“Desde la independencia nos entenderíamos mejor con España”

El revuelo que ha levantado la anécdota ocurrida en la rueda de prensa de la selección española entre Sergio Ramos, Piqué y un periodista de TV3, es buena muestra de hasta qué punto las tensiones nacionalistas están a flor de piel. Y más aún con la marejada de fondo de un proceso electoral en Cataluña en el que los independentistas se presentan fragmentados, donde CIU cree que sacará partido de esas discrepancias, donde el PSC ha optado por hacer un esfuerzo integrador para que los socialistas catalanistas no mostrasen abiertamente su descontento y donde el PP no parece tener mucho margen de mejora.

Pero más allá de los movimientos electoralistas y de los intentos de sacar réditos en las urnas agitando las banderas, lo cierto es que, señala Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación, “el desafecto hacia España está aumentando en Cataluña, en gran medida como consecuencia de la incomprensión de las propuestas catalanas. Una parte de la sociedad ha interiorizado este desafecto como la constatación de que la España inclusiva, plural y abierta no es finalmente posible”. Una conclusión que Gutiérrez-Rubí atribuye a las consecuencias que ha traído “el largo y penoso tránsito del Estatut”. Coincide Miquel Iceta, portavoz del PSC en el Parlament, en señalar a la sentencia del Tribunal Constitucional como causa última de ese malestar flotante. “Modificar un texto que había sido sometido a referéndum de los ciudadanos catalanes, casi cuatro años después de su aprobación, con un Tribunal incompleto y con magistrados cuyo mandato se había prolongado de forma anómala, no ha ayudado mucho. Desde Cataluña se percibe una tensión recentralizadora y poco respetuosa con la realidad plural de España”.

Sin embargo, los problemas alcanzan más allá de la mera reclamación estatutaria. Parte del catalanismo ha entendido que las deficiencias en los servicios públicos o la falta de recursos para inversión han venido provocados por una negativa española a aportar los fondos necesarios. El catalán enfadado, prototipo de quienes habrían virado hacia el independentismo, clamaría contra España por esa escasa aportación del Estado.

Para Salvador Cardús, decano de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, el asunto va más allá, en tanto el problema real sería “el expolio que supone la detracción de un 10% del PIB que no regresa a Cataluña, una cantidad sin comparación con ninguno de los países de estructura compleja (Alemania, Estados Unidos…)”. Para Cardús, estaríamos ante un hecho que evidenciaría que “España ya no cree en su estructura autonómica como base para el autogobierno de los territorios con una realidad nacional distinta. España ahora es víctima de la estratagema del café para todos, que creó quince estructuras inútiles e ineficientes para dar respuesta a tres o cuatro cuestiones nacionales”.

Sobre este telón de descontento, con una situación de crisis que no parece cesar, y sin señales que nos hagan pensar en una solución de los problemas a corto plazo, es inevitable que las tensiones territoriales cobren un primer plano en la discusión electoral. Para Gutiérrez-Rubí, “parte del debate político se planteará acerca del Estatut y de si se puede seguir negociando y acordando lo pendiente pero ya pactado y votado, o si bien hay que buscar otros caminos”. En ese sentido, Cardús, autor de El camí de la independencia (Ed. La Campana) se une a quienes piensan que Cataluña tiene mejor futuro fuera de España. “A estas alturas, la única manera de entenderse sería a partir de una fórmula que reconociera la igualdad en dignidad nacional de españoles y catalanes. Puede parecer una boutade, pero lo digo seriamente: con una Cataluña independiente sería más fácil -pasado el disgusto- restablecer un marco de profundo entendimiento entre Cataluña y España, como correspondería entre territorios históricamente muy vinculados y con intereses económicos comunes, siempre en el contexto de un fuerte proyecto europeo común”.

El independentismo ya no es antiespañol

Para Cardús, la novedad en Cataluña consiste en que “el independentismo ya no es fundamentalmente antiespañol, no es reactivo, no es fruto de un ensimismamiento, sino que avanza en una formulación de proyecto de progreso y con voluntad de protagonizar los futuros cauces de interdependencia con el resto del mundo”.

Esta perspectiva suele ser refutada argumentado que tales cuestiones son falsas, en la medida en que al ciudadano de a pie no le interesan las discusiones nacionalistas. La mayoría de la gente estaría preocupada por mejorar su vida, por conseguir o por conservar el puesto de trabajo, y por ir solucionando los problemas cotidianos. Según esta lectura, el ciudadano común está cansado de todas estas polémicas identitarias, instigadas por políticos muy alejados de la realidad y que no estarían consiguiendo más que el alejamiento masivo de la población de las urnas.

Gutiérrez-Rubí niega esta visión argumentando que el sentimiento nacional está muy presente en la vida de la gente. “Puedes negar la realidad, pero hay ciudadanos que sienten que su nación es la catalana. Ignorarlo es un grave problema”. Y si bien Iceta reconoce que las preocupaciones ciudadanas están fundamentalmente centradas en la situación económica y social, “no debe olvidarse que un mayor autogobierno y una mejor financiación contribuyen a mejorar la situación económica y social de Cataluña. Y tampoco debe infravalorarse la sensación de agresión y agravio que tienen muchos catalanes cuando perciben que Cataluña no está siendo ni respetada ni tratada justamente”.

De modo que, aun cuando la crisis vaya a ser un asunto vital en las elecciones, las relaciones Cataluña – España continuarán siendo el tema central. Así, mientras los independentistas argumentan ante su electorado que la separación sería económicamente beneficiosa y que les permitiría desarrollarse mucho más rápidamente, los partidos nacionales tienden a señalar las gravosas consecuencias de la ruptura. Según Cardús, recurriendo al miedo: “socialistas y populares han puesto casi todos los focos en la cuestión de la relación Cataluña-España, con el argumento de ser los únicos garantes de la unión y recurriendo a los miedos de una fragmentación social y de una reacción violenta por parte de España ante un proceso democrático de independencia, como ha advertido recientemente el ministro Corbacho”.

No obstante, señala Iceta, esta tensión no alcanza las cotas que los partidos nacionalistas le atribuyen. Estamos mucho más ante un malestar causado por circunstancias concretas que ante un problema irresoluble. “Yo no creo que exista en Cataluña la sensación que formar parte de España sea perjudicial. Lo que sí sucede es que actitudes poco respetuosas hacia Cataluña generan tensiones innecesarias”. Para solucionar las cosas, “bastaría con que el Estatuto se desarrollase en plenitud, que el funcionamiento del Estado de las Autonomías vaya adecuándose a pautas federales y que la derecha española reconozca la pluralidad de los pueblos de España”. En todo caso, estamos ante el primer asalto, el de la influencia de la relación con España en las elecciones catalanas; una vez celebradas estas, toca ver las cosas desde la perspectiva inversa, el de la influencia de Cataluña en las elecciones generales, y más aún en la medida en que las cuestiones territoriales se han convertido en esenciales en la política de los últimos años.

El Confidencial