Turquía y la geopolítica mundial

LA geopolítica mundial discurre en distintos niveles interrelacionados. Hay un primer nivel, el Gran Juego, en el que sólo unos pocos Estados cuentan y cuyos representantes tienen garantizado un sillón en la mesa de negociación. Es aquí donde las grandes potencias se encuentran en su medio y donde se dirimen los grandes asuntos de la política mundial. Además de este gran tablero de ajedrez, en un nivel más bajo, se superponen otros tableros regionales. Cada región es una zona del planeta con cierta autonomía derivada de su geografía, cultura y relaciones históricas entre los pueblos que la forman. En cada región hay una o más potencias regionales que mantienen el orden y gestionan los conflictos menores. La condición para ser una potencia regional es no discutir la primacía de las grandes potencias, en particular la de la potencia dominante: EE.UU.

Todas las grandes potencias tienen intereses en más de una región y son capaces de desplegar su poder en ellas. Sin embargo, después de la Guerra Fría, sólo una, EE.UU., tiene intereses globales y los defiende en todas y cada una de las regiones. Para mantener su hegemonía, su primacía sobre todas las demás, EE.UU. precisa de aliados fuertes y fieles en cada una de las regiones. Estas potencias regionales aliadas son Alemania y Reino Unido en Europa, México y Colombia en América, Japón en el sudeste asiático, Israel, Turquía y Arabia Saudí en el complicado Oriente Próximo. Por su parte, África es una región muy compleja en la que EE.UU. debe compartir influencia con la de las antiguas potencias coloniales (Reino Unido y Francia, pero también Bélgica, Portugal, Holanda y, crecientemente, China).

Mientras las cosas sigan así, con una potencia global liderando a un pequeño número de grandes potencias que controlan el gran tablero, y mientras sus potencias regionales asociadas no discutan el orden establecido, continuará la primacía norteamericana. Sin embargo, también existen potencias regionales, por su capacidad de influir en una región, pero que no son aliadas exclusivas de EE.UU. En este caso se trata de potencias que no comparten algunos intereses norteamericanos o que discuten abiertamente el predominio de los EE.UU. Son Estados muy peligrosos para EE.UU. porque rompen la naturalidad de su dominio y abren el debate sobre la manera de gobernar el mundo. Sucede con Brasil o Venezuela en América; con China, India y Corea del Norte en el sudeste asiático; en Europa sucedió con Francia antes de la llegada de Sarkozy al poder; y en Oriente Próximo sucedía con Irán y con Irak. Invadido Irak, ya sólo Irán tiene el potencial de cuestionar el orden estadounidense en la región. Además, controlar estos países (y Afganistán) le permitiría a EE.UU. limitar el alcance de la influencia rusa, china o india en Asia Central.

Por este motivo, Washington ha redoblado las presiones para aislar a Irán y ha continuado creando bases militares en toda Asia. En este caso no hay ningún asunto regional en juego, sino el propio Gran Juego, la jerarquía entre las grandes potencias. EE.UU. trata de controlar los países que permitirían conectar directamente a las potencias que se resisten a aceptar su primacía: Rusia, China e India. En esta maniobra es decisivo evitar que el petróleo y el gas de Asia Central puedan ir a China e India. También es crucial evitar el monopolio ruso del transporte de estos productos, gracias a sus oleoductos y gasoductos. Las alternativas sólo son dos: Turquía o Irán.

Turquía ha sido desde hace décadas un valioso y leal aliado de EE.UU., socio de la OTAN y, gracias a las presiones de EE.UU., candidato a miembro de la UE. Cualquier alternativa para sacar el gas de Asia Central sin que sea controlado por Rusia debe pasar por Turquía, ya que Irán no es un país pro-occidental. Ello le convierte en un socio estratégico e imprescindible en la región. También las bases turcas fueron decisivas en la invasión de Irak. Además, era uno de los pocos países de mayoría islámica que mantenían buenas relaciones con Israel. De este modo, Turquía constituye una pieza clave en el orden geopolítico mundial.

Sin embargo, se trata de un equilibrio regional delicado que está sometido cada vez a más problemas. En primer lugar, Turquía, pese a ser reconocida como candidata para entrar en la UE, en el fondo no es considerada como un país europeo y occidental. Diversos líderes europeos han manifestado abiertamente que no aceptarán a Turquía dentro de la UE e incluso el Gobierno francés avisó de que, si sigue el proceso adelante, someterían su inclusión a referéndum, sabiendo que la gran mayoría de franceses votarán en contra. Esto, evidentemente, ha sido considerado en Turquía una humillación y son muchos los intelectuales turcos que abogan por olvidarse de Occidente y redefinir sus prioridades políticas y su política exterior para centrarla en extender su influencia en Asia Central, donde muchas de sus repúblicas han estado históricamente muy vinculadas con el idioma y la cultura turca.

En segundo lugar, la tradicional buena relación entre Turquía e Israel se ha visto seriamente comprometida en las últimas semanas. El asalto israelí a la Flotilla de la Libertad terminó con la muerte de varios ciudadanos turcos, lo que ha indignado a la opinión pública. Aunque Turquía sea formalmente un Estado laico, la gran mayoría de su población es islámica y se sienten mucho más próximos a los palestinos que a los israelíes. En el fondo, más que sorprendernos por esta reacción en contra de Israel, habría que haber valorado en su justa medida la política exterior turca anterior.

En tercer lugar, hay que destacar el último movimiento del Gobierno turco, islamista moderado, que se ha acercado mucho a Irán. El hecho del acercamiento a Irán justo a la vez que el alejamiento con respecto a Israel ha alarmado a EE.UU. Ha sido tal la amenaza a sus intereses en la región, y al orden mundial, como se ha visto antes; que el Gobierno de Obama no ha renunciado incluso a las amenazas. Washington ha avisado a Ankara que, de no terminar su acercamiento a Irán y reconciliarse con Israel, dejará de venderle las armas tecnológicamente avanzadas que le habían permitido convertirse en una potencia regional y combatir a las milicias kurdas.

Es significativa la dureza que EE.UU. ha empleado con un socio tan fiel como Turquía, lo que demuestra la importancia de los intereses en juego. También hay que señalar que, cuando más sólo se quedó EE.UU. en su invasión de Irak, con muchos países europeos cuestionando los medios y los fines del Gobierno de Bush, Turquía fue un aliado imprescindible al permitir operar desde las bases en su territorio y a través de su espacio aéreo. EE.UU. tuvo muchos problemas con Turquía cuando ofreció a los kurdos iraquíes una autonomía, ya que Ankara temía, y lo sigue haciendo, que esto sea la primera etapa hacia la creación de un Estado kurdo al que probablemente querrán sumarse los kurdos de Turquía.

En definitiva, Turquía no ha sufrido más que humillaciones y reveses por parte de sus Occidente. No se siente aceptada como un igual por Europa ni suficientemente reconocida por EE.UU. en asuntos centrales de su agenda. Su mayoría islámica, reprimida por el sistema militar que impuso la cáscara democrática a lo que aun es en gran medida un régimen semi-autoritario, demanda un mayor acercamiento al mundo árabe y una mayor crítica de las políticas occidentales. Desde este punto de vista, el cambio de Turquía expresa mejor los valores y demandas populares que la anterior política exterior sometida a los dictados de EE.UU.

También los intelectuales hace tiempo que vienen reclamando una mayor autonomía turca y una mejor defensa de sus intereses, que pasarían por un alejamiento de Occidente o, al menos, por situar en el mismo plano a Occidente que a Asia Central y al mundo árabe. Esto encaja plenamente con la historia de Turquía y sólo puede considerarse como una vuelta a la normalidad. Del mismo modo que, tras el fin de la Guerra Fría, Rusia se acercó a Occidente y pronto vio que sus esfuerzos por ser reconocida como igual eran inútiles, Turquía está llegando a la misma conclusión. Rusia hace ya años que decidió que defiende mejor sus intereses mirando más a Asia, su región natural, que a un distante (en lo geográfico y en lo afectivo) Occidente que sólo le humilla. Turquía, va camino de hacer lo mismo.

No es difícil ver la razón. ¿Por qué un país que fue durante muchos siglos un gran imperio y cuna de grandes civilizaciones debe aceptar todas estas humillaciones? ¿Por qué no dejar de ser cola de león y pasar a ser cabeza de ratón? Ello le permitiría definir sus propias prioridades, hacer valer su influencia en Asia Central, reforzar los vínculos con los países de cultura similar y ejercer de verdadera potencia regional. Además, el fortalecimiento de relaciones con Irán, y quizás con Rusia, podría hacer posible un orden político y militar muy diferente en la región, y más acorde con lo que los turcos esperan de su gobierno.

 

Publicado por Deia-k argitaratua