Me refiero a los programas electorales basados en la ruptura de la unidad de España tanto de forma directa y sin ambages como mediante el subterfugio del concierto económico que haría sencillamente inviable el actual Estado democrático. Si se pretendiera reproducir en Cataluña, con un peso en el PIB prácticamente el triple que el del Pais Vasco, el esquema foral de la negociación de un cupo para pagar por los servicios que recibe del Estado, quedándose la Generalitat con el resto de los tributos recaudados, los conceptos de solidaridad, ordenación territorial o equilibrio interregional saltarían por los aires.
El Concierto vasco es una antigualla, una rémora, una injusta hipoteca de la Historia que debería quedar engullida por una futura armonización fiscal dentro de la Unión Europea, en ningún caso un ejemplo a imitar y menos por una comunidad del peso de Cataluña. No habrá nunca un gobierno español dispuesto a tan siquiera sentarse a negociar ese planteamiento e insistir sobre ello sólo servirá para que crezca el clamor instando a PP y PSOE a modificar la Ley Electoral para que se ponga fin a la sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados.
Se trata de algo tan inviable en la práctica como la propia independencia de Cataluña, una quimera que durante siglos ha ido cristalizando en sucesivos conflictos que ante todo han supuesto graves fracturas, guerras civiles incluso, en el seno de la propia sociedad catalana. Ya sabemos como se zanjaron siempre esos intentos secesionistas. Ahora volvería a ocurrir lo mismo sólo que sin bombardeos ni tanques en las calles. Bastaría una nota de prensa de la Unión Europea seguida de una declaración del departamento de Estado en Washington.