Comentaba un amigo este verano lo bonita de la puesta de sol con la luna menguando al sur. ¡Imposible! Dije. A esas horas, en esa posición y con forma de D, está en creciente. Blanco y en botella: leche. Su cerebro la veía al revés.
Este órgano juega sucio con nosotros, muy a menudo. Pasamos un 30% de nuestra vigilia totalmente idos, los errores son abundantes y la alucinación no es rara. Sin embargo, convencidos de su infalibilidad, llegamos a decir “lo ví con mis propios ojos”, como prueba irrefutable.
Aparentemente nos movemos a golpe de voluntariedad, andamos, corremos, descansamos, vamos a misa, fumamos,… porque queremos. Nuestros (¿nuestros?) músculos se limitan a cumplir nuestros propósitos. Aparentemente.
Fumar es un placer, al parecer. Por ello fumamos. Un placer para los sometidos a sus leyes, a las tremendas y dictatoriales leyes de la drogodependencia. Desconozco sapiens (¿sapiens?) alguno que, ante su primera bocanada de humo, sea capaz de confirmar la aseveración del titulo de este panfleto.
El cerebro es una estructura biológica bastante original, capaz de pasar del amor al odio o del total rechazo a la total dependencia en un “tris”. Esta dualidad, YO-Cerebro, es muy curiosa ya que, a veces, a menudo, se difuminan entre si. La jerarquizacion entre ambos es cambiante, plástica, irracional.
Fumar es un placer, un placer para el enganchado, como lo es para el heroinómano, patxaroinómano, violadornómano o psicópata asesino. Es la forma, mediante la cual, se tranquiliza a este ahora autónomo cerebro; incapaz de seguir las recomendaciones que le dictan las enseñanzas evolutivas. Se acaba de crear algo parecido a una fobia, una filia, fruto de la propia experiencia, de la de los demás, de ambas a la vez. Somos capaces de almacenar dentro de la calota una información peligrosa y dañina como beneficiosa, información de la que costará desprenderse en el momento en que el Yo sea capaz de imponerse, asumir el mando y racionalizar la situación.
Fumar es un placer. De acuerdo. También lo es el follar…. Sin embargo, algo tan natural e imprescindible para la supervivencia de la especie esta regulado por medio de leyes, escritas o no, que evitan los lugares públicos; sin tener en cuenta que, mediante dicho acto, el peligro de preñez colateral es nulo y la emisión de contaminantes ridícula.
Fumar es un placer, bien. Pero para el fumador, que de ahí ha pasado a exigir sus “derechos” como tal. Vale, hablemos y respetemos entonces los derechos de todos los enganchados, pederastas incluidos. ¿Por qué no? Hablemos claro, el fumador es un drogadicto (en el sentido literal, no cultural). El tabaco una droga (y un veneno) y sus regulaciones legales debieran partir de dichos hechos. Somos libres de suicidarnos como queramos, incluso a plazos como es el caso; pero sin salpicar al prójimo, sin suicidar al resto.
Recuerdo con nostalgia la década de los 70 del pasado siglo. La situación era típica: un autobús repleto de gente. Invierno y una “humarrera” que impedía distinguir al conductor. Uno, que se ahogaba, no tenía mas remedio que abrir la ventana (antes las había) con la perversa intención de escapar del incendio. Eso me convertía automáticamente en un desconsiderado, un autentico carbón, un egoísta patológico que solo pensaba en sí mismo. Por supuesto, los fumadores que provocaban tal situación no lo eran, debían de estar ejerciendo sus famosos derechos.
Fumar es un placer, para ti, no para mí; y ni puta gracia me hace el fumar contigo por mucho que me salga “gratis” cada vez que lo haces en un lugar cerrado, público o privado. No pretendo que dejes de fumar; por mí, como si te tiras de la torre de San Miguel (mientras no pase nadie por debajo). Solo pretendo algo tan sencillo (incauto de mi) como revindicar que el derecho a un aire no viciado dentro de lugares cerrados sea de rango superior al supuesto derecho adquirido por el fumador de hacerlo donde, cuando y como se lo exija su adicción. Hasta Perogrullo firmaría.
Como muestra un botón: Casa de fumador. En un momento dado nos encontramos dos personas en la sala, ninguna es la dueña. La otra está enganchada al ordenador con una especie de juego y sus correspondientes ruidillos, “biip, cliin, craas…”.Pasado un rato, dándose cuenta que podría resultar un incordio, me pregunta: ¿te molesta el ruido? Mi respuesta salida del “alma” fue: “lo que me molesta es el humo, pero eso no me has preguntado”. Por supuesto ni me lo preguntó y siguió tan pitxi. Si estos son mis amigos, ¿Qué no harían mis enemigos?
Y un ojal. En mi casa, declarada por mí y unilateralmente como lugar libre de fumadores en donde si alguien no se puede aguantar tiene dos opciones, el balcón o la “puta calle”. Una visita. Es fumador. Le comento la situación y comienzan 4 interminables horas de absurda discusión en donde, ¡cómo no!, soy tachado de intransigente, dictatorial, perverso “hijoputa”, talibán, y bla bla bla. Cree el ladrón que todos son de su condición, pero aviso: si es necesario estoy dispuesto a asumir dichos papeles.
Construir absurdos es sencillo, la biología facilita ese proceso. Disolverlos es más complicado, la dependencia de la impronta cultural lo dificulta. Y si en algo es hábil el Memo (a bastanza) sapiens (ma non troppo) es en el arte de la auto justificación, cuando el cuerpo calloso asume el mando y relega al YO racional al mas oscuro lugar de la zona mamilar.
¿Cuando se ha empezado a respetar el “paso de cebra” de forma generalizada y sin excepciones?
Cuando no hemos tenido mas remedio que evitar la rotura del cárter de nuestro amado coche por culpa de los pasos de cebra sobreelevados (malditos peatones..!). Paradigmático.
Mas de 50 años hablando, dialogando, argumentando,…y ni un solo avance. ¿Será acaso mi pésima oratoria?
Se impone el mando, ordeno y hago saber en forma de ley pues es, al parecer, el único idioma que entendemos: palo y tentetieso. Una auténtica pena.
El placer es mío. Salud.
Iñaxio Iriarte y Martinez de Rituerto