Colección Haria Bilduma 04 La batalla de San Marcial
El origen festivo del Alarde de Irun en dos versiones
Siempre se ha dicho que la Historia la escriben los vencedores. En pocas ocasiones se podrá aplicar con mayor acierto esta sentencia. El problema sucede un poco más tarde cuando los vencidos, que mantienen con dignidad la memoria de su derrota, intentan desmontar la trama urdida por quienes triunfaron, escrita por sus escribanos a sueldo. Se abre el debate y cada parte, en la correspondiente etapa histórica, manifiesta su propia visión y recepción del hecho histórico.
Pues bien, lo dicho en el párrafo anterior tiene un importante excepción en el caso de la llamada “Batalla de San Marcial”, mejor “Batalla del monte Aldabe”, junto a Irún en junio de 1522. En este caso ha sucedido, como es normal, que los vencedores han presentado su modo de ver e interpretar el hecho histórico, pero que, para nuestra desgracia, los vencidos no sólo no han tenido la capacidad crítica de ponerlo en cuestión, sino que lo han aceptado de arriba abajo, y para colmo lo celebran todos los años con una fiesta en la que parece que les va “la vida y el honor”.
El último trabajo de Esarte Muniain tiene el acierto de presentar, en primer lugar, la versión de los vencedores, aceptada sin rechistar por la sociedad en la que se desarrollaron los hechos; para luego plantear las conclusiones a las que él ha llegado tras largos años de investigación y estudio y que quedaron plasmadas fundamentalmente en su obra magna “Navarra, 1512-1530. Conquista, ocupación y sometimiento militar, civil y eclesiástico” (Pamplona-Iruñea 2001).
La versión de los vencedores la ofrece a través de un conspicuo “intelectual orgánico” de los Austrias, de Felipe II, guipuzcoano de origen por más señas: Esteban de Garibay y Zamalloa (Arrasate, 1533 – Madrid 1600). Fue, efectivamente cronista oficial de Felipe II de 1592 a 1594 en que tuvo que cesar toda actividad como consecuencia de un ataque de apoplejía. Garibay en su “Compendio historial…” (Bruselas 1571), realiza perfectamente su tarea de tergiversador de los hechos. Su interpretación responde punto por punto a la narración que desde Fernando “el Católico”, para unos o “el Falsario” para otros, se construyó para justificar la ocupación española del reino de Navarra en 1512.
En esa narración se silencia en todo lo que los hechos permiten la presencia del sujeto político que era Navarra. La invasión es justificada por su connivencia con Francia y por la oposición de ésta al papado por sus intereses en Italia, opuesto a los de los monarcas españoles. Desde el principio de la narración se presenta como una guerra de “España contra Francia” y esta visión se mantiene hasta el final de la conquista. Para fechar este hecho se puede dar la de la capitulación del castillo de Hondarribia a principios de 1524.
En este comentario no quiero entrar a resumir ni la versión oficial española, que sigue a Garibay, ni la versión de los hechos documentados presentada por Esarte y basada en muchos años de estudio e investigación. En ella, Pedro Esarte desmonta, entre otras cosas, la pretensión española de que fue la propia población guipuzcoana de modo voluntario la que se enfrentó a las tropas ocupantes francesas.
Realmente, como era sabido y demuestra Esarte, las supuestas tropas francesas eran en realidad fuerzas al servicio de Navarra en su intento de recuperación de la soberanía del reino arrebatada por Castilla a partir de 1512 y en la que luchaban, además de navarros, gascones, franceses (recordemos que el rey de Francia Francisco I apoyaba esta campaña), lansquenetes alemanes y otros mercenarios. Los historiadores al servicio de España siempre han presentado los hechos como una guerra contra Francia con el objetivo claro de invisibilizar la realidad de Navarra. Para escamotear la conquista y ocupación ocultan su existencia. En sus textos parece que, en aquel momento, Navarra no existía como sujeto político. En el bando contrario, que servía a los intereses españoles, los naturales que participaban, como tantos de otras tierras, eran esbirros y lo hacían de forma mercenaria, como soldados a sueldo, como presenta con claridad este trabajo.
Lo más triste de todo este asunto, como ya he indicado antes, resulta de la aceptación y celebración correspondiente con la que siguen festejando, año tras año en el conocido Alarde de Irun, este hecho tan desgraciado para nuestro país. Es celebrar la ocupación y el sometimiento, es festejar la dominación y minoración. Es borrar de un plumazo la memoria histórica de una conquista que fue letal para el porvenir de Euskal Herria y, por lo mismo, falsear la versión real de la historia de una ocupación cuyas consecuencias están, a día de hoy, más vivas que nunca.
Luis Mª Mtz Garate