explicando el ambiente favorable generalizado que existía. No obstante lo cita como “sublevación agramontesa”. Y añade que a los españoles se unieron “las tropas baztanesas y salacencas de Ursua y Esparza”; tropas que, en significación de soldados o como tales de origen, no las tuvieron nunca.
Qué decir cuando afirma que “las tropas de Ursua y Esparza, encabezaban la vanguardia española”, o que “visto el panorama, los aezkoarras que acudían a unirse al mariscal, optaron por cambiar de bando y se unieron a los perseguidores. ¿Se puede pensar que lo hicieron libremente y por voluntad propia?
Las citas a Ursua y Esparza como capitanes son continuas. De cara al descerco de la fortaleza de San Juan en 1516, se dice que los salacencos de Esparza, pernoctaron en la fortaleza del Peñón, pues la nieve alcanzaba alturas que impedían caminar. Su cantidad sería ínfima, dada las posibilidades del fuerte, que en 1519 tenía una capacidad máxima de albergar 45 hombres y no estaba ni terminado ni apropiado.
En cuanto al “capitán” Ursua y sus baztaneses, Monteano recoge la versión novelada de un Memorial hecho por el propio Martín de Ursua y dirigido al conde de Miranda el año 1524, en el que Ursua sostuvo una versión muy similar a la que hizo el coronel Villalba durante el año de 1512, en ambos casos en forma de heroísmo épico y novelesco, pareciéndose el de Ursua al de Villalba como un plagio actualizado. El relato del coronel, escrito por Vicente Galbete, se halla en Príncipe de Viana, 1946, pp. 706-707, y el de Ursua lo recoge como veraz en todos sus términos, Monteano.
Una aclaración a las cuentas
Monteano se empeña en destacar el dinero invertido por los españoles en los gastos en Navarra,con una estimación de 625.000 libras navarras, las gastadas con cargo a financiar el gasto militar entre 1515 y 1517 y a partir de ahí añade, que el 60% pasó a ser de costo en las obras de fortificación.
Lo que obvia este planteamiento en 1ª premisa, es que las cuentas de gastos se presentaban desde el virreinato al rey, que le pagaba con puestos, gracias y mercedes. En 2º lugar los cargos públicos, se pagaron con dinero salido de las arcas navarras, además de satisfacer los graciosos “donativos”. En 3er lugar, Navarra no solo pagó su propia ocupación, sino que atendió las bulas para las conquistas de Italia y norte de África. Y en 4º lugar, los navarros trabajaron en situación de esclavos en la construcción de la fortaleza, acarreando piedra, cal, madera, carros, bestias, pienso y paja, además de sus personas. El virrey, al estilo romano, presentaba al rey las cuentas como hizo el Gran Capitán en Italia.
El despojo de la Iglesia nativa: “… hemos topado amigo Sancho …”
La clasificación de la Iglesia navarra como “mayoritariamente agramontesa”, y añadir que “a la altura de 1520, la renovación de importantes cargos eclesiásticos ofreció la oportunidad de despojar al clero legitimista de parte de su poder”, da un matiz de parte, fuera de su esencia. Sus órganos eran electivos, y defendían el status que vivían dentro del Estado navarro, tanto a nivel local, como general. El análisis de Monteano es totalmente negativo de una realidad, que se expresa en los hechos y que el autor lo ve como anormal.
Así lo expresa: “Las grandes dignidades eclesiásticas gozaban, además de un gran poder político y económico. de una enorme influencia social. Los monasterios contaban con importantes patrimonios, recibían cuantiosas rentas y muchas personas trabajaban sus propiedades. Además, gracias a sus facultades para nombrar párrocos y vicarios, el bajo clero de los pueblos solía estar vinculado a ellos. Por si fuera poco, la mayoría tenían asiento y voto en las Cortes de Navarra, cuyas sesiones presidían.
A comienzos del reinado de Carlos V las principales dignidades eclesiásticas navarras seguían siendo firmes partidarios de los reyes destronados. Los priores y abades de Urdazubi, Roncesvalles, Leire, La Oliva, Irantzu y el propio obispo, pero también más de la mitad del cabildo catedralicio, eran de tendencia agramontesa. Y corno la mayoría de ellos retenían la facultad de nombrar a sus sucesores, a los ojos de los españoles el sesgo político de la Iglesia navarra corría peligro de perpetuarse”.
Los monasterios navarros nombraban sus cargos, e incluso lo hacían de forma electiva entre ellos. Si se dieron casos de discrecionalidad parejas a la época, eso no era razón para que el sistema implantado entre el vaticano y el emperador para nombrar personajes extranjeros, a reserva de ambos, fuera sistema mejor, ni mas equitativo.
Y aún añade: “mientras en Pamplona se llegaba a las manos (¿de donde sale eso?) en Roma la diplomacia española trabajaba a destajo para conseguir que la elección de los canónigos no prosperara … no era caso fácil, pues los franceses se empleaban en imponer su candidato (¿quiénes y cuál?)”.
Al ocuparse el monasterio de Urdax, cita a don Juan de Orbara como “convencido agramontés … –y que la noticia de su nombramiento- cayó como una bomba en la corte española … las autoridades y nobles beamonteses del Baztán recabaron un informe …”, es una tergiversación total. Al relatar una novelada versión de la elección de obispo por los canónigos de la catedral de Pamplona, que en apretada votación, primero eligieron a Ramiro de Goñi, y ante el posible rechazo del emperador, votaron después por Tristán de Beaumont, se trató para Monteano de “la guerra por el control de Navarra, que se saldó con un tenso empate …”, entre los candidatos cuando la realidad es que no fue aceptado ni siquiera por ser beamontés, y prevaleció el contubernio de la Santa Sede (que nombró su candidato el italiano Cessarini) y el emperador que se reservó el derecho de aceptación. Antes de que fuera navarro, italiano.
Sobre la hacienda de Ramíriz de Baquedano
Asienta Monteano que en noviembre de 1520, que “las huestes agramontesas que participaron en la toma de Tordesillas …”, salieron de Navarra acompañadas de 600 infantes castellanos y 8 cañones. Si fue así, extraño que se titularan como huestes agramontesas, y los casos que tengo asentados, fueron a tenor de las promesas virreinales o de familiares castellanos, de recuperar sus bienes.
El caso de Remíriz de Baquedano señor de San Martín, es lo suficientemente llamativo. Acudió a luchar en Castilla contra las comunidades con unos cuantos vecinos de las Amézcoas que reclutó como mesnada propia, con la promesa del virrey de que le devolvería sus haciendas, que le fueron arrebatadas tras la conquista. Que 6 meses después tratara de recuperar su hacienda a falta de que le fuera devuelta cuando se levantó Navarra, lo ve Monteano como que “aprovechó la ocasión para desquitarse. Se presentó con hombres en Améscoa y se dispuso a recuperar por la fuerza las propiedades que años atrás le habían confiscado”. Para justicia de confiscación, la del emperador. Mas que desquite, no sería recuperar, o es que acaso ¿no se la quitaron por la fuerza?
Una visión de saqueo sin contra-partida equidistante
Destaca Monteano que en el avance de Asparrots (Lasparre) hacia Logroño, “según relatarían después los vecinos de la villa de los Arcos (entonces enclave castellano), los soldados violaron a las mujeres, saquearon las casas de la villa de Los Arcos y especialmente la iglesia, donde mataron a cuatro hombres e hirieron a mas de diez. Entre las tropas que tomaron Los Arcos, solo cita a la compañía del señor de Olloki, que se alojó en Torres Del Río. Choca esta exposición con el silencio que mantiene sobre la forma en que los españoles ocuparon la Baja Navarra, pero que fue hecha previa absolución obispal, a las violaciones y asesinatos que realizaran en los saqueo, perdonados antes de hacerlos.
Los partícipes en las tomas de Donibane Garazi (San Juan P de P) y el Peñón
La nómina de Barcelona de 30 de junio de 1519, entre los señores navarros que se manejan en el relato de Monteano, sólo recoge 3 capitanes como militares regulares de Navarra: Remón de Esparza, Miguel de Donamaría y Charles de Góngora, figurando dentro del ejército español. De cara a la reconquista de la fortaleza de San Juan, Monteano apunta que Donamaría contaba con 304 soldados reclutados entre Aoiz y Aezkoa, Mayo con 188 roncaleses y Ursua con 188 baztaneses. Las cifras provienen de memoriales auto-biográficos o de cuentas presentadas al cobro, lo que carece de un contraste serio de fuentes, y no ofrece credibilidad ninguna. Los citados, resultarían ser los capitanes españoles con mas soldados bajo su mando.
En el caso del “capitán” Ursua, la falsedad cae por su peso; ni era capitán de tropa ni tuvo capacidad personal para reunir semejantes cifras ni parecidas. Al mes siguiente, se hallaba en los campos de Bertizarana reclutando gentes en apoyo del capitán oficial, Calvillo Perochet, que pretendía juntarlas para acudir al sitiado fuerte de Fuenterrabía, con grandes dificultades para formar una pequeña partida. En cuanto a Mayo, si no recuerdo mal, era un alguacil extranjero.
En la ofensiva contra San Juan de Pie de Puerto de agosto de 1521, la dirigió Luis de Beaumont, al frente de 3.000 soldados castellanos de la infantería vieja, 400 jinetes y abundante material de asalto. Con él se cita también al capitán Esparza, y a los señores de Ureta y Mendinueta, con una aportación de 600 hombres movilizados. A lo sumo un número inferior y de personas, las que pusieron carros y ganados para el transporte y los acompañaron para no arriesgarse a que no se les devolviera. Se ve pues claramente, que es documentación falseada (por quien fuera), la que otorga a cada señor navarro la capacidad de mando sobre 200 hombres.
Alrededor de la toma de Amaiur
No voy a entrar en los análisis de las “cartas de Maya”, que ya lo hice en ni libro anterior, pero sí anotar que en sus criterios se arrojan errores de bulto, hablando de enemistades de Juan de Aguerre con el rey Enrique, de posicionamientos de Belaz, de la situación en Maldaerreka (ignora el exilio de Aguerre), su parentesco con don Joan de Agorreta y su derecho a dicha casa y señorío, etc., mostrando en conjunto, mucha confusión en el tema de las cuestiones en la defensa del Bidasoa.
Tampoco puedo abusar del espacio para rebatir con datos lo ocurrido en los alistamientos de la merindad de Sangüesa y las movilizaciones ordenadas desde el virrey como capitán general, involucrando a la población: “A la nobleza beamontesa se le encomendó la movilización de las milicias locales de las merindades de Pamplona y Sangüesa”. No conozco que existiera un órgano beamontés con esa función, y las convocatorias fueron por órdenes virreinales exigidas a pueblos, valles y señores.
Monteano describe su versión, de cara a los navarros que dice, acudieron a Amaiur: “El volumen de las tropas navarras que marchaban contra Amaiur, justifica sobradamente que denominemos a ese ejército como hispano-beamontés. Entre los mas de 2.300 infantes navarros movilizados destacaban los 250 roncaleses al mando del comisario Alvear, que se ocupaban del transporte de la artillería. También importantes eran los contingentes de Aóiz y Longida (185 hombres) que encabezaba el capitán Donamaria, los de tierra de Sangüesa (177) comandados por el teniente de merino López de Ayesa, los de la Cuenca de Pamplona (150) dirigidos por Lizoasoain o los de los valles de Guesálaz, Yerri y Mendigorría (150) que capitaneaba el señor de Sarria. Provenientes de la Navarra cantábrica, el señor de Andueza dirigía a los de Larraun, Araitz y Leitzaran (138) mientras que el señor de Arbizu hacía lo mismo con los de Burunda y Arakil (108)”.
El documento aludido explicita en su texto: “Nómina entregada a Rena por el virrey, conde de Miranda, conteniendo los sueldos de los capitanes y señores navarros que se ocuparon del servicio de la toma del castillo de Maya, para que con ellos socorran a la gente navarra de la tierras de sus capitanías que traen a su cargo en servicio de Su Majestad …”.
La capacidad de tropas españolas estantes en Navarra, da suficiente margen para dar a suponer que los navarros no fueron como infantes, sino como carreteros con las mercancías, alimentos ropajes y demás utensilios necesarios para tal número de tropa, en el servicio de la toma del castillo de Maya, es decir, prestación de animales, carros, transporte de vituallas, comidas, etc. Hemos de tener en cuenta, que estamos hablando de cerca de 10.000 soldados del emperador y a los naturales se les necesitó de acarreadores. ¿Quién iba a arriesgarse de dejar sus carros y ganados, sin asegurarse de que volverían?
Para el transporte de la artillería y la munición, además de para acarrear los suministros y las escalas de asalto, se obligó a los pueblos riberos lindantes con las Bardenas a aportar tres docenas de carretas y a los pueblos de ambas cuencas y de Sakana a acudir con medio millar de bueyes.
El mismo Monteano reconoce las dificultades de alistamiento: “las resistencias de los pueblos a aportarlos -afirma Monteano-, … fueron muy grandes. Para obligarles, el virrey hubo de enviar comisarios acompañados de soldados, repetir varias veces sus requerimientos y amenazó con cuantiosas multas. Aun así, varios jurados de los pueblos prefirieron terminar con sus huesos en la cárcel”.
En esta situación, mantener que “el ejército hispano-beaumontés avanzaba lentamente y el día 11 de julio su vanguardia llegaba a Berroeta y Ziga … Ursua y los Iturbide habían partido de Doneztebe con 700 hombres obligando a los legitimistas a abandonar sus posiciones en Bertiz, Ziga y Elizondo y ocupando Irurita y Arraioz … los legitimistas atrincherados en Amaiur y Urdazubi … sabían que la mayoría del ejército eran beamonteses y algunos agramonteses de la Cuenca de Pamplona movilizados forzadamente …”, es insultar a la inteligencia.
Tras la toma de la fortaleza de Amaiur, la contextualización de hechos y motivos por Monteano, sigue miopizada sobre quienes ni existen ni cuentan en otra cosa que no sea la obediencia a las órdenes militares del emperador: “los soldados hispano-navarros … la milicias navarras … la promesa de los beamonteses navarros baztaneses de desfortificar la fortaleza …”, falsean la veracidad del relato.