El gobierno chino ha decidido derribar y volver a construir la mitad de los edificios del país
“Franco quería hacer un motor de agua para garantizar la autarquía, y Mao mataba pájaros para consolidar la utopía socialista ”
En 1958, el entonces presidente del comité central del Partido Comunista Chino, el todopoderoso Mao Zedong, decidió exterminar a los gorriones de su país porque tenían conductas poco revolucionarias: se comían una parte del grano destinado a alimentar a obreros y campesinos. Aquella idea expeditiva y medio delirante formaba parte del Gran Salto Adelante, que, teóricamente, debía llevar a China a unos niveles de prosperidad material superiores a los occidentales de la época. Quedan imágenes, de todo aquéllo: camiones y camiones llenos de pájaros muertos, masas enfervorizada apedreando pájaros por los campos, carteles con la inconfundible estética del realismo socialista mostrando métodos efectivos de exterminio. Al cabo de menos de un año, en China quedaban pocos pájaros… pero mucho menos arroz, trigo o mijo que antes. Los asesores del camarada Mao, el nuevo emperador, se habían olvidado de un pequeño detalle: los pájaros comen grano, sí, pero también gusanos y todo tipo de insectos. El número de pájaros muertos fue incalculable, las consecuencias de aquella esperpéntica tontería, en cambio, sí fueron dramáticamente cuantificables. El Gran Salto Adelante constituyó el ejercicio de planificación económica más importante de la historia. El resultado: entre quince y veinte millones de muertos, según las estimaciones de los historiadores, la mayoría debido a enfermedades asociadas a la malnutrición o, directamente, al hambre. La venganza de los pobres gorriones acusados de parasitismo social, ya lo ven, fue bien severa…
Los actuales herederos de Mao al frente de la dictadura comunista china sin embargo no aprenden. Quieren volver a matar pájaros, pero ahora en clave de delirio inmobiliario. Hace pocos días, a mediados de agosto, se hicieron públicos los detalles de un plan faraónico que transformará la presa de las Tres Gargantas en un charquito sin importancia. El gobierno chino ha decidido derribar y volver a construir la mitad de todos -repito: todos- los edificios del país de antigüedad superior a veinte años. Dicho así, la cosa produce horror, si, además, añadimos otros detalles que veremos más adelante, el hecho puede generar una explicable inquietud en todo el mundo. A partir de unas determinadas magnitudes, las decisiones que antes se circunscribían a un ámbito nacional o estatal, ahora, en el siglo XXI, afectan al resto del mundo. De hecho, el sustrato más profundo de la crisis que estamos viviendo se debe a esta constante. Si mañana mismo el gobierno de Estados Unidos situara de repente sus tipos de interés al 10%, por ejemplo, los grandes beneficiados y los grandes perjudicados por esta medida no serían sólo de Arkansas o de Los Ángeles, sino también de Bombay, de Tegucigalpa o de Avinyonet de Puigventós. En resumen: la globalización es esto, y no hay que darle más vueltas.
¿De qué magnitudes estamos hablando? Primera: los chinos utilizaban, aproximadamente, el 40 % de todo el cemento y todo el acero del mundo (antes del inicio de este proyecto desaforado; ¡imagínense qué pasará cuando se lleve a cabo!). Segunda: construyen anualmente una media de 2.000 millones de metros cuadrados. Tercera: son 1.314 millones de habitantes (para entendernos: en toda la Unión Europea somos 501 millones de personas). Hay otros datos decisivas -desde la tasa de crecimiento anual hasta el consumo de petróleo, pasando por las que hacen referencia al gigantesco flujo migratorio interior del campo hacia la ciudad -que acaban de dibujar el escenario. Dicho esto, volvemos al titular -“el gobierno quiere derribar y reconstruir la mitad de todos los edificios de China”- y releemos a la luz de lo que acabamos de detallar. La inquietud está más que justificada: el volumen de la operación es tan enorme, tan desmesurado, tan insólito, que conducirá a la fuerza a graves distorsiones internacionales. No será la primera vez que pase. China está colonizando a su manera, silenciosa y discretamente, el África negra, y no es ajena a los hechos acaecidos en la región sudanesa de Darfur, por ejemplo. Abastecer de petróleo o pescado congelado a 1.314 millones de personas en el contexto de una economía planificada lleva inexorablemente a situaciones de riesgo para el resto del mundo.
Hay otro factor que conviene subrayar. El proyecto del gobierno chino sólo resulta viable en el seno de un esquema político no democrático, autoritario y constitutivamente injusto. Lo más paradójico de todo es que la pujanza de la dictadura comunista china se basa en el ejercicio, en las llamadas zonas especiales, de un capitalismo salvaje más propio de la Inglaterra victoriana que del siglo XXI. La legión de desplazados internos -la mayoría antiguos campesinos que malviven miserablemente al lado de los rutilantes rascacielos de Shanghai- son los que acabarán tragando la parte más dura de este proyecto descomunal, a cambio de unos salarios ridículos. A sus abuelos se les ordenó matar pájaros, y a ellos les toca ahora derribar y volver a construir casas. Ladrillos y pájaros, grotescamente hermanados gracias a los caprichos de una misma dictadura…
Por razones obvias, relacionadas con la crisis que estamos viviendo, en los últimos tiempos se ha reabierto el debate sobre la conveniencia o inconveniencia de regular la economía. Es un debate estéril, absurdo: el estado puede, sin duda, intervenir en la economía. Regularla, en cambio, no es posible, al menos en un contexto democrático. Esto sólo lo intentan hacer los regímenes totalitarios, sean de derechas o de izquierdas. Franco quería hacer un motor de agua para garantizar la autarquía, y Mao mataba pájaros para consolidar la utopía socialista. Ambos partían exactamente de la misma perspectiva, en la que la providencia pasa a llamarse estado.
24 de agosto de 2010 02:00