¿Europa, xenófoba?

En toda Europa ganan terreno los partidos políticos contrarios a la inmigración. Cabe mencionar el referéndum suizo contra la construcción de minaretes, el voto francés contra el burka, el repentino y agrio debate nacional en Alemania provocado por los puntos de vista de Thilo Sarrazin, conocido político socialdemócrata… En Dinamarca, Noruega y los Países Bajos tales partidos han entrado en los respectivos parlamentos, cosa que acaban de hacer asimismo en Suecia. En Hungría han ganado las últimas elecciones. Aunque ciertas formaciones de esta naturaleza pueden presentar un tamaño reducido y representar entre el 5% y el 10% de los votos, su influencia en el marco de un sistema democrático parlamentario es considerable. En otros lugares como Suiza, los Países Bajos y Noruega estos partidos han registrado destacados avances. En Italia, la Liga Norte ha resaltado últimamente como factor político clave mientras declina la suerte de Berlusconi.

Se trata de una larga lista todavía incompleta porque otros partidos destacados han procedido en la misma dirección, si bien en menor medida. ¿Es que la Europa abierta y liberal se ha vuelto intolerante de la noche a la mañana? La respuesta concisa es que no, pues se trata de una cuestión mucho más complicada. Cabe preguntar si tales fuerzas contrarias a la inmigración son derechistas o, incluso, neofascistas. La mayoría son populistas más que derechistas en sentido estricto y el respaldo que tienen procede sobre todo de la clase trabajadora y de la izquierda en casos como Italia y Escandinavia.

Millones de inmigrantes afluyeron en dirección a Europa en los años 60 y 70, siendo bienvenidos en razón de las necesidades de la industria y los servicios públicos; alemanes y franceses no querían seguir barriendo las calles. Pero nunca la sociedad fue consultada al respecto y las autoridades dieron más o menos por sentado que buena parte de los inmigrantes retornaría tarde o temprano a sus países de origen. Los inmigrantes europeos, de hecho, regresaron; italianos, portugueses, polacos en Gran Bretaña, como también numerosos yugoslavos. Sin embargo, los inmigrantes de ultramar, los musulmanes y de África negra, no volvieron.

Algunas comunidades musulmanas desearon integrarse y abrazar los valores y el estilo de vida de Europa. Pero muchas otras no quisieron avanzar por esta vía y surgieron sociedades paralelas. En Berlín no hace falta saber alemán pues se encuentra de todo en turco, desde una comadrona hasta una funeraria. En muchas guarderías y escuelas apenas se ven niños de procedencia autóctona. Sólo hay empleo para quienes tienen buena formación.

Este problema, grave de por sí, se ha visto agravado por la crisis económica. Si el índice de paro en Berlín es del 14%, entre la comunidad musulmana es el doble, y lo propio puede aplicarse a Gran Bretaña y Escandinavia. Y aún es más elevado entre los jóvenes que no han finalizado sus estudios (de ahí su mayor grado de radicalismo islamista). Dependen de los subsidios sociales, situación que igualmente cabe aplicarse en el caso de las mujeres musulmanas casadas que pertenecen a familias de orientación ortodoxa en cuyo seno no se les permite trabajar fuera de casa. Ello choca con la reducción presupuestaria en toda Europa y con la falta de vivienda. Como el índice de natalidad entre las comunidades inmigrantes es mayor que el de la población autóctona, crece la competencia en pos del subsidio de paro y otras ayudas sociales además de aumentar asimismo el resquemor contra los recién llegados.

¿Es islamofobia? Los gitanos no son musulmanes, pero igualmente han sido deportados de Francia. Se ha tratado de una medida ilegal por parte de Nicolas Sarkozy, pues son ciudadanos europeos y deben ser tratados con arreglo a su condición. Sin embargo, si Francia pidiera a los demás socios comunitarios que aceptaran su cuota de población gitana en su suelo, se produciría un silencio ensordecedor, sobre todo en el caso de sus países de origen como Rumanía, Eslovaquia y Hungría. La UE no se mostró siquiera dispuesta a aumentar la ayuda económica para sufragar proyectos destinados a contribuir a solucionar los problemas sociales de la población gitana, sobre todo en el campo educativo.

No debería suscitar sorpresa la ola de talante antiinmigratorio en Europa: lo sorprendente es que no se produjera antes. Pero los partidos antiinmigración no poseen fórmulas mágicas para solucionar la crisis. Antes de estas últimas elecciones en Suecia, el líder de Demócratas de Suecia, el partido contrario a la inmigración, clavó un manifiesto de 99 propuestas en la puerta del Parlamento sueco, a imagen y semejanza de las 95 tesis de Lutero contra la Iglesia y la autoridad del Papa en 1517. Pero las propuestas de signo razonable han sido aceptadas por los otros principales partidos, en tanto que las que no lo son tampoco poseen sentido práctico.

Dado el bajo índice de natalidad en Europa, el continente necesita nuevos inmigrantes para que su economía siga funcionando y para mantener sus niveles de vida y sus servicios sociales. Necesita mano de obra técnicamente cualificada, no inmigrantes apenas alfabetizados o que deban ser ayudados por el gobierno desde el primer día. ¿Dónde hallar a los candidatos ideales? No hacen cola en espera de poder emigrar a Europa. Prefieren sus países de origen, donde se aprecia una creciente necesidad de sus servicios, o EE. UU. Numerosos países de Europa protagonizan hoy un gran debate sobre la cuestión, pero hasta la fecha no se han propuesto soluciones convincentes ni parece que vayan a proponerse en breve plazo.

WALTER LAQUEUR, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicosde Washington.

Publicaado por La Vanguardia-k argitaratua